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Discurso de Gabriel Boric
Por Carmen DE CARLOS, @CarmenDeCarlos
Chile tiene nueva presidenta. Michelle Bachelet volvió. Sebastián Piñera se va y lo hace con la frente alta. La herencia que le dejó Bachelet no es la misma que ella recibe. Chile es hoy un país sin terremotos de agua y tierra. Durante la gestión de Piñera se reconstruyó la zona –y era mucha- devastada por el seísmo y tsunami de febrero del 2010 que le recibió en vísperas -y durante- la ceremonia de asunción.
En estos cuatro años, bajo su Gobierno, se creó un millón de puestos de trabajo (la población es de 17 millones y el desempleo del 6 por ciento), se construyeron tres millones de nuevas viviendas, la economía creció un 5,3 por ciento, el país se mantuvo como destino atractivo para las inversiones y la brecha entre pobres y ricos se redujo sensiblemente.
Para sorpresas de los ejecutivos, el hombre más rico de Chile subió los impuestos a las grandes empresas y para soponcio de los nostálgicos de la dictadura (1973-89) de Pinochet, cerró una prisión de lujo para condenados del régimen militar por violaciones a los derechos humanos. El primer presidente de derecha de la democracia chilena impulsó la baja por maternidad de tres a seis meses, las primarias obligatorias y el voto voluntario en las elecciones.
El presidente saliente tuvo tropiezos con los estudiantes (su antecesora y sucesora también), debió gobernar con una vecina difícil de sobrellevar (Cristina Fernández de Kirchner), sostener relaciones cordiales con Perú mientras La Haya definía los verdaderos límites territoriales de ambos países y moverse con soltura entre Unasur y la Alianza del Pacífico, organizaciones que se repelen como el agua y el aceite.
El caso de la salida al mar que reclama históricamente Bolivia no se convirtió en un enfrentamiento personal con Evo Morales. Tampoco su abismal diferencia de pensamiento con el fallecido Hugo Chávez y Nicolás Maduro colocó a Piñera en un callejón sin salida que pudiera perjudicar a Chile. Las amistades o afinidades ideológicas con Rafael Correa (Ecuador), el ex presidente Fernando Lugo (Paraguay) y José Mujica (Uruguay) fueron nulas pero respetuosas de forma recíproca. No era fácil moverse en un escenario donde los aliados regionales naturales de Piñera escaseaban por no decir que quedaban reducidos a Colombia (Brasil es otro mundo).
Los chilenos, con derecho, le exigieron cuentas a diario a su presidente y los sondeos de opinión le castigaron con dureza durante su mandato. Sebastián Piñera puede no caer simpático y sus “piñeradas” o múltiples tics, ser motivo de burla pero el hombre que gobernó Chile estos cuatro años se va del Palacio de La Moneda con un respaldo del 50 por ciento. Y eso, es de justicia reconocerlo, también se lo ganó a pulso.