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Carlos Meneses Sánchez
Bogotá, 30 nov (EFE).- Las aproximadamente 8.000 piezas que están expuestas en el Museo del Oro de Bogotá son tan solo una mínima parte del patrimonio que alberga Colombia en las bodegas de este recinto con tesoros que nunca han visto la luz y entre los que destacan momias muiscas conservadas a la perfección.
«Lo interesante de los depósitos es que uno abre un gaveta y cada día se encuentra algo distinto. Aquí es muy difícil conocer toda la colección», reconoce a Efe el arqueólogo Juan Pablo Quintero, que trabaja para el Museo desde hace casi seis años.
La colección completa del Museo del Oro, propiedad del Banco de la República de Colombia (emisor) y que además de la de Bogotá tiene seis delegaciones en otras ciudades del país, consta de un total de 54.000 piezas entre líticos (piedras), orfebrería, cerámica, madera y textiles.
De esa cifra, un alto porcentaje se encuentra guardado en dos bodegas, denominadas bóvedas, la de cerámica y la de orfebrería, ubicadas en las entrañas de la sede central del Museo de la capital colombiana y cuyo acceso está sometido a estrictas medidas de seguridad.
Quien tiene la oportunidad de entrar siente que está en una película de James Bond entre tanta puerta, de esas que para abrir la siguiente hay que cerrar la anterior y mirar fijamente a la cámara de vigilancia para que el área de seguridad dé el visto bueno y puedas acceder a la próxima sala.
En la de cerámica, creada en 2004, hay unos 15.000 objetos -todos aquellos que no son de orfebrería- estrictamente organizados por el tipo de material y el orden de llegada, y distribuidos en armarios, que se mueven por raíles y que están clasificados geográficamente.
En uno de los costados de esta sala se encuentran en el interior de una especie de sarcófagos de polietileno, hechos a medida y hasta con respiradero, varias momias muiscas, de las cuales la mayoría nunca han sido expuestas al público.
«Esta tiene el cerebro ahí, que se alcanza a ver porque les hicimos unos ‘TAC’ (tomografías) hace poco», señala Quintero al hablar de la niña de trece años momificada en posición fetal y que vino acompañada con una copa de cerámica y 40 tunjos (figuras antropomorfas) de cobre.
La antropóloga Ana María González, también empleada del Museo, explica a Efe que la momificación de los muiscas era «muy distinta» de las de los egipcios, pues esta cultura prehispánica lo hacía con todos los órganos internos del difunto y luego «realmente era secarlos al fuego, como una uva pasa, envueltos en cuero y textiles».
«Aquí deberíamos estar todos con tapabocas, para evitar la maldición», bromea Quintero.
El buen estado de salud en el que se presenta esta joven momia, que llegó al Museo en los años 80, hace sospechar al arqueólogo que quizá pudo ser un sacrificio humano, pues aún se observa su pelo negro intacto, así como los dedos de las minúsculas y entrelazadas manos.
Al lado, hay otro envase con un cráneo deformado intencionadamente en vida, cuya cavidad ocular la ocupan trozos de conchas y su rostro está velado por una capa de brea.
A pesar de que nadie puede quedarse solo en los depósitos, con frecuencia vienen los «mamos» o líderes espirituales de comunidades indígenas para llevar a cabo bailes, ofrendas y rituales, denominados «limpias», en las salas de las exposiciones abiertas al público y las bodegas, pues las colecciones «también son de ellos», según explica González.
Por otro lado, en la bóveda de orfebrería, cuyo acceso es todavía más restringido, hay «como mínimo unas 25.000 piezas de oro» y de diferentes aleaciones, asegura Quintero, muchas de las cuales no han sido expuestas desde que el Museo empezó a funcionar, en el año 1939.
Los encargados de este enorme tesoro cifrado en un mar de claves y cerraduras dieron su autorización para sacar de la bóveda tres cajones que contenían pectorales de oro de la cultura Calima correspondientes al periodo Yotoco (200 a.C.-900 d.C.) y unos 50 cascabeles con distintas representaciones, típicos de los Tayrona (900 d.C-1600 d.C.).
La información que existe sobre la colección «es poca», afirma González, por lo que invitan a todos los investigadores de las disciplinas relacionadas a venir al Museo y aportar su granito de arena con el propósito de esclarecer los misterios que aún se encierran en el interior de sus cajones.
«Aquí hay para investigar durante cientos de años», apostilla Quintero.