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Discurso de Gabriel Boric
San Andrés (Colombia). Por Carlos MENESES SÁNCHEZ/Efe
Al noreste de la isla colombiana de San Andrés, en medio del mar Caribe, emerge un grupo de cayos vírgenes, rodeados de barreras coralinas, barcos fantasma y aguas de tan poca profundidad que permiten cruzar de costa a costa a pie como hacían los antiguos piratas que navegaron por esas aguas.
La isla de «Johnny Cay», con sus apenas 1.500 metros de circunferencia y un mar de palmeras en su interior, debe su nombre al nativo que tuvo la idea de montar un pequeño negocio de agua de coco, pero fue a partir de ser declarado Parque Regional protegido en 2001 cuando se transformó en un exótico paraje.
En el pasado, la isla «era como una especie de lugar para venir a rumbear, tomar traguitos y pasarla rico», en una práctica ya iniciada por los corsarios como Francis Drake, quien navegó siglos atrás por estas aguas con el auspicio de la corona británica, explica, Deivi Bolaños, guía turístico de la compañía Over Receptour.
Ahora hay tanto cuidado por la conservación de este ecosistema que los guardacostas «cierran» la isla a las seis de la tarde por lo que ningún pirata se queda allí a dormir, entre otras razones porque en la isla no hay electricidad ni enchufes. Solo hay espacio para la desconexión mental.
El cayo se puede recorrer a pie en su totalidad en 20 minutos, contiene una zona para el baño y otra repleta de piedras coralinas para la que se recomienda comprar un calzado especial que se puede comprar en el muelle de San Andrés por 12.000 pesos (unos cuatro dólares).
A la sombra que ofrece el bosque de palmeras del interior, están los chiringuitos de madera sobrecargados con símbolos reggaes de los «raizales», descendientes de los esclavos africanos que trajeron los ingleses a esta región para trabajar la tierra.
Gustavo Coronel es uno de los poco más de cien trabajadores que se ganan la vida en la isla con un «barecito» que vende piña colada, coco-loco y coco-fresa, las tres típicas bebidas sanandresanas.
«El pescado es nuestra fuente de alimentación, el coco nuestra materia prima y el negro para darle un buen servicio al turismo», bromea recostado en uno de los bancos de su negocio de cara a la inmensidad del mar.
A pocos metros, Francisco Meléndez, de 61 años, pela decenas de ajos para sazonar los pargos rojos recién sacados del mar y recomienda visitar los criaderos de aves, iguanas, lagartijas azules y cangrejos que hay en el interior de la isla.
La aventura continúa en el banco de arena que recibe el nombre de «El acuario», de pocos metros de longitud, y al que se puede llegar a pie en una travesía de menos de cinco minutos desde un cayo cercano bautizado con el nombre de Haynes Cay, pues la profundidad del mar entre una y otra isla es de apenas un metro.
«El acuario», también conocido como «Rose Cay», encierra en sus bajas aguas un sinfín de peces de colores y decenas de rayas de inusitada mansedumbre que se acercan a los turistas ante la posibilidad de recibir un aperitivo por parte de unos visitantes miedosos ante la posibilidad de acariciar el lomo viscoso del animal y hasta de cogerlo con las manos.
La capitana Ilse Flórez, que regenta un negocio de visión submarina, recomienda «pegar la cabeza de la raya a la tripa» porque solo de esa forma esta permanece tranquila sobre los brazos extendidos de los seres humanos, siempre por debajo del agua.
La panorámica de «Rose Cay» transporta a sus visitantes a esa época de carabelas y cofres de oro debido a la presencia de barcos fantasma encallados por chocar con las barreras coralinas que rodean a todo este archipiélago que conforma el departamento de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, el único formado por islas de Colombia.
«Para poder entrar (las embarcaciones) tienen que hacerlo por un canal que tenemos abajito que está debidamente marcado, de noche parece una pista aérea con las boyas que están iluminadas», explica Bolaños.
Uno de estos barcos que perecieron fue el «Míster Gobby», que partió desde la ciudad de Barranquilla (en el norte de Colombia) con un decomiso de droga de la Dirección Nacional de Estupefacientes (DNE).
Afortunadamente, antes de encallar descargó la cocaína en la isla de Providencia.
Al otro lado, se observa la popa del «Nicodemos» de Aristóteles Onassis, el magnate griego más famoso del siglo XX, luego de que el navío se fracturara en medio del mar Caribe y «de remate lo hundiera un huracán que trajo ese pedazo hasta aquí», agrega Bolaños.
El paradisiaco rincón caribeño atrapa a quien lo visita en una mezcla de historias, culturas y experiencias que reformulan la identidad del visitante, hasta tal punto que la capitana Flórez reniega de su lugar de nacimiento al conjugar en pasado su procedencia.
«Yo era de Bogotá», reconoce después de toda una vida surcando las aguas coloreadas de los cayos de San Andrés.