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Discurso de Gabriel Boric
Por Juan RESTREPO @Juan_Restrepo_
México se miró el primer viernes de noviembre en el gastado espejo de las tragedias latinoamericanas. Tal como se esperaba, se confirmó la muerte de los 43 estudiantes de Magisterio desaparecidos el pasado mes de septiembre en Iguala y el encargado de poner a su país frente a tan dura realidad fue el procurador general en rueda de prensa. Cuando terminó su relato de horror, el funcionario se retiró dejando a la concurrencia en un silencio agarrotado y a México helado como un témpano de hielo que pronto, sin embargo, derretirán nuevas tragedias.
Es el sino de este continente sin esperanza, de estos países sin remedio. Porque Iguala somos todos. Iguala es el goteo de víctimas mortales en Centroamérica con algunos de los países con mayor índice de muertos por la violencia en el mundo, Iguala son las calles de Caracas o de Río de Janeiro, Iguala es el campo y las ciudades de Colombia.
Lo que ocurrió en aquel basurero en donde fueron incinerados los cuerpos de los normalistas mexicanos, por orden del alcalde del pueblo y de su esposa, nos suena tan familiar que ya nos pilla con callo en el alma. La matanza tuvo lugar, como tantas veces, por la connivencia entre las autoridades y las bandas criminales. Y como telón de fondo de toda esta barbarie la droga y la corrupción política, hermanas gemelas de la tragedia sin fin de estos países.
¿Quién recuerda hoy que hace unos años unos sicarios incendiaron en Monterrey un casino causando la muerte de 53 personas? Una nueva tragedia vendrá a solapar el recuerdo de la de Iguala porque lo que allí ha ocurrido es el síntoma de un continente enfermo, en donde los dos valores fundamentales del ser humano, la libertad y la vida, nada valen, en donde a los gobernantes se les llena la boca dando cifras fabulosas de crecimiento y prosperidad y la mayoría de sus gobernados vive al garete.
Más de un millón de víctimas entre 2000 y 2010 y una tasa de crecimiento de homicidios del 11% mientras desciende o se estabiliza en el resto del mundo. La tragedia de Iguala, pone no solo a México sino a todo el continente latinoamericano con su violencia, con la corrupción de sus clases dominantes, con sus desigualdades, con la codicia insaciable de sus políticos, con sus logros eternamente aplazados ante el espejo de su realidad.
Porque estos países no son competitivos con el resto del mundo ni siquiera en sus desgracias, valen más cuarenta ucranianos muertos cerca de Putin que tres mil colombianos muertos en ejecuciones extrajudiciales o “falsos positivos”.
Hasta el continente africano le gana con sus desgracias a Latinoamérica, un negro que infecta de ébola solo con la mirada pone en alerta a Europa y a temblar a Obama. Y un inglés o un norteamericano degollado ante una cámara por los militantes del Estado Islámico conmueve más al mundo que la ristra de cadáveres que deja la violencia cotidiana en las calles de las ciudades y pueblos del subcontinente.
Y es en que estos países, además de la soledad, reina el olvido.