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Discurso de Gabriel Boric
Por Camilo GALVIS, para SudAméricaHoy
“Son 30 pesos, señor”. Rosa Cecilia Durán le cobra a un argentino enamorado de la comida colombiana. «Rosita», como le dicen de cariño, es una señora de rasgos típicos de Colombia. Con 55 años, su estampa parece la de esas matronas difíciles de doblegar, fuertes como el acero. Pero, en el fondo, no es tan así. Las zancadillas que le ha puesto el destino quedan al descubierto en las calles de Buenos Aires donde sobrevive con su carrito de venta de café y de productos típicos de su país.
Pelo deshilachado, maltratado y canoso; dedos gruesos y manos grandes forjadas por la vicisitudes de la vida; manchas pecas y arrugas cubren su rostro; ojos negros, mirada desgastada, carcomida por un profundo dolor, no físico, dolor que le consume el alma de madre. Rosita habla. “No sé qué me está cobrando la vida. No sé en qué fallé como madre. Es muy triste porque toda la vida me dediqué a ellos, todo lo que trabajé fue para ellos, pero hoy no cuento con el apoyo de ninguno de mis hijos”, narra mientras resbalan por sus mejillas lágrimas que sus ojos no pueden retener por más que quiera.
Desilusión
Hace cuatro años llegó a Buenos Aires con una mano adelante y otra atrás, convencida por uno de sus cuatro hijos, quien le garantizó un futuro próspero en la tierra del tango. “Mi hijo José se había venido a estudiar actuación. Yo me mataba la vida en Colombia para mandarle dinero, al cabo de dos años me enteré que no estaba estudiando, resolví venirme para acá porque él me prometió que estaríamos mejor, pero todo era mentira”, cuenta mientras guarda los termos donde envasa el tinto (café en colombiano) y los jugos que le dan para ganarse la vida honradamente.
Con desilusión comenta que su hijo ejemplar en Colombia, perdió el norte durante su estadía en Buenos Aires. “Se la pasaba tomando, con amigos y de fiesta. Perdió el control…un día hasta me intentó agredir, y me echó de la casa, quedé sola“.
“Dormí en la calle”
Desamparada, sin amigos, ni familiares a los que pudiera acudir, sin dinero en el bolsillo, Rosa recuerda esos difíciles momentos en los que le tocó pasar las noches a la intemperie, donde su único abrigo era lo que tenía puesto y el frío penetrante de la ciudad le llegaba hasta los huesos. “Es muy triste tener que escarbar en las cajas de la basura buscando que comer, seleccionar los bueno de lo dañado, lo fresco de lo viejo, sentir las miradas punzantes de las personas, la indiferencia social. Fue difícil pasar hambre, estirar la mano para pedir una limosna y dormir en un parque, cuando en mi país no lo había hecho”, recuerda en medio del tránsito de colombianos que entran y salen del Consulado ubicado en Buenos Aires buscando una ayuda como en algún momento la solicitó ella.
“Al verme en esa situación, una señora llamó a una línea de asistencia para personas en situación de riesgo. Del gobierno de la ciudad vinieron, me recogieron y me llevaron a un albergue. Allí me encontré con personas de toda clase, drogadictos, alcohólicos, paisanas…pero era un buen sitio”, añade, mientras deja escapar una leve sonrisa.
“De esta salgo”
Pese a las amargas experiencias asegura que no se arrepiente de haberse subido al avión que la trajo a esta ciudad hace cuatro años. Con el apoyo del gobierno local logró pagar un arriendo en una habitación y la colaboración de colombianos compró los primeros termos y materia prima para producir esos alimentos que nos identifican, empanadas, pasteles, arepas de huevo, café y jugos de Mora, Guayaba y Maracuyá.
“Nunca me arrepiento de haberme venido para Argentina. Estoy consiguiendo lo de mi vejez para cuando ya no me pueda mover. Lo que yo he conseguido acá no lo hubiera podido tener en Colombia”, agrega.
De sus hijos dice que poco contacto tiene con ellos, uno se encuentra en Ecuador y otro es jefe de enfermeros en un hospital de Bogotá, Colombia, los otros dos se ganan la vida como pueden. A sus 55 años prefiere seguir pensando en el futuro y no mirar el pasado. Espera por varios tratamientos médicos, algunas cirugías porque reconoce que la salud en Argentina es mucho mejor que en Colombia.