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Santiago de Chile. Por Cristina GARCÍA PÉREZ/Efe/SAH
El chileno Jorge Schindler no nació en Alemania y su historia no ha sido narrada en una exitosa película americana, pero comparte con el empresario Oskar Schindler el gen del héroe anónimo que lo llevó a ayudar a decenas de perseguidos durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).
La historia de Schindler, militante comunista que trabajó para la farmacéutica alemana Bayer y para el comité chileno de farmacias de Corfo, comienza tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Entonces, perdió su empleo y junto a unos amigos decidió abrir la farmacia Villa México, en el barrio de Maipú, al sur de Santiago.
«Fue la primera farmacia y era muy buena comercialmente porque aquel era un barrio popular. Allí empiezan a llegar compañeros desesperados de diferentes partes de Chile para pedirme ayuda», recuerda el empresario.
Schindler comenzó entonces a contratar a personas perseguidas por la dictadura, en su mayoría de diferentes organizaciones de izquierda, y a ofrecer medicamentos y alojamiento a personas en dificultades que acudían a la farmacia en busca de ayuda.
Pero su creciente fama entre los perseguidos trajo consigo una mayor vigilancia por parte del régimen y también atrajo a la temible Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), la policía secreta de Pinochet.
«Todo el negocio de farmacias era legal, la procedencia del dinero y mi experiencia eran demostrables, sin embargo el factor suerte también tuvo un gran papel en mi historia», recuerda Schindler, de 75 años.
Un azar que sopló a su favor cuando agentes de la DINA se presentaron en la farmacia en su búsqueda. Quintín Romero, un detective de la Policía de Investigaciones (PDI) que acompañó al presidente Salvador Allende durante el bombardeo del Palacio de La Moneda el día del golpe y que luego trabajaba en la farmacia de Schindler, reconoció a uno de los agentes de la DINA, que era un antiguo compañero, y le convenció de que no hacían nada ilegal.
Schindler admite que sintió «cierto temor» durante sus años como farmacéutico porque era «consciente del trabajo que estaba llevando a cabo», pero no dudó en continuar con su labor solidaria con la apertura de más farmacias en Santiago y Concepción, 500 kilómetros al sur de la capital.
«Fue un tremendo error abrir una farmacia en el centro de Concepción, toda la competencia era de derecha y me acusaban de comunista. Primero me acosaban económicamente y cuando logramos abrir continuaron de muchas otras formas», recuerda con amargura.
Una ardua tarea que se tradujo en cinco farmacias en Santiago, dos en Concepción y más de 70 personas que salvaron su vida gracias a la ayuda desinteresada del empresario chileno, aunque no todos tuvieron la misma fortuna.
«Hubo dos compañeros que desaparecieron. Tampoco pude ayudar a Abraham Muskatblit, uno de mis protegidos, al que asesinaron tras el atentado contra Augusto Pinochet» el 7 de septiembre de 1986, explica.
Jorge Schindler es consciente de que hay un tiempo para hablar y otro para guardar silencio, que la labor solidaria clandestina lo llevó a un exilio voluntario en Alemania, pero que 40 años después lo llevan a la satisfacción de compartir su historia en el libro «La lista del Schindler chileno», del escritor e historiador Manuel Salazar Salvo.
«Estoy sobrepasado, no pensaba obtener este éxito con mi relato», reconoce el protagonista del texto, convencido de que su historia gusta «porque es totalmente verídica».
A pesar del reconocimiento público obtenido en Chile, Schindler se resiste aún a ser considerado un héroe. «Yo no tengo pasta de héroe. Creo que hice algo bueno, pero los protagonistas, aquellos a los que ayudé, son los verdaderos héroes», concluye.