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Discurso de Gabriel Boric
Por Juan RESTREPO. Bogotá
El gobierno del presidente colombiano Juan Manuel Santos ha iniciado otro proceso de paz, esta vez con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, ELN, el segundo grupo insurgente del país, que cuenta en sus filas con alrededor de 1.500 combatientes. Las conversaciones se han hecho públicas justamente la misma semana que debería haberse firmado el acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, según habían acordado el gobierno Santos y ese grupo guerrillero en septiembre pasado en La Habana.
A los colombianos esta nueva frustración –la no firma del acuerdo de La Habana el 23 de marzo como estaba previsto— les tiene sin cuidado, están acostumbrados a oír hablar de paz, de fin del conflicto, de procesos de paz, desde que tienen uso de razón. Así que otro desengaño importa poco. A quienes sí mosquea mucho el asunto es a las personalidades públicas más o menos involucradas con ese proceso de paz.
Y es que lo que está pasando en La Habana con la delegación de las FARC, que se encuentra instalada allí desde hace más de tres años, recuerda cada vez más al último gran esfuerzo gubernamental por acabar con el conflicto colombiano, durante gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002).
Entonces se les dio a las FARC mientras se negociaba, un territorio equivalente a El Salvador al sur del país, el Caguán, y aquello se convirtió en una especie de Disneylandia insurgente por donde pasaron desde la reina Noor de Jordania hasta los más conspicuos representantes de la Bolsa de Nueva York. Las conversaciones entre Pastrana y la guerrilla terminaron como el Rosario de la Aurora y las FARC aprovecharon para descansar, rearmarse y cuidar allí a los rehenes que tenían secuestrados.
Esta vez el escenario es La Habana, por donde desfilan los más variados personajes a ver qué pasa con los comandantes negociadores, que no desperdician oportunidad para hacer alambicadas declaraciones a la prensa cada vez que llegan al lugar de reuniones con los representantes del gobierno Santos. A los guerrilleros de las FARC se le puede ver, ora en el juego de pelota entre Cuba y un equipo norteamericano durante la visita de Barak Obama a la capital cubana, ora en el concierto de los Rolling Stones, su aspecto es inmejorable y dan la impresión de haber aumentado en estos últimos tres años alguna talla de ropa.
Hasta el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, posó con Iván Márquez y demás negociadores de las FARC durante la visita de Obama a la capital cubana. Aunque se dice en círculos periodísticos de Bogotá, que estaba furioso con sus asesores y con la delegación colombiana por semejante encerrona, justo en plena campaña presidencial norteamericana, al ver que finalmente no se firmó el acuerdo el 23 de marzo.
A quien también ha querido involucrar la diplomacia colombiana es al Papa Francisco, pero con la Iglesia hemos topado. En septiembre pasado, tras su visita a Cuba y Estados Unidos, el pontífice confirmó, en declaraciones a bordo del avión que lo conducía de vuelta a Roma, que intervino personalmente por la paz en Colombia a favor del compromiso entre las partes. «Estoy muy contento, siempre quise eso”, dijo. Y agregó: «Cuando supe la noticia de que en marzo se iba a firmar el acuerdo final le dije al Señor: ‘haz que lleguemos a marzo, que se llegue con esta bella intención porque faltan pequeñas cosas, aunque existe la voluntad, de ambas partes’”. Pero llegó marzo y no hubo acuerdo.
El pasado domingo de Pascua, en la tradicional alocución desde su balcón en la plaza de San Pedro y al impartir la bendición Urbi et Orbi, Francisco pidió por la paz mundial y nombró todos los conflictos que agobian hoy al planeta. Mencionó a Siria e Irak, a Libia, Yemen, Ucrania, Nigeria, Sudán, Sudán del Sur, Congo y Kenia. Todos, menos Colombia.
Antonio Garrigues y Díaz Cañabate, un diplomático prestigioso en la época de Franco, embajador de España en destinos como Washington y el Vaticano, decía que era infinitamente más fácil estar acreditado ante la Casa Blanca que ante el trono de San Pedro, entre otras cosas “porque los obispos tienen nueve formas de decir no”. Y el Papa, digo yo, una muy sutil de dejar claro que no le gusta que lo manoseen.
Ahora, mientras siguen adelante las lánguidas conversaciones de La Habana, el gobierno Santos abre otro frente de conversaciones con una guerrilla, el ELN, muy diferente de las FARC. Ambas se declaran marxistas, pero así como esta última es disciplinada y estalinista, el ELN tiene sus raíces en la revolución cubana y la teología de la liberación. Se compone de siete frentes autónomos que van cada uno más a su aire. Por ello se habla de cinco posibles sedes distintas de conversaciones en países latinoamericanos, entre ellos Cuba nuevamente.
Dado que Noruega también será en este caso país garante, me atrevo a hacer una modesta sugerencia al gobierno colombiano. Que escoja Oslo como sede única. A 20 grados bajo cero y con las calles desiertas a partir de las cinco de la tarde, es posible que allí sí se llegue a un acuerdo de paz con el ELN antes de que termine el mandato de Santos en 2018.