jueves, 14 de octubre de 2021
«¿Democracia en Venezuela?», por Alex FERGUSSON

Por Alex FERGUSSON, para SudAméricaHoy

Recientemente surgió la propuesta de un debate sobre la Democracia, y dada la circunstancia de tener que lidiar con el creciente autoritarismo del gobierno actual y con las consecuencias de sus actos en el ámbito económico, social, político, geopolítico y cultural, tal debate podría resultar muy pertinente.

No obstante, y solo para ubicar la cuestión, comenzaría con la pregunta: ¿Ha habido democracia, en tanto “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” en los últimos 200 años? La respuesta, en mi opinión, va a ser controversial.

En la historia venezolana, desde la independencia y durante sus primeros 120 años, predominaron las dictaduras militares, con solo atisbos y breves momentos de democracia, hasta mediados del siglo pasado. Me refiero al período de gobierno del Gral. Isaías Medina Angarita (1941-1945), el cual siguió los pasos de su predecesor, el Gral. Eleazar López Contreras (1936-1941), quien asumió el poder a la muerte del que creíamos sería el último dictador: Juan Vicente Gómez.

Se inició así, un proceso de ordenamiento y modernización de la sociedad rural heredada;  se creó el primer sistema de Identificación Nacional; se diseñó y puso a funcionar un sistema electoral a través del voto popular y secreto como un derecho, por primera vez, con inclusión del voto de la mujer, en un ambiente social de respeto a la libertad de expresión y de comienzos de la economía dependiente de la explotación petrolera.

En ese período también se diseñaron la mayoría de las obras públicas que luego servirían para insertar al país en la modernidad.

Lamentablemente, ese gobierno del presidente Medina fue derrocado por una junta cívico-militar dirigida por Rómulo Betancourt del partido Acción Democrática (AD), el cual, diez años más tarde se nos presentó como padre y líder de la democracia venezolana.

Tras un breve interludio con el gobierno electo de Don Rómulo Gallegos, sobrevinieron otros diez años de dictadura militar con el Gral. Marcos Pérez Jiménez (1948-1958), luego de cuyo derrocamiento en enero de 1958, se inauguró la “democracia pactada”, entre AD, el partido social cristiano (COPEI) y el partido Unión Republicana Democrática (URD), a través del conocido “Pacto de Punto Fijo”.

Ahora bien, durante el período siguiente entre 1960 y 1998, ¿Hubo realmente una democracia plena? Mi respuesta sigue siendo no, al menos, no plena. ¿Acaso olvidamos las acuerdos  que excluyeron del mundo político oficial al entonces reconocido Partido Comunista de Venezuela (PCV) y a los demás partidos de la izquierda, con las consecuencias que eso trajo (guerrillas, represión, persecuciones, torturas, desapariciones forzadas y asesinatos)?; ¿olvidamos los fraudes electorales promovidos desde los gobiernos de AD y COPEI con la descarada compra-venta de votos entre los más pobres, las desapariciones de cajas de votación y hasta la manipulación de resultados electorales, como ocurrió con la segunda elección del Dr. Caldera, en diciembre del 93?; ¿olvidamos las injerencias de los partidos oficiales en las decisiones judiciales, el “compadrazgo o el amiguismo”?;  ¿también los despilfarros en  la “Venezuela Saudita”, los desfalcos al erario público, la devaluación del bolívar ocurrida el famoso “viernes negro” (viernes 18 de febrero de 1983), y la corrupción y la pobreza oculta develada con la crisis bancaria de 1994?

Ese período, cerró con una Venezuela depauperada económicamente, con los índices de pobreza duplicados junto con el costo de la vida, con una moneda en devaluación crónica, una capacidad productiva industrial y agropecuaria disminuida, y con la gente desconfiando de los partidos tradicionales, de los políticos y de la política, lo cual abrió el camino para lo que estamos viviendo hoy.

En este punto, como creo que algunos lectores venezolanos estarán rabiando, debo mencionar los aspectos “positivos” de esa democracia pactada por las élites socialdemócratas y cristianas. Pese a todo, sembró la idea de que los problemas políticos podían resolverse por la vía electoral y que había cierta independencia de poderes lo cual confería una razonable seguridad jurídica y social. Es justo destacar también, que al menos en sus primeras dos décadas, se promovió el proceso de construcción y consolidación de una clase media educada y preparada profesionalmente (representada hoy en una buena parte de los seis millones de migrantes), lo cual fue un importante componente humano del proceso que condujo a una bonanza económica sin precedentes, esa que permitió su  ascenso social y económico, pero también, esa cuyo emblema fue la desafortunada expresión consumista: “está barato, dame dos”, que se atribuía a los venezolanos en las tiendas de Miami.

En fin, el debate sobre la democracia seguramente resultará interesante e ilustrador, pero sería otra cosa si, junto con él, comenzáramos por discutir acerca el Modelo Civilizacional que hemos heredado de la Modernidad centro-europea que le sirve de punto de partida y sustento a ese modo de organización y funcionamiento de la vida social actual, en casi todas partes del mundo.

La situación actual del planeta así lo exige, y no es un asunto solo por o para Venezuela.

La verdad es que, tras los decorados mediáticos, puestas en escenas y discursos políticos,  lo que podemos ver con claridad, es que vivimos en un mundo sumido en la barbarie; marcado por las carencias de la miseria y la desigualdad de la pobreza de más de la mitad de la humanidad; amenazado por la guerra nuclear, el terrorismo y el retorno de los gobiernos autoritarios; dirigido mayormente por adultos incompetentes o sociópatas; cuyo destino está dominado por las corporaciones financieras, las dueñas de la producción industrial, agropecuaria y la actividad comercial, propietarias de las redes sociales, los medios de información y los sistemas de salud (seguros y hospitales), con el apoyo de sus socios políticos en los gobiernos, parlamentos y organismos multilaterales.

Una barbarie, además, exacerbada por la presencia del narcotráfico, la delincuencia organizada, el racismo, y la xenofobia, la violencia callejera de las pandillas y las mega bandas, la violencia de género y el tráfico humano; a lo cual hay que añadir obligatoriamente, pues no son de ayuda, las consecuencias de la pandemia de Covit-19 y los efectos terribles del Cambio Climático.

Así que, no solo se trata de buscar la manera de salir de un gobierno autoritario en Venezuela y “recuperar” la democracia. Parece que repensarnos como naciones, sociedades o como comunidad humana, es ahora un asunto de supervivencia para todos.

Bienvenido el debate.