EL VIDEO


Discurso de Gabriel Boric
Por Marta NERCELLAS, para SudAméricaHoy (SAH)
Los abogados, cualquiera sea el fuero en el que desarrollemos nuestro quehacer, no debemos opinar sobre causas en trámite -por muy mediáticas que sean- cuando no hemos sido convocados a colaborar profesionalmente en ellas. No conocemos el expediente. Nos manejaríamos por trascendidos u opiniones de terceros lo que resta seriedad a la tarea. Pero especialmente, incurriríamos en una falta ética grave, al opinar sobre un tema en el que está interviniendo un colega. Lamentablemente hay muchos letrados que entienden que horas de televisión son antecedentes curriculares. No dudan entonces en confundir a la opinión pública opinando sobre aquello que desconocen, pero siempre con afirmaciones categóricas.
Sí podemos, y a veces debemos, tratar de explicar en abstracto lo que ocurre en el mundo judicial para que resulte un poco más comprensible a los ciudadanos. La televisión destila sangre. Los periódicos nos hacen temblar por la inseguridad, que deja de ser una palabra abstracta cuando describe muertes concretas. Cada imagen, cada palabra, nos hace sentir que hay que reforzar las rejas que rodean nuestro quehacer cotidiano.
Vemos a un “motochorro” convertido en estrella estelar de nuestros programas cotidianos, mientras que en el mundo su imagen se difunde para mostrar una Argentina deslucida que es preferible no visitar.
María Elena Walsh podría corroborar hoy la filosofía de su letra: vivimos en el mundo del revés. El “chorro” es Juez. Quien reconoce que fue a perpetrar un robo. Quien amenazó a su víctima con un arma que estaba cargada. Quien “decidió” no matarlo pese a que pudo hacerlo. Quien descartó el arma en el río. Ese es el personaje que cuestiona e interroga, el que juzga a su víctima, el que le reprocha por qué no le entregó sus pertenencias pese a que él las necesitaba para hacerle un regalo a su hijo. ¡Lo interroga y lo juzga! En rigor no es su Juez, es su Dios. Quien sale con un arma a la calle, puede decidir si nos mata o nos deja vivos. Parece, al estar por esa crónica, que cuanto menos considero absurda, que si decide esto último tenemos que agradecerle.
No tiene por qué arrepentirse, el turista quería hacerse conocido acusa. Sólo le faltó pedirle una recompensa por haberlo logrado.
El incomprensible programa, nos permitió grabar su cara para que al verlo estemos alertas y tal vez por eso valga la pena decir: ¡Gracias Mauro!
Cientos de policías (brigadas especiales, buzos tácticos, policía montada…) son convocados a la búsqueda de una joven desaparecida. No sabemos si el número y la dedicación se deben a la desesperación de la madre que reclama o a las muchas horas que el tema ha ocupado la pantalla de la televisión. Los periodistas devienen en investigadores y convocan profesionales de diferentes áreas que hilvanan conclusiones que sólo colaboran en popularizar la imagen del convocado. La mayoría juegan a los detectives, como si la vida de la desaparecida tuviera como valor de cambio unos minutos de rating.
Melina, la joven de la que se trata en este caso, como burlándose de tanto teatro, aparece muerta porque un transeúnte detecta la bolsa de basura en la que fuera envuelta por quienes decidieron “descartarla”. Término duro, pero que describe una realidad de la que cuesta hacerse cargo. La mujer cosificada, no debe tener voluntad. No debe oponerse a los designios de esos hombres, que han resuelto que la razón de ser de las mujeres, es complacerlos. Ante el no, hay que doblegarlas, humillarlas, “enseñarles” cómo se debe actuar. ¿Cuánto vale la vida de una mujer en esas circunstancias? Aparentemente el valor de dos bolsas de residuo y una manta.
Sin importar los medios de los que dispongamos ni la educación que hayamos recibido, cualquiera de nosotras (dudé al adjudicar el femenino), podemos entablar relaciones tormentosas. Desde dentro de la estructura vincular muchas veces no podemos percibir la intensidad del agobio, ni el peligro que se cierne sobre nuestras vidas. No advertimos que violencia no es sólo un golpe; cuando éste llega, la salida de ese laberinto de agresiones es mucho más compleja. El enmascaramiento del lenguaje no ayuda. Se confunde pasión con delito. Un Estado que abandona las políticas públicas, que tiene obligación de sostener -por ejemplo el Programa Nacional de lucha contra la violencia-, pretendiendo que se trata de conflictos privados, no colaborará en la ayuda que requiere quien padece el conflicto. Se analiza a la mujer maltratada o asesinada, se investiga su conducta, se examina su “patología” o sus adicciones, culpándola por haberse constituido en la “causa” de un crimen.
Como en muchos otros casos los gabinetes científicos sólo servirán para examinar el cadáver. La investigación sólo depende de que un partícipe que se quiebre o que un testigo que cuente lo ocurrido. En este caso es otra menor, etiquetada como “testigo” por la necesidad de obtener la información que no supieron reconstruir con elementos objetivos. Ella es la que describe la obscenidad de lo ocurrido.
Al contexto de desigualdad estructural en el que se construye la subjetividad de la mujer, le agregamos el morbo público, la falta de profesionalismo de muchos y la manera en la que se debaten los temas en los medios. En consecuencia, cuando una mujer resulta víctima de violencia de género, no se encuentra en desventaja desde que es victimizada, sino que ya estaba en desventaja desde antes. Si no se entiende esto, la víctima -en este caso con la etiqueta de testigo (Melody)-, puede parecer como dubitativa, por momentos complaciente, insegura, desinteresada, incoherente.
Esa menor que no importa el rol que pudo o que debió ejecutar, debe ser tratada y considerada otra víctima. Las crónicas intentan elucidar su rol. La mirada del cronista la pasa sin compasión de víctima a victimaria. Las defensas tratan de destruir su testimonio y harán todo el daño que puedan para lograrlo. Todos parecen ignorar que esa jovencita es tan víctima como Melina. A ella no la mataron, pero le “enseñaron” qué es lo que hay que hacer para sobrevivir. A fuerza de golpes en el cuerpo de su amiga le explicaron quién es el que manda. ¿De qué voluntad podemos hablar? Hizo lo que pudo y seguramente seguirá haciéndolo. Pero las huellas están inscriptas en su alma y seguramente en su cuerpo. Hoy sabe quién puede protegerla y quien puede matarla. Le explicaron quienes mandan en el absurdo mundo en el cual las mujeres sólo son una “cosa” que debe dar placer.
Pedía $700 pesos de cuota alimentaria y lo que recibió del padre de su beba fueron varias puñaladas que causaron su muerte. Otra vez el descarte de un cuerpo que para el agresor carece de valor. Pero esta vez, además de su cuerpo el “padre” tira a la boca de tormenta (la alcantarilla) a su hijita. La niña estuvo 80 horas junto a su madre muerta. No es el hambre ni el frío que pasó la marca más intensa con la que deberá deambular por la vida, ni siquiera su orfandad. Son esas horas de silencio, de no comprender por qué estaba junto a su madre inmóvil en un desagüe. Es la mirada de su padre que no se animó seguramente a apuñalar su cuerpo, pero que no dudó en apuñalar su alma.
Podríamos seguir enumerando cómo hemos convertido en natural lo aberrante. Como las crónicas describen casi sin que lo advirtamos, la degradación que sufren los que ejecutan los hechos que son “noticias” y cómo trasladan esa degradación a los lectores. Casi con morbo pero seguro que sin compasión, vemos cómo se suceden las macabras imágenes.
Miramos como las máximas autoridades de la fuerza-a veces también las políticas- y cientos de efectivos son convocados para trasladar a un cadáver, para pisotear la escena del crimen, para borrar los pocos datos que pudieron quedar en el lugar del hallazgo, para aparentar que nos ocupamos con toda intensidad del caso que convoca a la prensa. Mientras esos funcionarios desfilan por las cámaras, las calles vacías de custodia son vandalizadas.
Los valores -todos sin excepción- se cegaron con la luz de las cámaras. Se entregan patrulleros por cientos. Pero junto con los periodistas, como si se tratara de un espectáculo, esos móviles se van esperando otra inauguración. La “casualidad” quiere que cada vez que sucede algún hecho de inseguridad ningún móvil recorría el área, o no había nafta o carecían de personal. Los ciudadanos solos ante la inseguridad. Los cadáveres custodiados por cientos de efectivos y políticos.
La filosofía del INDEC (Instituto Nacional de Estadística argentino carente de credibilidad) ha triunfado. Ninguna regla matemática resistiría confrontar lo que las palabras suman con lo que la realidad muestra. Se dictaron leyes, se aprobaron Tratados Internacionales, pero seguimos sumando los hechos trágicos de cada día.