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Discurso de Gabriel Boric
Buenos Aires. Por Stella MONTORO, para SudAmericaHoy (SAH)
El referéndum de Las Malvinas, crónica de un resultado anunciado, servirá, una vez más, para que Argentina y Gran Bretaña agiten la bandera del nacionalismo sobre el archipiélago del Atlántico Sur. En Buenos Aires, el Senado tratará esta semana un proyecto de condena por permitir que los “kelpers”, como se refieren en el continente a los malvinenses, se pronunciaran sobre el pasaporte que quieren tener o, mejor dicho, que ya tienen. Los habitantes de esos territorios, mas cerca del polo sur de lo que muchos imaginan, son poco más de tres mil y, como sucede con los de Gibraltar, su deseo de cambiar de colores patrios es nulo. El escrutinio ha demostrado que, de las 1.503 personas que votaron, sólo tres lo hicieron en contra (hubo un voto impugnado).
¿Desea usted que las islas Falklands retengan su actual estatus político como territorio de ultramar de Reino Unido? La pregunta era clara, sencilla y directa. No había trampa ni gato encerrado. Los 1.600 habitantes con derecho a voto lo sabían. También son conscientes de que el resultado de la votación tiene un valor puramente simbólico pero eso, es mucho. Pese a quien pese, no es lo mismo Las Malvinas antes que después de la consulta popular.
Dicho esto, el referéndum no tiene validez a ojos de la ONU. El Comité de Descolonización de Naciones Unidas lo considera, “territorio no autónomo administrad por el Reino Unido cuya soberanía es disputada con Argentina”. Este organismo ha instado en varias ocasiones a las partes para sentarse a negociar pero Inglaterra no acepta la recomendación.
Los argumentos de Argentina para reclamar las islas son históricos y su rechazo al referéndum es que se trata de una población “impostada” aunque lleve sufriendo el frío polar y los vientos gélidos desde hace doscientos años. Los argentinos sostienen que las poblaron primero –tampoco es exacto- y con esa tesis han tratado de convencer al mundo de que les pertenecen. Los británicos, aseguran que se instalaron –por la fuerza- cuando había un puñado de ovejas y no se veía un argentino ni de lejos (el continente está a quinientos kilómetros). Entonces, no se hablaba de petróleo ni los recursos pesqueros se miraban como una infinita despensa natural.
En rigor a la verdad, las islas pertenecieron al Reino de España hasta que los territorios americanos lograron independizarse de la Corona. Después, la historia se complica. Pero el conflicto por quedarse con ellas se desató, año tras año, entre Londres y Buenos Aires. A estas alturas no parece que el escenario vaya a cambiar pero en mayo pasado un actor nuevo intervino en la polémica. El presidente de Uruguay, en la Embajada de Argentina, con la sorna que le caracteriza dijo: “En el reclamo de las islas Malvinas no somos desinteresados, después discutiremos si son argentinas o son uruguayas. Al fin y al cabo, en tiempos de la colonia, las Malvinas se atendían desde el puerto de Montevideo. Vaya contradicción”.
Bromas aparte lo que dijo José Mujica se ajusta a la realidad. Esa mismas tésis la desarrollan Juan Ackerman y Alfredo Villegas, en el libro “Las Malvinas, ¿Son uruguayas?”. En una entrevista reciente con la agencia Efe Ackerman aseguraba que el libro, “no está hecho para levantar polémica, está hecho para contar la verdad y para permitir una solución muy sana al problema, que es la de sacar los eslóganes por ambas partes”.
Las doscientas islas que forman el archipiélago del Atlántico Sur fueron gobernadas entre 1777 y 1814 desde el Apostadero Naval de la Real Armada española de Montevideo. «Su administración, -continúa- se produjo con total independencia del Virreinato del Río de la Plata, las costas patagónicas, la Tierra del Fuego, el Estrecho de Magallanes y el archipiélago de las Malvinas, jurisdicción que Uruguay heredó formalmente de España y que le fue usurpada por británicos y argentinos durante todos estos años”.
Ackermann alega que existen numerosos documentos que prueban el reconocimiento británico de la soberanía española sobre las Malvinas y que, por lo tanto, cuando éstos ocuparon por la fuerza las islas, en 1833, vulneraron a sabiendas al soberano legítimo de las mismas, lo que convierte en ilegal su presencia allí. Llegado este punto, si Mujica se pone serio también podría meter baza en el asunto y el próximo referéndum no sería para conservar la nacionalidad británica sino para sumar la uruguaya. Quizás, no sea tan mala idea.
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