sábado, 10 de diciembre de 2016
De Bonaparte a Carolina Stanley con escala en Marx

El abrazo de la ministra, Carolina Stanley y Emilio Pérsico, referente del Movimiento Evita

Por Adolfo ATHOS AGUIAR

La historia del marxismo incluye el tránsito de las nomenclaturas a las nomenklaturas. Las primeras, en la búsqueda marxiana de los taxones de las clases sociales y sus relaciones de producción. Y las segundas, en las nóminas de privilegiados que acompañaron al envejecimiento de todos los procesos marxistas del siglo veinte.
El 23 de noviembre muchas organizaciones sociales con «quince años de construcción política sobre la base del conflicto y su expresión en las calles” firmaron un Acta Acuerdo con los ministros Stanley y Triacca. En las ediciones del domingo 4 de diciembre restallaban como balizas sendas notas publicadas en Pagina 12 (El nuevo bipartidismo), La Nación (El costo argentino), Clarín (El gobierno negocia una caja millonaria con los piqueteros) y Perfil (Los directores de AFIP y del Central son los que más ganan en el estado), que desnudan nomenclaturas y nomenklaturas.

En la Argentina, la interpretación de los medios de prensa consolidados debe hacerse como la de una cacofonía manicomial, donde la armonía sólo puede encontrarse en los silencios. Página 12 ensaya la manera de recuperar el control de una “clase trabajadora” omnicomprensiva, que sostenga la vía de conflicto en las calles a la par de las relaciones de producción. La Nación denuncia «un modelo donde ocho millones de personas en el sector privado deben sostener a casi veinte millones que viven del Estado». Clarín da cuenta del intento del gobierno de cooptar parte de la clientela movilizada. Perfil enuncia una parte de las canonjías del funcionariado público como nueva casta nacional.
A despecho de sus acrobacias sobre los taburetes de Ernesto Laclau o Negri y Hardt, no es que nuestros intelectuales estén inventando algo nuevo:
“Bajo el pretexto de crear una sociedad de beneficencia, se organizó al lumpemproletariado de París en secciones secretas, cada una de ellas dirigida por agentes bonapartistas y un general bonapartista a la cabeza de todas. Junto a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda esa masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème: con estos elementos, tan afines a él, formó Bonaparte la solera de la Sociedad del 10 de diciembre, «Sociedad de beneficencia» en cuanto que todos sus componentes sentían, al igual que Bonaparte, la necesidad de beneficiarse a costa de la nación trabajadora.” (18 Brumario de Luis Bonaparte Cap. V Karl Marx (diciembre de 1851/marzo de 1852)
Los debates de nuestra izquierda siempre son más rudimentarios y primitivos que los de la izquierda internacional (que todavía existe, y todavía reflexiona). En la reedición de un viejo folleto (La clase trabajadora en el siglo XXI de Chris Harman y Alex Callinicos, International Socialism, no. 96, octubre de 2002) que dedicó un par de párrafos a la crisis argentina de principio de siglo, este falso dilema es abordado con crudeza “Fue un ejemplo clarísimo de que hay dos direcciones distintas en las que puede encaminarse la desesperación y el encarnizamiento que existe entre las “multitudes” de las grandes ciudades del tercer mundo. Una dirección involucra colectivamente a los trabajadores en lucha y atrae a millones de otros sectores empobrecidos detrás de ellos. La otra implica que los demagogos explotan la sensación de desesperanza, desmoralización y fragmentación para dirigir el encarnizamiento de un sector de las masas empobrecidas contra otro. Por esto la clase trabajadora no puede simplemente ser vista como un agrupamiento más dentro de la “multitud” o del “pueblo” sin una importancia intrínseca para la lucha contra el sistema.”
Más adelante precisa “El error es ver a los movimientos de grupos sociales dispares como “sujetos sociales” capaces de llevar adelante la transformación de la sociedad. No son capaces de esto. Debido a que no se basan en la organización colectiva arraigada en la producción, no pueden desafiar el control sobre la producción que es la clave del poder de la clase dominante. Pueden crear problemas a gobiernos particulares. Pero no pueden comenzar el proceso de reconstrucción de la sociedad desde abajo. Y en la práctica, los trabajadores que podrían comenzar a hacer esto juegan sólo un papel marginal dentro del movimiento. Hablar de “coaliciones arcoíris” o de “multitud” oculta la poca participación en el movimiento de los que trabajan durante largas jornadas en empleos manuales o rutinarios de cuello blanco (y con horas extras de trabajo no pagado de crianza de los niños). Subestima el grado en el que este movimiento sigue dominado por aquellos cuyas ocupaciones les dejan más tiempo libre y energías para ser activos. Las teorías de moda sobre la “sociedad postindustrial” se vuelven así una excusa para justificar una estrechez de miras y de acción que ignora a la gran mayoría de la clase trabajadora”.
Las nuevas nomenklaturas (¿Habrá soñado Carolina Stanley hace apenas un año que hoy estaría imitando a Luis Bonaparte?), generan otra tensión que quizás ahora propicien que dentro de la propia clase trabajadora argentina alguien inicie su reflexión y reformulación, como anhelaba Juan Bautista Justo hace apenas un siglo.