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Discurso de Gabriel Boric
Por Manuel FUENTES/Efe
La exmandataria chilena Michelle Bachelet, vencedora de las elecciones primarias por el bloque opositor, tiene ante sí el difícil reto de integrar un programa que satisfaga las demandas ciudadanas y al mismo tiempo recomponer el equilibrio entre los partidos que la apoyan.
Con el respaldo del 75 % de los votos, Bachelet, de 61 años y quien ya presidió Chile de 2006 a 2010, ratificó este domingo su condición de «líder natural» del opositor pacto Nueva Mayoría.
Pero la exdirectora de ONU Mujeres -que concurrió a las primarias con el aval de socialistas, comunistas y socialdemócratas- deberá hacer uso de su carisma y capacidad política para ganarse el favor de los otros sectores de la centroizquierda, especialmente los democristianos.
Aunque todas las encuestas la sitúan como favorita para ganar las presidenciales del próximo 17 de noviembre, su retorno a La Moneda se está haciendo cada vez más empinado a esta médico cirujana, pediatra y epidemióloga que domina seis idiomas, que estuvo casada dos veces y es madre de tres hijos.
Bachelet fue convencida por su entorno cercano de que le correspondía asumir la candidatura presidencial de la maltrecha Concertación, la coalición de centroizquierda que gobernó Chile desde 1990 a 2010.
Para ello debió renunciar en marzo pasado a la dirección de ONU Mujeres, decisión que según algunos analistas supuso incluso que renunciara a convertirse en la primera mujer secretaria general de Naciones Unidas, toda vez tenía posibilidades de suceder en el cargo al coreano Ban Ki-moon.
Para quienes la conocen bien, esta determinación es plenamente coherente con la formación y la trayectoria política de una mujer acostumbrada a los desafíos de resultados inciertos.
Desde que regresó de la ONU, Bachelet se ha distanciado de los dirigentes de la Concertación y ha tenido gestos hacia el Partido Comunista, sectores sociales especialmente, los jóvenes, muy críticos con la clase política chilena.
Su estrategia apunta a formar una nueva mayoría acorde con una sociedad cada vez más consciente de sus derechos y que no duda en salir a las calles para reclamarlos.
Aunque la derecha y el presidente Sebastián Piñera insisten en que el gobierno de Bachelet fue el peor desde la recuperación de la democracia, en 1990, las encuestas mantienen como favorita a esta mujer acostumbrada a navegar contracorriente.
Una mujer que en 2006 se confesaba asombraba de haber ganado la presidencia «cargando pecados capitales» para un país de marcada raigambre conservadora: «ser mujer, agnóstica, socialista y separada».
La empatía de esta hija de un general democrático que murió a causa de la tortura tras el golpe de 1973 nunca se resintió, tampoco cuando entregó la presidencia a Piñera, dos semanas después del terremoto que devastó parte de Chile el 27 de febrero de 2010.
Desde entonces, sus detractores han tratado de convencer a los chilenos de que Bachelet cometió errores graves frente a la emergencia y de que sería la gran responsable de una fallida alerta de tsunami que podría haber evitado decenas de muertos.
Entre los logros que Bachelet puede mostrar de su gestión destacan la reforma que incorporó a millones de chilenos a beneficios estatales en seguridad social, salud, vivienda y educación.
Ahora, en su nuevo desafío, Bachelet se enfrenta a una derecha que esgrime un crecimiento económico cercano al 6 %, una baja inflación (1,5 % en 2012) y un reducido desempleo (6 %), como ejemplos de una eficaz administración.
Bchelet también tiene ante sí la difícil tarea de ordenar la Concertación, cuya aprobación no llega al 20 % y que es percibida como una coalición incapaz de entender la nueva realidad de un país en el que las organizaciones sociales tienen un creciente protagonismo.
Michelle Bachelet jamás pensó en su juventud que algún día podría ser la primera presidenta de Chile y menos aún que podría optar a un segundo mandato en un país en el que la mujer conquistó el derecho a voto en 1949, cuando ya tenía una Premio Nobel de Literatura (Gabriela Mistral).
Su carácter se forjó en las experiencias vividas durante la dictadura militar, cuando murió su padre, el general Alberto Bachelet, y ella y su madre, Ángela Jeria, fueron detenidas y torturadas.
Ambs se exiliaron luego en Australia y después en Alemania Oriental, hasta que en 1979 volvió a Chile, donde se tituló como médico cirujana y se especializó en pediatría y salud pública.
En política, trabajó por el retorno de la democracia y colaboró con organizaciones que asistían a hijos de torturados y desaparecidos.
Con la restauración de la democracia en el Ministerio de Salud al tiempo que estudiaba estrategia militar en la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos y posteriormente en el Colegio Interamericano de Defensa, en Washington.
En marzo de 2000, el presidente Ricardo Lagos la nombró ministra de Saludy en enero de 2002, titular de Defensa, cargo desde el que comenzó a ganar una popularidad que ha ido creciendo a medida que avanzaba su carrera política.