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Discurso de Gabriel Boric
Por Mario Oscar CARRICART, para SudAmericaHoy (SAH)
Bolivia es Latinoamérica concentrada en un pequeño territorio. Toda la riqueza extraída, toda la sangre derramada, todas las injusticias cometidas en pos del progreso y la civilización de los grandes imperios, han tenido en este país su máxima expresión. Rica en minerales, despojada, ultrajada, repleta de contradicciones, traicionada por sus propios hijos, queriendo existir y no pudiendo ser. Pariendo con dolor su propia historia. Todo el sufrimiento de Latinoamérica adquirió en Bolivia una dimensión sin igual.
La plata primero, la sal después y el estaño a mediados del siglo pasado, fueron las riquezas existentes en suelo Boliviano que condenaron a su pueblo a morir por los intereses ajenos. La mayor población originaria de la América del Sur se encuentra también en Bolivia, Aymará, Quechua, Chiriguanos, Matacos, Mojeños, Guarayos, son solo algunas de las etnias que componen cerca del 62 % de la población Boliviana.
Pero durante siglos, quienes gobernaron el país del altiplano, fueron el 8 % de la población que es descendientes de españoles, alemanes, italianos, balcánicos y otros países europeos. Estos gobiernos, tanto civiles como militares, son los que permitieron no solo el despojo de sus riquezas sino también la sangría de su pueblo, que marchaba encadenado a los socavones de las minas de plata y estaño a arrancarle las riquezas a la montaña a cambio de su propia vida, con el único fin de engordar las arcas europeas en el siglo XIX y las norteamericanas en el siglo XX.
Pero Bolivia existe y nunca olvidó las injusticias a las que fue sometida. Sólo ejercitó el don de la paciencia. Bolivia siempre supo que iba a llegar un día en que pudiera levantarse y tomar el control de su tierra. Fue justamente el intento de otro despojo lo que detonó que los pueblos originarios mostraran orgullosos su ser. Sin sentir vergüenza por sentirse los herederos de quienes desde antes de la llegada de la conquista vivían en mancomunión con la tierra. Entonces, pusieron al frente del Gobierno a alguien como ellos. La guerra del gas fue sola la excusa.
Sánchez de Lozada, con el argumento de la capitalización de YPFB, intentó consumar un nuevo despojo: Exportar el gas boliviano a través de Chile, cuando el mercado interno no podía acceder a usufructuar dicha riqueza. Aquello, fue la gota que rebalso la paciencia y derivo en protestas, represiones, muertes y la posterior renuncia de Sánchez de Lozada.
Meses de inestabilidad política hicieron que Carlos Mesa (sucesor de «Goni», como conocían todos al Presidente) debiera también dimitir a favor del titular de la Corte Suprema de Justicia Boliviana, Eduardo Rodríguez Veltzé, quien hizo un llamado general a elecciones.
Evo Morales, con el 54 % de los votos, no solo fue el primer presidente Aymará en la historia de Bolivia, sino también el tercer presidente elegido por mayoría. Llegó al poder de la mano del Movimiento Al Socialismo (MAS) y con la promesa de campaña de nacionalizar los hidrocarburos.
Han pasado los años. En este tiempo, Evo obtuvo la reelección con el 64 % de los votos . Podremos estar o no de acuerdo con sus medidas, con sus declaraciones por momento rayando lo ridículo, pero no podemos negar que supo devolver el país a sus dueños originarios. Puso la riqueza del suelo al servicio del pueblo y evitó que el gas desapareciera de Bolivia como la plata, el estaño o la sal.
Con sus contradicciones y sus exabruptos Bolivia ha pasado de ser un Estado mendigo, -el más pobre de Sudamérica- y una de las naciones con mayor desigualdad, injusticia social y racismo del mundo, a un Estado plurinacional, con una profunda conciencia de pertenencia y orgullo de ser hijos de la tierra, aún antes de que llegara el español.
Las consecuencias de la guerra del gas, no deben medirse en términos económicos ni estadísticos, ya que la verdadera importancia de estos acontecimientos no está dada por el menor o mayor acceso de los bolivianos al gas, sino por el profundo cambio político y social que ha experimentado Bolivia en estos diez años.