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Discurso de Gabriel Boric
Alberto Nisman en una imagen de la semana pasada
Buenos Aires. Por Carmen DE CARLOS
La duda se cierne sobre una muerte. Alberto Nisman, fiscal especial para investigar el atentado a la AMIA (86 muertos y más de 300 heridos), apareció muerto de un balazo en la cabeza. La información oficial apunta a un suicidio. Políticos, periodistas y buena parte de la ciudadanía desconfía.
Nisman acusó el jueves pasado a la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, de orquestar un plan de encubrimiento y hasta fabricar pruebas para exculpar a los iraníes acusados de participar en el peor atentado de la historia de Argentina. También señaló a su ministro de Asuntos Exteriores, Héctor Timerman y a otros colaboradores suyos. El cambio de rumbo respondía a un intercambio de favores comerciales y de otro tipo. Los primeros avisos del plan se conocieron hace un par de años pero Nisman creyó tener cerrado el puzzle ahora.
El fiscal iba a dar cuenta en la Comisión del Congreso, a puerta cerrada, de las pruebas y detalles de la investigación. No podía hacerlo, como quería el oficialismo, en el pleno del Congreso con el público en las tribunas, como demandaban los diputados de Cristina Fernández. El secreto, para no violar la ley de seguridad nacional, le obligaba a repetir lo mismo que dijo a los medios de comunicación. En la Comisión, la cosa cambiaba, los diputados que la integran están bajo juramento y ahí podía despacharse sin problemas.
Alberto Nisman, de 51 años, ya no podrá hablar. La verdad tiene un futuro incierto. La justicia, en Argentina, también.