viernes, 26 de abril de 2019
«Venezuela, la alianza indeseable que perpetua a Maduro», por Ludmila VINOGRADOFF

Por Ludmila VINOGRAF

Nunca antes como ahora Moscú está interviniendo en Caracas. Primero fue en Cuba hace 60 años y ahora su temerario desembarco en Venezuela. En ambos casos los rusos no quieren perder su parcela de influencia caribeña en las narices de Washington.

De manera abierta, intensa y desafiante los rusos apuestan por la continuidad del régimen de Nicolás Maduro como si Venezuela fuera una colonia del imperio zarista y tuvieran derechos. Cada vez que Washington amenaza con intervención militar, los rusos replican que no lo permitirán. También utilizan una red de hackers que lanzan campañas por internet contra la oposición venezolana.

La injerencia rusa en los asuntos internos de Venezuela es descarada. No han pedido autorización del parlamento y todavía se atreven a pontificar en un país donde son extraños y foráneos. Están lejos de su patria a 10.000 kilómetros de distancia.  No hay nada común con los venezolanos, a excepción de compartir regímenes totalitarios.

Ni los rusos ni los chinos tienen alguna afinidad con los venezolanos. Tampoco se integran y sus intereses se limitan a explotar los negocios que han conseguido amarrar con sus amigos chavistas  bajo los términos de corrupción más obscenos y salvajes. Petróleo, oro, diamante y  coltán son sus principales objetivos a cambio de chatarra militar rusa y electrodomésticos chinos de baja calidad.

Si el extinto Hugo Chávez les abrió las puertas a las riquezas del país, Maduro les dio las llaves. Y así es difícil que sus aliados quieran dejar esa golilla. Ni a los rusos ni a los chinos y mucho menos a los cubanos  les gusta hacer negocios bajo reglas claras, competitivas y transparentes, sino más bien tratar con tiranías corruptas sin control y gobiernos forajidos, que es donde obtienen ventajas.

Moscú y La Habana van a exprimir a Caracas hasta la última gota del oro negro, amarillo y ahora azul (coltán) que le permitan los chavistas. Han descubierto el nuevo «Dorado» en el Arco Minero, al sur del país, que representa el 12% del territorio nacional, suficiente para cambiar «pepitas de oro» por kalashnikovs y móviles chinos. 

Ni los rusos ni los cubanos ni los chinos han dado algún aporte digno a los venezolanos, sino muerte, violencia, miseria y una deuda inmoral. Cuando faltó el azúcar en Caracas, Fidel nunca mandó un terrón para endulzarnos sino torturadores para quebrar a los opositores. Cuando faltó el pan, Putin tampoco envió la harina, sino tanques y aviones para matar a los opositores. Y cuando vino la ola de apagones los abandonaron a su suerte.

La opacidad y la oscuridad dominan las relaciones y los contratos bilaterales de esta alianza fatal y corrupta. Los sectores de la oposición no han tenido acceso a los contratos, llamados de cooperación, que el régimen  ha suscrito con sus aliados. En un comienzo Maduro fue el hombre de La Habana y el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, fue o es el hombre de Moscú.

Padrino López es el responsable clave de haber impulsado la presencia de los militares rusos en Caracas, lo que ha molestado a sus vecinos latinoamericanos y especialmente a los Estados Unidos. Pareciera que el ministro venezolano se siente incapaz de defender con su propia fuerza armada a la nación que tiene que llamar a los rusos para que vengan a defenderlo con el armamento obsoleto que le han vendido.Pero lo paradójico es que ni Maduro ni Padrino ni nadie de su entorno ha mostrado interés por asilarse en Moscú, La Habana o Pekín cuando caiga el régimen, ¿por qué será?, sino que prefieren ir a España, tal vez México  o una isla caribeña a la que le han dado de todo hasta una pista de aterrizaje.