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Discurso de Gabriel Boric
Cannes. Por Ernesto PÉREZ
“Las hijas de Abril”, de Michel Franco, primero de los
tres films latinoamericanos invitados a la reseña paralela del 70º. Festival
de Cannes, “Una cierta mirada”, que cuenta con jurado propio presidido por
Uma Thurman, compartió cartel hoy con los dos de la sección oficial, el
francés “120 battements par minute” de Robin Campillo y el sueco “The
Square” de Ruben Ostlund.
Pero mientras “Las hijas de Abril” trata de una difícil relación entre
madre e hija, “120 latidos por minuto” recuerda la batalla en Francia de
los grupos homosexuales para que las autoridades hiciesen campañas de
información y de prevención del SIDA, dejándola de considerar una peste
circunscripta a las minorías de riesgo (gays, drogados, presos y
prostitutas).
Por su parte, “El cuadrado” es poco más que una comedia sobre la
hipocresía que está a la base de la buena educación y lo políticamente
correcto.
Franco, 38 años y un aspecto de adolescente que no lo abandona desde que
Cannes lo descubrió en 2010 con su ópera prima “Después de Lucía”,
pertenece a esa nueva camada de directores mexicanos que se han quedado en el país después de la emigración a Hollywood de los tres mosqueteros,
Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro.
Y la casualidad ha hecho que los dos primeros estén presentes en Cannes,
uno con un proyecto de realidad virtual, “Carne y arena”, y el otro con
una lección magistral, el próximo miércoles 24.
“La hijas de Abril” es la historia de Valeria (una extraordInaria Ana
Valeria Becerril) que en su primera relación sexual a los 17 años queda
embarazada y decide seguir adelante con su embarazo sin darse
cuenta de su escasa preparación para su nuevo papel.
Pero será su madre, Abril (la española Emma Suárez) que tomará cartas
en el asunto y se apropiará del bebé y del padre, obligando a Valeria a
asumir totalmente su responsabilidad maternal.
Franco, autor también del guión, además de ser productor y montador,
describe un drama familiar que por caminos insospechados llega a un
satisfactorio final, ayudado por un excelente reparto de jóvenes intérpretes
que hacen de corona a la impecable profesionalidad de Emma Suárez.
A más de 30 años de la aparición de la “peste del siglo”, que
volvió a arrinconar en la marginación a una homosexualidad que con el “gay
pride” había conquistado un derecho a la existencia, faltaba todavía una
historia de la lucha para que no se considerara el SIDA solo un castigo divino
y se impusieran normas de profilaxis y se urgiera a las compañías
farmacéutica la búsqueda de remedios.
El grupo más batallador en Francia fue el Act Up, copiado de su epónimo
norteamericano, que manifestaba por las calles, entraba en los laboratorios y
manchaba con sangre falsa paredes y escritorios y se enfrascaba en largos
debates, elaborando planes de acción destinados a despertar a la opinión
pública, desmintiendo que solo las minorías de riesgo podían enfermarse y
contagiar.
Protagonista el argentino Nahuel Pérez Biscayart, descubierto aquí en
Cannes y que hoy hace una estrepitosa carrera en Francia, en el papel de Sean,
un joven militante infectado que descubre el verdadero amor en los últimos
estadios de la enfermedad.
Campillo, autor del guión original, junto al que fuera presidente del Act
Up entre 1997 y 1999, Philippe Mangeot, no trata de ocultar el enfoque
polémico y panfletario de su filme, que coincide con la acción de ese grupo
que se colocó al extremo de la lucha en Francia por ver reconocidos sus
derechos a la vida y al amor, dando un gran espacio a las interminables
discusiones que sirven también para pintar las distintas ánimas de sus
militantes.
Pero en su film hay también espacio para la emoción como la tierna
relación que establecen Sean y Nathan (Arnaud Valois) y que se terminan con
una eutanasia que es también un acto de amor.
Una buena mitad de “El cuadrado” es una risueña comedia sobre las
aventuras de un curador de un museo de arte contemporáneo, que da buenas
limosnas a los mendigos que llenan las calles y las estaciones de Estocolmo y
describe con discursos incomprensibles las obras de arte que instala en sus
museos que nadie tiene la curiosidad de ver.
Hasta que le roban el monedero y el celular y toda su filantropía y su
buena educación se vienen abajo y le revelan su verdadera índole.
Pero el film se alarga inútilmente dos horas y media que terminan por
cansar al espectador.