EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
“Un Estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo.”
Sófocles, poeta y dramaturgo griego. 496-406 A.C.
Las multitudes se escuchan a kilómetros de distancia. Las lagrimas sobrevienen como cánticos lógicos de aplausos que se antojan interminables. La euforia del triunfo navega en una ovación creciente. La voz del orador u oradora, cuya figura apenas se alcanza a divisar, es el punto de partida para reventar en júbilo ¡Viva el pueblo! cantan las multitudes, mientras el corazón se estremece, casi en éxtasis…
Al desenmascarase la desigualdad, por la evidente pobreza entre vastos sectores de la población, a finales del siglo XX, en la cúspide del neoliberalismo económico y con el antecedente cubano Fidel Castro y el ahora Raúl Castro, resurge en toda América Latina, una izquierda combativa, con ideología marxista-leninista y de objetivo antiimperialista. Dos de los fenómenos más notorios son la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el EZLN, en el estado mexicano de Chiapas y la llegada al poder de Hugo Chávez, el caudillo venezolano.
Antes del surgimiento de estos liderazgos la historia la escribieron una larga lista de dictaduras militares derechistas. Porfirio Díaz en México, Augusto Pinochet en Chile, Aparicio Méndez en Uruguay , Alfredo Stroessner en Paraguay, Hugo Banzer en Bolivia, Juan Velasco Alvarado en Perú, Humberto Branco en Brasil, Gustavo Rojas Pinilla en Colombia, Marco Pérez Jiménez en Venezuela, Guillermo Rodríguez Lara en Ecuador, Torrijos Herrera y Noriega en Panamá, Somoza en Nicaragua, Carias Andino en Honduras, Castillo Armas en Guatemala, Rafael Trujillo en Rep. Dominicana, la de Juan Carlos Onganía y las Juntas Militares de Videla, Viola, Galtieri y Bignone, en Argentina-, sin olvidar la pendular y demagoga dictadura de facto Peronista en aquél país;
La liberación del pueblo, frase constante y representativa del socialismo latinoamericano del siglo XXI, se registra en boca de los predicadores más sagaces y se hospeda en el eco contagioso a lo largo del continente americano. Pero se ha comprobado, una y otra vez, que ese grito o declamación es tan solo una quimera; un arma que permite encender sentimientos populares, cuyo final perverso es la promesa jamás cumplida y por desgracia también, el enriquecimiento a costa del pueblo, tan condenado en el discurso populista.
En su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, publicado en 1822, Alexander von Humboldt, vislumbró las abismales diferencias entre la población de las naciones americanas y lo expresó así respecto a México:
-“México es el país de la desigualdad. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de fortunas, civilización, cultivo de la tierra y población… La capital y otras muchas ciudades tienen establecimientos científicos que se pueden comparar con los de Europa. La arquitectura de los edificios públicos y privados, la finura del ajuar de las mujeres, el aire de la sociedad; todo anuncia un extremo de esmero, que se contrapone extraordinariamente a la desnudez, ignorancia y rusticidad del populacho. Esta inmensa desigualdad de fortunas no sólo se observa en la casta de los blancos (europeos o criollos), sino que igualmente se manifiesta entre los indígenas.”
Los países latinoamericanos comparten no solo paisajes idílicos, un romanticismo inmaculado, cuentos, novelas, un pasado transitado de historias de una trágica conquista, idiomas de raíces romanas que cohabitan con cientos de lenguas más, ritmos musicales, surrealismo o sincretismos religiosos. Además de la desigualdad y la pobreza que afectan a sus habitantes, hay un punto de comunión desafortunado: el escaso conocimiento de la idea de democracia y la corrupción de sus sistemas políticos.
Del latín “corruptio” el prefijo con (que cambia a cor)- sinónimo de “junto, globalmente”, el verbo rumpere, que se puede traducir en “hacer pedazos, destruir, dañar, sobornar o pervertir” y el sufijo “-tio”, equivalente a acción y efecto, la corrupción en Latinoamérica, no escapa a ningún sector o tendencia política, ni discrimina la mano dura derechistas o bien las palabras de “amor” y “solidaridad” de izquierda. Prueba de ello son la bolivariana fortuna de la hija de Hugo Chávez, María Gabriela valuada en 4.2 mil millones de dólares (Diario de las Américas 2015), los revolucionarios 110 mil millones de dólares de Fidel Castro (Forbes 2016), el desvió de 100 millones de dólares de dinero oficial por parte del ex presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, o el ya en democracia procesado, Pinochet por evasión fiscal, falsificación de documentos, engaño en declaración de bienes y falsificación de ingresos y sus cuentas millonarias, ocultas especialmente en el banco Riggs.
La lista de casos de corrupción parece no tener fin, al grado que pudiese caerse en la tentación de afirmar que se está frente a un problema de carácter meramente cultural. La directora ejecutiva de Transparencia Venezuela, Mercedes de Freitas, creé que esta apreciación es equivocada: «Yo he visto suecos que se corrompen acá y venezolanos en Noruega que actúan al pie de la letra de la ley. No es la gente, es el sistema», asegura. Su argumento está lleno de verdad; los países latinoamericanos, a mayor o menor escala sufren de putrefacción en sus gobiernos debido a que el escenario en el continente, irónicamente al igual que el de sus hermosos paisajes, es tierra fértil, una plataforma ideal para que prolifere la corrupción, basada, según Robert Klitgaard, economista, catedrático en la Universidad de Claremont (CGU) y autoridad mundial en la materia, en tres elementos básicos: monopolio de poder, discrecionalidad y falta de rendición de cuentas.
El último de ellos entendido como impunidad, esa falsa camaradería,compadrazgo sagrado que conlleva a la pérdida de brújula moral, sacrificada en aras de complicidad. La que como bien dice De Freitas, se confunde con solidaridad en la manera de hacer política y/o negocios en Latinoamérica. La fórmula que se repite con éxito desde la Sierra Madres, Oriental y Occidental en México hasta la Tierra del Fuego en el Cono Sur, tiene un rasgo distintivo: va impregnada de abuso y arbitrariedad. La red de corruptelas de Odebrecht es prueba irrefutable y ejemplo ignominioso de ello.
El problema para Latinoamérica y su clase política (sea de derecha, sea de centro o de izquierda) es lo que David Smilde, investigador de la organización no gubernamental Washington Office on Latin America (WOLA), logra identificar respecto a Venezuela: «la idea venezolana de luchar contra la corrupción no es fomentar la sanción y la transparencia, sino poner a la gente adecuada, ‘a tu gente’, en el poder, que fue lo que hizo Chávez». De ahí la peligrosidad de falsos profetas como el fundador y dirigente en México del Movimiento de Regeneración Nacional, Andrés Manuel López Obrador, cuya retórica a pesar de partir de realidades como el Fobaproa, el Rescate Carretero, la concentración de riqueza en monopolios, abusos, el combate a la desigualdad y a la pobreza, carece de estrategia para reformar las estructuras base del sistema. De esta forma, el discurso, sea cual sea, una vez instalado en el poder, dentro de un sistema de prácticas corruptas, será cianuro que asfixie el curso normal del desarrollo de cualquier ideal de justicia social y de democracia.
“Si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá”, advirtió ya hace más de 2000 años, el poeta griego Horacio. No hay más que ver el atormentado caso de Venezuela, palpable aún antes de que estallara la crisis actual- durante el chavismo las acusaciones de corrupción a gran escala en las altas esferas fueron muy comunes, pero pocas veces pasaron de la denuncia. Según la fiscalía venezolana, hasta el 2016 alrededor del 90% de los crímenes al año quedaron impunes.
Sin embargo, el proceso democratizador en Latinoamérica no es batalla perdida. Por el contrario, jamás en la historia moderna de este continente se ha estado tan cerca de la oportunidad para la agilización de su buen desarrollo. Prueba fehaciente de ello es la valiente lucha contra la impunidad librada a capa y espada a lo largo de América Latina, cuyo parte aguas, sin duda, es el caso de Alberto Fujimori, condenado a 25 años de cárcel. Con él, se logro lo impensable y se tocó lo intocable (el caso Pinochet es capítulo aparte).
Hoy los ejemplos son numerosos –Lula da Silva, ex presidente brasileño, acusado de recibir pagos y favores de constructoras, y de estar involucrado en la red de saqueó de la petrolera Petrobras; Elías Antonio Saca, ex presidente salvadoreño, encarcelado y en espera de ser juzgado sin derecho a fianza por malversación de fondos; Mauricio Funes, ex presidente salvadoreño- asilado en Nicaragua con su esposa e hijo, también perseguido por la justicia salvadoreña- a quien se le abrió juicio por peculado, malversación, enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias durante su mandato; Otto Pérez Molina, ex presidente guatemalteco y la vicepresidenta Roxana Baldetti junto con 57 altos cargos de su gobierno, empresarios y banqueros, acusados en el caso “Línea” por delitos de asociación ilícita, enriquecimiento ilícito, cohecho pasivo, lavado de dinero o de financiamiento electoral ilícito.
La lista sigue. Cristina Fernández, viuda de Néstor Kirchner, ex presidenta de la Argentina, procesada por perjuicio al Estado, por asociación ilícita, administración fraudulenta respecto a concesión de obras públicas, entre otros cargos (estando su hijo e hija también implicados); los primos Nule en Colombia, Miguel (hoy testigo en el caso Odebrecht), Manuel y Guido, hijos de ex ministros y ex gobernadores, implicados en el escándalo del Carrusel (comisiones cobradas respecto a contrataciones públicas), condenados a más de 8 años de prisión por peculado por apropiación, fraude procesal, falsedad en documento privado y concierto para delinquir; y el caso cínico de desfalco y corrupción de dimensiones de ciencia ficción, el hilo negro, Javier Duarte, ex gobernador del Estado de Veracruz, preso en Guatemala en proceso de extradición a México, acusado de delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita.
Sin embargo, la lucha continúa y si bien la batalla contra la impunidad es vital, debe tenerse presente que mientras en el discurso se distinga el “ellos” del “nosotros” no habrá jamás desarrollo sustentable, ni justicia, ni igualdad ante la ley. La democracia moderna no debe entenderse como una meta conclusa, un ideal al que se arriba súbitamente, sino como un proyecto conjunto en el que debemos educarnos todos desde temprana edad para conocer nuestros derechos pero también nuestras obligaciones. Un pacto social que se desarrolla y que se defiende día con día ante los nuevos retos que se le presentan (hoy por ejemplo el impulso de la economía a la par de la defensa y conservación del medio ambiente).
El camino a la madurez civil y cívica requiere la implantación de mecanismos de transparencia y monitoreo objetivos respecto de la actuación del Poder Público, la correcta aplicación de recursos públicos (en programas de gobierno y contratación pública) y de la rendición de cuentas. Exige un sistema participativo con responsabilidad civil de la sociedad civil, el sector privado y de un gobierno descentralizado para lograr un desarrollo equilibrado y permanente. Solo así, evitaremos que la historia siga escribiéndose de la siguiente manera:
… Comenzaba a dar entrada el atardecer, mientras los pedazos de papel de colores se perdían en el horizonte de un paisaje de vegetación abundante y el orador- Fidel, Chávez- quien quiera que haya sido, se retiraba de la tribuna, exhausto, después de haber proferido la acostumbrada retahíla de promesas y haber atribuido la culpa del desastre a “los otros”. La multitud que olvidó su tarea de forjar una democracia día con día, prefirió coronar al dictador-monarca. Reinará bajo la ley de la camaradería: cuenta la leyenda que no fue él, ni fue ella, sino la necesidad de un sistema lo que lo hizo eternamente impune.