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Discurso de Gabriel Boric
Sao Miguel das Missoes. Por Isadora CAMARGO
La elección como Papa del argentino Jorge Mario Bergoglio, un jesuita, revitalizó el interés turístico en las ruinas de las misiones jesuíticas de la frontera entre Brasil y Argentina, que atraen miradas para la historia y la cultura de la relación entre indígenas y religiosos católicos.
La parte brasileña de las misiones jesuíticas está formada por siete ciudades del estado sureño de Rio Grande do Sul, entre ellas Sao Miguel das Missoes, declarada en 1983 Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.
En busca de contacto con la «energía religiosa», el sitio arqueológico de Sao Miguel das Missoes recibe unos 80.000 visitantes por año para ver las ruinas de los pueblos construidos por los jesuitas portugueses y españoles y los pueblo originarios guaraníes en 1687.
«Hace algunos años la visita concentraba a un público mayor de estudiantes debido al contacto con la historia y el aprendizaje, pero con la nominación del Papa Francisco, que es un jesuita misionero, los grupos de familias aumentaron el flujo turístico», asegura la secretaria de Turismo de la ciudad, Izabel Ribas.
Ribas contó que la búsqueda de la «energía misionera» y los símbolos de fe son los principales motivos para la visita de familias, que también puede incluir en el paseo un encuentro con rezanderos misioneros, que están en los alrededores del lugar y son conocidos por replicar bendiciones de sus antepasados guaraníes.
«Destaco el paisaje místico de religiosidad que diferencia a la región», apunta la secretaria, quien recordó que es necesario impulsar un circuito turístico que incluya a las misiones argentinas brasileñas y paraguayas.
Sao Miguel es el más grande de los siete poblados jesuíticos brasileños y llegó a registrar, a mediados del siglo XVII, cerca de 5.000 habitantes viviendo en un régimen comunitario.
Originalmente los europeos llamaron al ese lugar misionero de Sao Miguel Arcanjo y, siglos después, ya como municipio de Rio Grande do Sul, se incluyó la palabra Missoes, con el santo como patrón de la ciudad.
La entrada al sitio arqueológico impresiona por la magnitud y sofisticación que existían en los siglos pasados. En el centro, la cruz misionera inspirada en la cultura española y las ruinas de 30 metros de altura de la Catedral de Sao Miguel Arcanjo eternizan una conexión con el pasado de los orígenes brasileños.
La catedral fue la primera obra misionera construida en el lugar por los guaraníes, en 1735, con piedra arenisca y columnas inspiradas en la cultura romana.
De la construcción original, hay vestigios del colegio, de la casa de los curas y del cementerio. Además, el lugar cuenta con el mayor archivo brasileño de esculturas religiosas hechas por los indígenas o traídas desde Europa.
Estas herencias están expuestas en el espacio «Museo de las Misiones», que fue proyectado por el urbanista Lucio Costa como una réplica de las casas indígenas.
Después de explorar las ruinas durante el día, a la noche es ofrecido al visitante el espectáculo de una hora de duración «Sonido y Luz», que narra la historia de la región con las ruinas como escenario.
El espacio, con arboledas, también esconde vestigios de la resistencia de los pueblos originarios, principalmente durante la demarcación territorial entre Portugal y España decidida en el Tratado de Madrid de 1750, que retiró a la población guaraní alojada en esa región.
Sepé Tiaraju fue la figura principal del liderazgo guaraní en ese período y muchas imágenes de el son encontradas en la ciudad, recordando el período de aniquilamiento indígena y el sincretismo cultural.
«Este lugar es mágico. La defensa de esta tierra por parte de los indígenas representa una de las más fuertes y hermosas historias de Rio Grande do Sul y demuestra la fuerza de ete pueblo, el orgullo de su origen y de su tierra», reflexiona la estudiante brasileña Juliana Gomes. (Efe)