martes, 8 de octubre de 2019
Alfonso Rojo, «Al filo de la navaja»

Por Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy

Alfonso Rojo fue, es y será siempre, reportero, fotógrafo, novelista, tertuliano, cuentista, caballero, seductor, enamorado de la profesión, de las emociones y un poco de sí mismo.

Si hiciéramos una encuesta entre los colegas que compartimos alguna aventura profesional con Alfonso y nos preguntaran a cuál de todos se le podría ocurrir un titulo como, “Al filo de la navaja”, para relatar una vida de reportero de guerra, creo que no me equivocaría si digo que habría una mirada única, directa e inmediata, que apuntaría  al autor de este libro. Rojo, como el resto de la tribu de la prensa es, para bien y para lo que no está tan bien, un reflejo de sí mismo cuando escribe. Alfonso es extremo, frontal, pasional, dinámico, divertido, locuaz y pillo cuando se le antoja. También, didáctico, una virtud que los universitarios decididos a explorar el mundo de la información agradecerán al recorrer las más de cuatrocientas páginas que contiene este libro.

Versión reducida de algo parecido a unas memorias de las guerras propias y ajenas, el director de Periodistadigital.es cuenta y explica cómo era las cosas antes para un reportero y cómo son ahora. Lo hace con dinamismo cuando combina sus experiencias sobre el terreno de las balas y las bombas, con un repaso comparativo a la historia del periodismo y de los conflictos armados de medio planeta. Tanto de los que estuvo como de aquellos que no le vieron el pelo porque no había nacido pero se leyó y conoce a fondo.

Las dos guerras mundiales, la de Vietnam, la civil española, las de Yugoslavia, Irak o la que cuadre le sirven al polémico periodista para mostrar el espejo, a veces roto, de lo que fueron y hoy son los reporteros. Su catálogo de diferentes géneros, desde el empotrado al censurado etc harán las delicias de los estudiantes que todavía no estén familiarizados con los rincones esquivos de la profesión.

“Una vida como reportero de guerra”, el sumario del libro, retrata a Alfonso y su eterno sentido del humor. El modo de contar su experiencia en los conflictos armados de Europa del Este, el Golfo, Centroamérica o cualquier otro punto del globo, hace que todo parezca un viaje de película o un fragmento de un guión de cine donde sabes que, al final, el protagonista sale bien parado. No importan los tropiezos, por errores o exageraciones propias, porque lo que te importa, cuando lo estás leyendo y deseas, es que el narrador termine con los pies en la tierra y la cabeza sobre los hombros. La anécdota de su detención en Nicaragua y el recuerdo de la fotografía que recoge ese momento y que ocupa portadas de periódicos internacionales, la cuenta como una victoria donde el miedo se reemplaza por algo parecido a una chiste de sí mismo.

El periodismo tiene cierta tendencia a creer que uno es mejor si viene de un pasado sufriente y además, si piensa, siente y escribe con una mirada que hoy se dice “progresista”. No es el caso de Alfonso Rojo, que aprovecha para ajustar alguna cuenta pendiente con el atajo de su admirado Arturo Pérez reverte y “Territorio comanche” como brazo ejecutor de sus pequeñas venganzas. Los arrebatos de frivolidad y algunas licencias, de este sesentón con kilómetros de aventuras publicadas, han sido en su intensa carrera periodística, su peor enemigo pero, es evidente, sabe defenderse.

Alfonso cuenta que cayó casi de casualidad en el periodismo y lo hizo primero como fotógrafo echándole una cara dura planetaria. Sería el principio de una carrera con origen en El ideal gallego, escalas en diferentes medios y aterrizaje en El Mundo de Pedrojota García, una etapa de esplendor que terminaría con su despido (luego le llegaría el turno a su verdugo).

Este libro muestra y enseña el rostro amable y trágico de una profesión que cada  vez es menos de lo que fue y no por falta de ganas y entusiasmo. El autor cuento mucho pero también conserva secretos, esas pequeñas cosas que, seguro, volcará algún día en otro libro. En cualquier caso, lo que dice Alfonso Rojo y cómo lo dice, aunque hayan pasado dos años desde la publicación de «Al filo de la navaja», vale para hoy, para mañana y para siempre.