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Discurso de Gabriel Boric
Ningún gobierno organiza un plebiscito para perderlo. Menos aún si se trata de una iniciativa propia, como la imposición de mayores restricciones para el ingreso de inmigrantes en Hungría, el acuerdo de paz en Colombia, la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea (UE) o la cuarta reelección consecutiva del presidente de Bolivia, Evo Morales. En esos casos y en otros, el resultado terminó siendo adverso. Ocurre a menudo. De las 36 consultas que convocaron entre 1993 y 2014 los gobiernos y los congresos de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en más de la mitad ganó el no a la propuesta original o, en otros términos, ganó el sí, alentado por sus opositores.
En Hungría, la intención del primer ministro, Viktor Orban, era evitar objeciones de la UE a su política contra los refugiados y, en casa, reforzar su estatus político. La escasa participación ciudadana, inferior al 50 por ciento requerido, invalidó el resultado, aunque fuera favorable. En Colombia, sorprendida por la derrota del acuerdo del presidente Juan Manuel Santos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), seis de cada diez inscriptos no sufragaron. En el Reino Unido y en Bolivia se hicieron fuertes el descontento popular, por un lado, y el desgaste del gobierno, por el otro. O ambos factores a la vez.
Los gobiernos nuevos tienen más posibilidades de ganar un plebiscito que aquellos que transitan unos años de ejercicio. En los primeros tiempos de la gestión, el capital político está intacto y puede arriesgarse con facilidad. Los ciudadanos muchas veces no votan sobre el motivo de la consulta. Apoyan o rechazan al mandatario de turno, como si se tratara del referéndum revocatorio que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, se niega a convalidar. Cuando los ciudadanos no votan como pretenden sus gobiernos, haciendo valer su derecho, suele estallar una crisis política. Si la situación económica es mala, mejor no formular preguntas.
Tras el acuerdo de paz del Viernes Santo de 1998 en Irlanda del Norte hubo dos plebiscitos, uno en ese país y el otro en la República de Irlanda. Ambos pueblos se sintieron involucrados, factor decisivo para evitar que siguieran peleándose. El conflicto cedió paso a la paz con una victoria arrolladora del sí. El sí en estéreo. ¿Fue una rareza? En los plebiscitos realizados en Europa desde 1945 hasta 2013, según un análisis de Braulio Gómez Fort, investigador de la Universidad de Deusto, España, recogido por el diario El País, los gobiernos ganaron apenas el 53,5 por ciento. Poco más de la mitad.
¿Qué obra en contra de aquello que parece un trámite sencillo? La posición de los partidos políticos, más allá de los afanes gubernamentales. Escocia no obtuvo su independencia del Reino Unido en 2014 gracias a la solidez del laborismo. El mismo partido, debilitado dos años después, no pudo atajar el Brexit (la salida del Reino Unido de la UE), centrado en los problemas que supuestamente causa la inmigración. Es inminente una nueva consulta: la ministra principal escocesa, Nicola Sturgeon, está organizándola para “proteger los intereses de los escoceses”, que votaron mayoritariamente por la permanencia en la UE. La salida del Reino Unido está prevista para marzo de 2019.
Los partidos influyen en los plebiscitos. En especial, cuando erigen a un líder de la causa, como Boris Johnson por el Brexit, Álvaro Uribe por el no en Colombia o, en el plebiscito francés de 2005, Laurent Fabius en contra de la Constitución europea. El non de Francia tuvo su correlato en el nee de Holanda. El no puede forjar corrientes más aglutinadoras que el sí. O provocar tempestades. David Cameron renunció a su cargo de primer ministro, dejó su escaño como diputado y se despidió de la política a raíz de aquello que ni él mismo creía posible: la victoria del Brexit. Terminó siendo víctima de sí mismo.
Los suizos votan hasta cuatro veces por año diversas iniciativas, como los norteamericanos en coincidencia con sus elecciones. Son proyectos ciudadanos, así como derogaciones de leyes. La democracia directa o plebiscitaria no cuadra en todas las latitudes. El primer ministro de Italia, Mateo Renzi, corre el riesgo de que la ciudadanía rechace el 4 de diciembre una reforma constitucional que simplifica el sistema político y garantiza una mayor gobernabilidad. “No es un plebiscito sobre mi persona”, aclaró. Será un plebiscito sobre su gobierno. De resultado incierto, como todos los otros.