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Discurso de Gabriel Boric
Por Ignacio PERALES, para SudAméricaHoy
Era una crónica anunciada. Únicamente faltaba conocerse la fecha. Después del «desacato», el Gobierno de Nicolás Maduro, por medio de su fraudulenta Asamblea Constituyente (ANC), vació de contenido la otra Asamblea (AN), la legal, la que funciona como el viejo Congreso. Los diputados no reconocen, como el resto del mundo democrático, esta nueva decisión pero al Gobierno le da igual. Lo que tiene perdido internacionalmente no va a empeorar ni lo va a recuperar. Al menos, eso debe pensar.
El decretazo por el que ha quedado, -a efectos reales pese a lo que dice Delcy Rodríguez-, disuelto el último vestigio de democracia quehabía en Venezuela es la guinda del pastel de atropellos, abusos de poder e impunidad de un régimen que sólo pueden defender los intolerantes, antidemocráticos o aquellos países que dan prioridad a sus intereses antes que a sus principios. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que Rusia -después de cobrarse sus deudas- le de la espalda a Maduro? ¿Lo hará antes China?
Algunas voces aseguran que Venezuela es la nueva Cuba y podrá resistir como la isla el aislamiento. Hay que hacer mucho esfuerzo para coincidir con esa posición. Ni Maduro es Castro, ni este siglo es lo mismo que el anterior ni la comunidad internacional, pese a llegar tarde, había cerrado filas frente al Gobierno de Caracas.
El famoso “bloqueo” de Estados Unidos a La Habana fue de Estados Unidos, no del resto del planeta. Ahora, la versión democrática del globo, coincide en no dar más oxígeno a los militares corruptos que han convertido Venezuela en tierra arrasada. Tiene la lista negra de los jerarcas a los que ha bloqueado sus fondos en «el imperio» y la Unión Europea está en la misma senda.
La OEA se ha despertado con Luis Almagro de un letargo imperdonable. El uruguayo ha vuelto a llamar las cosas por su nombre y calificó de “profundización del golpe de Estado”, la decisión adoptada por Delcy Rodríguez en nombre de su jefe. Su paisano, Tabaré Vázquez, debería seguir su ejemplo. La región, a excepción de Nicaragua con el matrimonio Ortega y Evo Morales (lo de Lenin Moreno hay que tomarlo con pinzas) espera que Maduro de un paso al costado, negocie una salida y permita un Gobierno de transición para salir de una crisis trágica. Bastaría con convocar elecciones después de haber «arreglado» un «retiro» (dentro o fuera) sin revanchas o venganzas.
Sería cándido pensar que Nicolás Maduro es el único responsable o el que tiene en exclusividad el poder real pero es el que todavía tiene el control. El pacto para que Venezuela deje de sufrir debería ser con esa cúpula militar que forma parte de una red de corrupción sin fin en todos los sectores de la economía.
Hasta Su Santidad, tan reticente a la condena de gobiernos que presuntamente son de izquierda, pidió (menos de 24 horas antes de su instalación) que la Constituyente no se concretara. Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y el resto de los que mandan decidieron no escucharle. Creyeron tener la última palabra pero la misa se termina con una bendición y ésta no se ha producido.