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Discurso de Gabriel Boric
Por Stella MONTORO, para SudaméricaHoy
Raras veces Puerto Rico es noticia y más extraño aún resulta que lo sea por chismes de mal gusto o como ahora, por el destape de chat privados que terminan en escándalo público. El ahora ex gobernador, Ricardo Rosselló, tuvo que marcharse por la puerta de atrás salpicado de la inmundicia vertida en un foro de amigotes. Los comentarios de Rosselló y los suyos forman una sábana inmensa de novecientas páginas con términos ofensivos contra personajes públicos. La lengua viperina con la que se refiere a personajes de tendencias sexuales que no son las suyas terminó por envenenarle a él mismo. Las manifestaciones en su contra inundaron San Juan y hasta Ricky Martín, diana de sus dardos por recurrir a un vientre de alquiler y ser homosexual, disparó, de frente, exigiendo su dimisión.
Rosselló tuvo que tirar la toalla ensuciada –pero privada- sobre la que su pandilla basura había vertido pensamientos y expresiones soeces. El terremoto sacudió a los medios de comunicación pero de telón de fondo había y hay, otra marejada de mayor calado: la discusión sobre el destino de Puerto Rico. La isla o Estado Libre Asociado de EE. UU desconoce, a diferencia de Latinoamérica, lo que es la miseria, la carencia de viviendas, una sanidad precaria o la frustración de tener que someter a los menores a sistemas de educación de medio pelo. Pero Puerto Rico, también parece haberse convertido en terreno abonado para la violencia y el consumo de estupefacientes. Las drogas están al alcance de cualquier que tenga unos dólares en el bolsillo y son muchos (40.000 dólares de renta per cápita) y las autoridades parecen perdidas en la forma de combatir una peste que, sin control, podría convertir a buena parte de la población (poco más de tres millones y medio de habitantes) en caricatura de sí misma.
En el terreno económico la enorme deuda externa y un aparato del Estado paquidérmico sacuden las conciencias de los más conscientes. Este escenario se atraviesa con el eterno desafío ideológico de los independentistas , autonomistas (estadolibristas) y estadistas . Los primeros, en torno al 5 por ciento, no necesitan explicación, los segundos insisten en conservar su estatus actual y los últimos, -en proporción similar a los anteriores- buscan convertirse en el Estado 51 de EE. UU.
Carlos Alberto Montaner se preguntaba recientemente: “¿Qué ocurrirá a partir de la renuncia de Rosselló?” y daba la respuesta. “Pues nada. Todo seguirá igual hasta que, dentro de muchos años, el número de estadistas sobrepase con creces a los autonomistas y pidan decididamente la incorporación a Estados Unidos”. Entonces, si se cumple ese escenario, Rosselló y los suyos, ni siquiera tendrán un párrafo en la historia.