Por NAYO ARAGÓN
Rómulo Huamaní Janampa viene de un linaje cultural importante. Su padre fue machoq de la Danza del Cóndor, que se baila en el sur ayacuchano; y su madre bailaba en las huaylas para las bajadas de Reyes. Su abuelo Jacinto Janampa fue un dansaq reputado.
De muy niño, Rómulo llegó a Lima desde Querobamba y empezó a vivir frente a los entonces arenales, ahora ciudad viva, de Villa María del Triunfo. A pesar de eso los momentos que lo marcaron fueron las vueltas a Ayacucho en las vacaciones escolares. Ahí veía a los danzaqs que llegaban una vez al año a su pueblo. Ese contacto con la danza de tijeras, según él, le movía el alma.
El pequeño Rómulo se convirtió con los años en Qori Sisicha (‘hormiguita de oro’), uno de los danzantes de tijeras más importantes del país, y uno de los emisarios de este arte más renombrados fuera de él. Es fundador, además, de la primera Escuela de Danzantes de Tijeras del Perú.
A pesar de su forzado retiro de los escenarios por temas de salud, Sisicha organiza todos los años fiestas donde invita al público a acompañarlo para celebrar un año más desde que decidió, a los 12, volverse ‘danzaq’.Pero, sobre todo, para celebrar el arte de la danza de tijeras en sí. Como se puede ver por lo recargado del flyer del evento, la empresa es ambiciosa. Casi 100 danzaqs en escena, toros de lidia, conciertos. Una fiesta por todo lo alto.
Y la promoción no decepcionó, al menos no a las 400 personas que llegaron al coloso Yawar Plaza Mamara, en Villa María del Triunfo. El Atipanakuy (competencia de danzaqs) empezó desde las 12 am y duró hasta las 5 pm en la losa afuera del coliseo. Los danzantes se intercalaban el escenario en la explanada del coliseo, rodeados de mesas donde se sentaban los asistentes, todo esto bajo un sol fuerte combatido con cervezas heladas.
Pero más que el sol, lo que iluminó la tarde fue la magia de la danza de tijeras. Esa magia que te mantiene en vilo cada segundo de las 5 horas que dura el evento. Esa que hace que ver a 100 danzantes no se vuelva tedioso o aburrido. Los danzaqs siempre pueden sorprenderte con sus movimientos. Pasan muchas cosas alrededor, pero los pasos del bailarín de turno hacen que solo te concentres en él.
La competencia era entre danzaqs de Ayacucho y de Huancavelica, y el público había tomado bandos. “Mira a los huancavelicanos, son mejores que los ayacuchanos”, comentaban dos amigos mientras tomaban. Los danzantes se turnaban por equipos, 5 minutos para cada uno, la música cambiaba frenéticamente a partir de estas rotaciones.
Los dos animadores del evento también tenían bandos fijos. Cuando hay un cambio de danzaq los ellos también se pasaban el micrófono. Uno animaba a los ayacuchanos, el otro a los huancavelicanos. Intercalaron, además, sus intervenciones entre el quechua y el español. Contaban chistes en quechua y la gente reía, complice.
Después del almuerzo se abrieron las puertas del coliseo aledaño a la losa donde se realizó esta parte de la competencia. Qori Sisicha, en ropas de civil, ingreso al escenario para dar agradecer al público por su presencia, lamentar el hecho de que no podrá danzar por el trajín de organizar un evento como este, y presentar el plato final del Atipanakuy. Dos grupos con tres generaciones de alumnos suyos (cada uno representando a cada región, por supuesto) tomaron el escenario. Primero los niños, luego jóvenes y, finalmente, danzaqs maduros. La complejidad de los movimientos fue subiendo al mismo tiempo que subía la edad de los danzantes.
Estos últimos duelos en el coliseo fueron más intensos que los de la loza, se notaba más la competencia. Los danzaqs se provocan al bailar, se miran y se señalan al hacer sus piruetas más arriesgadas. Se tiran tierra a propósito al bailar.
Los asistentes nos aclararon las diferencias entre los estilos de ambas regiones. “En Huancavelica bailan más con ritmo, hacen más teatro al bailar, más gestos. Los de Ayacucho bailan más con agilidad. Saltan, dan vueltas.”
Vale aclarar aquí que esta fiesta ha ocurrido en Lima. Es, por lo tanto, distinta a las que se podrían encontrar en las regiones donde nació el arte de la danza de tijeras. Es una reinterpretación. Tanto el público como los danzantes más jóvenes no nacieron realmente en Huancavelica y Ayacucho. Se han alineado a partir de la identificación con una tradición que les fue dada. Es, por lo tanto, una celebración de las raíces, de la reafirmación de ellas, del recordar, de la nostalgia.
El siguiente evento de la jornada fue el Torrebajay, en una de las esquinas altas del coliseo había una cuerda larga. Cuando los ‘danzaqs’ terminaron sus duelos -donde no importa quien gana, y por lo tanto, eso no queda muy claro- los animadores pidieron la ayuda de “6 machazos” para que jalen con la mayor fuerza posible desde el otro extremo del espacio. Con la cuerda tensa, un danzaq se trepó hasta donde estaba la cuerda, y comenzó a reptar en ella, haciendo acrobacias de tanto en tanto.
Subiendo y bajando, saltando y dando vueltas en las cuerdas. El Torrebajay no tiene nada que envidiarle a las clásicas acrobacias aéreas de los circos. Con el añadido de que es una cuerda tenzada espontáneamente, por los mismos asistentes del espectáculo.
En estos momentos finales del Atipanakuy, los niños se empiezan a poner impacientes con la siguiente parte del programa, los toros. En esta lid se arma algo parecido al turu pukllay en la sierra. A diferencia de la solemnidad y la reafirmación de status social de lo practicado en lugares como la Plaza de Acho, las corridas andinas tienen un espíritu más lúdico, digno de un espectáculo más horizontal. A diferencia de ellas, también, el toro no es matado. Después de la exhibición las bestias vuelven a donde el ganadero.
Tres toreros bien vestidos son acompañados en el rodeo por un cómico disfrazado de La Chilindrina y otro de Cantinflas. Los 5 atarantan a los 4 toros que son soltados uno por uno. Al final, el objetivo de esta exhibición no es matar al animal. El objetivo es entretener a la gente. Por lo tanto, todos desafiaban lúdicamente a los toros. Y todos terminaron en cierta manera embestidos, para la algarabía del público, y el susto de los niños.
Después de los toros empezó un concierto con distintos artistas que tuvo a la gente celebrando hasta el final de la noche. Digno cierre de una jornada maravillosa.
[Foto de portada: Andina]
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