miércoles, 6 de junio de 2018
«¿Maduro forever?», por Alex FERGUSSON


Por Alex FERGUSSON, para SudAméricaHoy
He venido exponiendo la idea de que la profunda crisis que vive el país, desde hace ya varios años, es el producto de un plan fríamente calculado para liquidar políticamente a la oposición y físicamente a la disidencia, quebrar la economía privada y depauperar a la gente. El propósito final del plan sería que todos los aspectos de la vida cotidiana terminen dependiendo del gobierno, como en Cuba. Es decir, la total sumisión de la población al control oficial.
Hasta hoy, todos los eventos ocurridos indican claramente el avance exitoso del plan.
Uno esperaría que en la medida en que los grupos de poder gobernantes se consolidaran, o creyeran que lo están logrando, se comenzarían a producir decisiones y medidas que indicaran la naturaleza del nuevo modelo de sociedad que nos impondrán. Pero NO!
Lo que tenemos, en cambio, es más de lo mismo o peor: anuncio de promesas que nunca se concretan o medidas efectistas sin ninguna consecuencia, salvo calamidades. Más presos políticos, incluidos ahora militares sospechosos de quien sabe qué, anuncio del anuncio de nuevos billetes con tres ceros menos, más escasez a la que ahora se suma el agua y la electricidad, hiperinflación con duplicación de precios cada 10 días, y un bolívar que vale 1 millón de veces menos que hace 10 años.

La actividad productiva agoniza por falta de materias primas, maquinaria, repuestos y otros insumos o por los precios impagables de lo que se encuentra. Una burocracia paralizada, sin recursos, salvo para pagar salarios, una economía del rebusque y la supervivencia, en su mayor parte en manos informales: grupos militares corruptos, delincuentes organizados y colectivos (grupos paramilitares que gobiernan algunas zonas y comunidades), y los revendedores de productos obtenidos ilegalmente.
¡La delincuencia y la corrupción haciendo metástasis!
El resultado palpable es la agudización de una crisis que los altos funcionarios del gobierno continúan negando con un descaro que eriza.
Mientras tanto, la gente, ese pueblo por el cual los funcionarios dicen sentir tanto amor, comienzan a mostrar claros síntomas de desnutrición, especialmente los niños, las embarazadas y los ancianos. La escasez de medicinas y los altísimos costos de las que se consiguen, provoca cada vez más muertes o complicaciones.
Tengo, ahora, la percepción de que se trata de un perverso, casi patológico, plan de aniquilación radical de cualquier oposición al talante autocrático y dictatorial del gobierno. Lo veo ahora como un proyecto que incorpora, peligrosamente, el concepto de genocidio. ¡Que se vayan los que se oponen! ¡Que se enfermen y mueran los que no tengan la libreta de racionamiento (“Carnet de la Patria” o del “PSUV”) o no puedan aguantar! Un plan para reducir la población a solo aquellos sometidos por la necesidad y a los deseos y expectativas del poder absoluto.
Así que, sabiendo que la posibilidad de una “intervención extranjera liberadora” se ha disipando, como consecuencia de los cambios geopolíticos en curso (la UE aliándose con Rusia; USA enemistándose con Irán y la UE; Inglaterra en crisis y China mirando al techo)), los cuales colocan a Venezuela fuera del radar de las grandes potencias (ya no es un país importante para nadie y menos si lo suspenden de la OEA); que la opción de un “golpe militar” parece hoy distante debido al férreo control del G2 cubano y que la corriente opositora-abstencionista nos mostró un liderazgo desprestigiado y sin credibilidad, lo cual aleja cualquier salida electoral a la crisis, cabe preguntarse cuál podría ser la estrategia adecuada a las circunstancias.
Solo nos queda confiar en que también “…hay otra Venezuela que se bate todos los días por hacer las cosas bien, por trabajar y pensar con seriedad, gentes que no tienen entre ceja y ceja ponerle la mano a la caja fuerte más cercana.

Ese país de la dignidad y la esperanza vibra en todo el entramado de la sociedad. Está dentro y fuera del gobierno, en las instituciones y más allá de ellas, en los movimientos sociales y en las prácticas individuales. No se trata del esquematismo de “los buenos” y “los malos”. El asunto es el reconocimiento de calidades múltiples que trasiegan los linderos partidistas, las viejas murallas de las religiones, los encierros del dogmatismo y la intolerancia.
Creo que es momento de tranquilizar las emociones y comenzar a pensar con lógica política. De lo contrario habrá que irse acostumbrando a la idea del éxito definitivo de un Plan Genocida que marcha a paso de vencedores. ¿Maduro forever?