EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
Por Ignacio MEDINA, para SudAmericaHoy (SAH)
Primera sorpresa. La pizarra que anuncia cebiche de concha negra en La Mar. La veo una tarde de primeros de julio y pido. Han pasado tres o cuatro años desde la última vez que se sirvieron conchas negras en esta casa. Gastón Acurio fue en su día el principal impulsor de la renuncia a servirlas en buena parte de los restaurantes limeños y de que se señalara con el dedo a quienes mantenían su venta.
Se trataba entonces de proteger la especie de la sobreexplotación. ¿Qué ha cambiado? Gastón me explica que es fruto del acuerdo alcanzado con los pescadores de Puerto Pizarro, en Tumbes, finalmente agrupados para gestionar de forma sostenible los recursos de la zona que controlan. Los restaurantes limeños de Acurio apoyan el esfuerzo comprando los productos que comercializan. Entre ellos, algunas partidas de concha negra que van saliendo al mercado cuando los pescadores consideran que las reservas se han recuperado.
Hoy es uno de esos días y el cebiche me sabe a nuevo. Tan profundo, incisivo e intrigante como siempre, pero ha pasado tanto tiempo desde el último encuentro que es casi una revelación. El sabor intenso, franco y agreste del marisco vuelve a sorprenderme como la primera vez que lo probé, una mañana ya muy lejana en el hueco de Emilio y Gladys -uno de los que fueron ocupando en su huida de la formalización-, en Chorrillos. Aquel día ganó de largo el cebiche de almeja blanca –para mí fue el auténtico descubrimiento- pero esa es otra historia.
Segunda sorpresa. Un paseo por el mercado de San Roque, en Quito, me lleva a las puertas de las primeras pescaderías que veo en Ecuador. La almeja negra, amontonada en sacos, espera en medio de la calle apoyada junto a la puerta de los negocios. Se sirve en cualquier hueca, en los mercados, las agachaditas y los restaurante de la ciudad. La abundancia se antoja proverbial y la pregunta se plantea sola: ¿Qué ha ocurrido para que la línea de la frontera marque el salto de la abundancia al peligro de extinción?
Algo sucede en el mar peruano que por el momento escapa a mi capacidad de comprensión. La abundancia que hemos conocido se vuelve de pronto en escasez, como si algo se hubiera derrumbado a nuestro alrededor y un pozo se fuera tragando las aguas de este lado del Pacífico con todo lo que llevan dentro. ¿Dónde han quedado las merluzas, las sardinas o la almeja blanca? ¿Qué futuro les queda al pulpo, al erizo o al jurel? ¿Qué está pasando con el precio de especies hasta hace dos días despreciadas como la cabrilla? ¿Qué está entrando en las fabricas de harina de pescado? Seguro que muchas cosas que no deberían llegar allí: la práctica indica que junto a la anchoveta entran decenas de millares de crías de otras especies.
Tercera sorpresa. La riqueza emblemática de estas aguas convierte el Pacífico en el gigantesco cofre de un tesoro descomunal que muy pocos parecen interesados en preservar. En un mundo que se queda sin pescado, el panorama pesquero peruano tiene mucho de obsceno.
Acabo de volver a Ecuador, un país que prohibió en 2012 la pesca de arrastre en sus aguas; sobre todo para proteger sus zonas costeras de la depredación, también practicada por el pequeño pescador. Los resultados tardarán en verse, pero entre tanto, aparecen vedas reales: dos anuales para el cangrejo rojo, cuatro meses para el dorado, dos para el atún… Allí no hay jueces que las tumben y amplíen las cuotas a favor de las grandes pesqueras. Conservarán sus pescados.