viernes, 11 de julio de 2014
Boudou, obediencia debida y afonía oportuna

marta-nercellas11

Por Marta NERCELLAS, ara SudAméricaHoy

Las conductas criminales integran un sistema discontinuo de ilicitudes. Discontinuo  porque la regla  es la permisividad de las conductas y la excepción, que se la prohíba penalmente. La acción será más o menos ética. Más o menos deseable; pero si no está descrita en ese catálogo y  tiene amenaza de sanción, no es delito.  Más aún, un quehacer puede ser  más estremecedor para la conciencia ciudadana que otro  definido en aquel listado estricto y finito pero la prohibición de extender analógicamente las definiciones típicas, nos impedirá que pretendamos que estamos frente a una infracción criminal.

Creo que los funcionarios del oficialismo que salieron a defender en bloque al vicepresidente procesad , imputado y cuestionado por muchas conductas realmente graves,  deben estar agradecidos a esas garantías que el sistema penal les ofrece.

El legislador consideró que es delito hacer públicamente y por cualquier medio la apología de un ”condenado por  delito”. Promete prisión para el que infraccione esa prohibición. Afortunadamente, para los obedientes acólitos  de la autoridad presidencial, no extiende su cuestionamiento a aquellos que dirijan su panegírico a un procesado, a alguien que en muchos expedientes y con una inmensa lista de pruebas se encuentra señalado como perpetrador de diversas conductas, todas ellas ilícitas.

A quien con la misma expresión, vacía de contenido ético,  le da lo mismo alzarse con la fábrica de dinero o falsear documentos públicos para birlarle a su esposa el 50% de un auto.  A éste,  pueden cobijarlo entre las mieles de la adulación y el halago. No es condenado –aún- por lo tanto pueden,  ignorando procesamiento e imputaciones, dar fe de su inocencia.

Es probable que si fuera delito igualmente  obedecerían. El cuestionamiento de las órdenes presidenciales, aún las evidentemente contrarias al sentido común,  no parece ser una actitud posible en esos funcionarios. Además la   “obediencia debida” los resguardaría del reproche punitivo según creen falsamente.

El cuadro de faringolaringitis aguda severa que padece la mandataria -psicosomática o  viral o bacteriana , da igual- le impide ahora salir en defensa de su Vice. Pero antes de ello y después del procesamiento de Boudou, nos ofreció discursos en los que ignoró esa situación. Tal vez la Presidente leyó  después de esas alocuciones  el artículo 213 del Código penal y recién se percató entonces  de la diferencia: mientras no lo condenen halaguémoslo. Y para que no lo condenen, obstaculicemos la prueba, escondamos los legajos de la IGJ, hostiguemos al Juez. No importa la señal que bajemos a nuestros jóvenes, esos que parecen ser el objetivo esencial de la mirada presidencial. No importa que se esté autorizando tácitamente a no cumplir con las disposiciones legales -cualquiera que estas sean-  porque total si no los descubren no pasó nada y si los señalan, saldrán  en bloque a negar las evidencias.

Las más de 300 páginas del procesamiento con un largo listado de  pruebas de cargo, resultan desmembradas en los discursos para rebatirlas de a una, como si no integraran un sistema. Cada indicios por separado es más fácil de cuestionar. Una por una son casualidades que complican la existencia del entrampado en ellas. Olvidan claro está que la suma de casualidades no es sino una fuerte causalidad incriminadora.

Las cuerdas vocales parecen ser más sensible a la realidad. Se inflaman e impiden articular palabras cuando el silencio es menos dañino  que el alegato.

Hay sobresaturación de Boudou y sus conflictos con la ley. Ya dan ganas de gritar ¡Basta! Tenemos otra seguidilla de causas, de llamados a indagatorias (*), de casi seguros procesamientos que se irán tejiendo con las múltiples torpezas que el Vicepresidente cometió en su soberbia de creída impunidad. Pero agota el tema. Da cansancio moral sólo pronunciar su nombre. Todo parece ser más de lo mismo: avaricia, confusión de lo público y lo privado, desconocimiento del límite entre lo lícito y lo ilícito, lo moral y lo inmoral.

Pero ese cansancio fue sacudido con un nuevo agravio. Boudou presidiendo el acto que conmemora nuestra independencia. El gabinete entero “respaldándolo” por orden de la Presidente, según la información que se difunde. Boudou hablando de ser parte del equipo de la “presidenta” que avanza para transformar el País. Si éste es el signo de la transformación, de las decisiones que según él, Cristina toma para y por el pueblo, aunque aburra,  el tema no está agotado. Si estos son los gestores de la transformación debemos preguntarnos de qué se trata esa propuesta.

Es grave que desde un poder se den señales de fuerza y resistencia a otro  poder que, por añadidura, tiene como función constitucional controlarlo. Es peligroso que  se organice una línea de defensa  integrada por ministros, gobernadores y funcionarios para evitar una “goleada” de los indicios de cargo reunidos por los Fiscales y Jueces de la Nación.  Es delicado que aunque no encaje en la definición legal de apología de un criminal, se obligue (al menos los rostros de los funcionarios no permitían suponer  complacencia) a aplaudir y secundar a un fuertemente  sospechado  de corrupto. Es resbaladizo el límite en el que se los hace jugar este partido que,  aunque coincida con la fecha de las  semifinales,  tiene consecuencias más grave que quedar fuera de la copa del mundo. ¿Ratifican el apoyo al Vicepresidente o pretenden paralizar con la fuerza del gesto la avalancha judicial que se vislumbra? ¿Encubren o confían ?.

Muchas preguntas. Pocas respuestas como casi siempre que se pretende saber algo de lo que ocurre en las esferas del poder político actual. Después de aplaudirlo en el acto en el que se conmemoraba nuestra independencia, deciden que no presida la sesión del Senado. Se habla de descomprimir la crisis, de evitar el repudio que la oposición prometía. Como en muchos otros temas los hechos y el discurso recorren sendas diferentes. Lo exhibimos en el exterior representando al País; lo atrincheramos con todo el gabinete para que le de en público las gracias a Cristina pero, a la hora de cumplir con su tarea: presidir el senado, lo ocultamos en su cómodo y refaccionado despacho.

Hay  interrogantes que martillan en  las sienes de quienes creemos que aún la palabra dignidad tiene cabida en lo cotidiano. ¿Por qué  obedecen los funcionarios? ¿Defienden a Boudou o se están protegiendo porque saben que están en la líneas de muchas casualidades que culminaron en delitos?  ¿Carecen de conciencia moral o a fuerza de naturalizar la corrupción la incorporan como inherente a la política?  ¿Encubren o pretenden reciprocidad para cuando ellos sean los señalados?

La apología de un criminal como delito requiere que el halagado haya sido condenado. El largo camino del proceso autoriza durante su curso  las frases grandilocuentes de quienes sostienen que se vulnera la presunción de inocencia. Deberíamos preguntarle a sus defensores “oficiales” si le darían sus ahorros para que Boudou los cuide. Después de todo por importante que sean (a veces la vida austera les permite acumular importantes peculios) no pueden tener mayor entidad que la facultad de conceder o negar la palabra a los representantes que elegimos para que reglamenten las normas de nuestra convivencia.