EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
Abogado (Universidad de Buenos Aires) y Doctor en Derecho (Universidad Complutense de Madrid)
La visita por estos días de un ganador del Premio Nobel de la Paz a Argentina nos invita a hacer algunas reflexiones sobre la dimensión de las relaciones internacionales.
Claro, no olvidemos un detalle: esta figura es Barack Hussein Obama, Presidente en ejercicio de los Estados Unidos de América.
Eludo las conocidas polémicas sobre su otorgamiento (2009). Incluso el mismo Premio resulta históricamente cuestionado. Pero en lo referido a la nominación por la entidad el distinguido se encuentra al nivel de de los nobeles argentinos Carlos Saavedra Lamas (1936), por su labor en la medición del conflicto internacional entre Bolivia y Paraguay y Adolfo Pérez Esquivel (1980), por sus aporte a la defensa de los derechos humanos en pleno régimen militar.
Invito al lector a recordar el listado de galardonados anual “a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz” (según indica el testamento del fundador Alfred Nobel)
Vamos al panorama doméstico para evaluar en qué nos influye la vista de esta persona que reviste esa doble característica.
Los gobiernos argentinos tienen, en el campo de las relaciones internacionales, una obligación indelegable. Se encuentra estipulada en el artículo 27 de la Constitución nacional, que forma parte del texto histórico de 1853 y dispone “El Gobierno federal está obligado a afianzar sus relaciones de paz y comercio con las potencias extranjeras por medio de tratados que estén en conformidad con los principios de derecho público establecidos en esta Constitución”. A su vez el Presidente de la nación argentina tiene entre sus atribuciones concluir y firmar tratados, concordatos y otras negociaciones requeridas para el mantenimiento de buenas relaciones con las organizaciones internacionales y las naciones extranjeras, y recibir a sus ministros y admitir sus cónsules, según lo ordena el artículo 99 inciso 11 de la Constitución nacional.
Esto forma parte de la política internacional y de las relaciones internacionales que Argentina debe proyectar en el concierto mundial de naciones, y que pone su énfasis en la contribución que debe hacer al establecimiento y consolidación de la paz y los derechos humanos en el mundo. “Debe” hacerlo porque así lo indica la Constitución nacional.
Ahora, la polémica sobre la visita del Presidente de los Estados Unidos a Argentina en algunas opiniones giró alrededor de “lo que debía hacer, decir o saber” y “que se esperaba algo más” de lo que hizo en 48 horas.
Estas críticas que le formularon posiblemente desconozcan que en el Estado de derecho los gobiernos no son unipersonales. Es decir, que las decisiones que toma un país medianamente respetuoso de las instituciones rechazan los actos impulsivos de su líder, que a su vez comprometen la suerte de toda la nación. Mucho más repugnan las puestas en escenas propias más cercanas a desequilibrios emocionales que a principios de la diplomacia internacional.
Parece que tal vez y sin darnos cuenta estábamos acostumbrados a otro modelo. A algunos les atraía la figura de un jefe de Estado interrumpiendo al resto. O dando cátedra de lo que “debería ser” un ejemplo a nivel mundial. O mejor aún, un paradigma intergaláctico a seguir, aunque los índices estadísticos sociales indiquen otra cosa. Todo un culto a la personalidad, o mejor dicho a la persona. Pero en la política internacional, el destrato y la falta de respeto condenan al aislamiento.
¿Cuál es entonces la función de un Presidente en una misión o visita oficial?
Establecer –o en su caso restablecer- las relaciones internacionales entre ambos países con el norte puesto en los derechos humanos. Y eso no es un punto menor.
Quien pretendía que Obama venga a nuestro país y condene in situ todo lo equivocado (desde la óptica norteamericana) que en Argentina hemos hecho desde hace décadas se equivocaba tanto en las formas como en el contenido.
Tampoco podía alguien con un mínimo de raciocinio imaginar a un representante extranjero desgarrándose sus vestiduras por los errores que sus gobiernos anteriores cometieron.
Lo mismo cabe para el Presidente anfitrión al recibir a otro jefe de Estado. En una relación madura, eso no corresponde ni al invitante ni al invitado. Nuevamente: dejemos de lado los simbolismos vacíos. Nos les fue muy bien a quienes los utilizan como principal acción estratégica.
Tomemos en serio la inserción de Argentina en el mundo. Mejor que los discursos encendidos y soberbios, en primer lugar trabajemos en la recomposición de las relaciones con los Estados.
En segundo lugar fomentemos el diálogo interestatal, siempre manteniendo las posiciones y convicciones. En la diplomacia también “lo cortés no quita lo valiente”.
El resto –que sí existe-, dejémoslo para cuando hayamos hecho lo anterior. No invirtamos el orden de prioridades.
Y esto vale no solo para la visita del Premio Nobel de la Paz en nuestro país.