lunes, 6 de julio de 2015
El campo argentino y la eterna decepción

Adolfo Athos AguiarPor Adolfo ATHOS AGUIAR, para SudAméricaHoy

¿A quién dirigen las entidades rurales sus protestas? Confederaciones Rurales Argentinas encabezó el cierre del túnel subfluvial Hernandarias, que une Santa Fe y Entre Ríos. Simultáneamente se realizaron cortes en la Ruta Nacional 9, y semanas antes en el Alto Valle del Río Negro. Se anuncia un rebrote generalizado en nueve provincias, porque los productores rurales requieren un “salvataje” para sus respectivas actividades.

La principal actividad económica de Argentina, dispersa geográficamente, productivamente diversificada y atomizada en su representación anticipa un agresivo plan de lucha en plena campaña electoral. Más que un gesto de desesperación, parece un mensaje estratégico de desconfianza activa frente a gobiernos futuros (sobre todo provinciales) y a cualquier dirigencia expectante.

Superada la tensión social provocada por los conflictos de 2008 a raíz de la resolución 125, las entidades rurales adoptaron una posición conservadora y cuidadosa, a despecho de agresiones posteriores del gobierno sin otro motivo que el escarmiento o la advertencia.

Acostumbrados a la alternancia de “las buenas y las malas”, el agro argentino no se mostró en su momento dispuesto a permitir que el gobierno se aprovechara ilimitadamente de una buena. Las protestas de 2008 tuvieron algunos efectos notables:

Marcha de productores agropecuarios en el 2008

Marcha de productores agropecuarios en el 2008

Dieron a los productores rurales cierta conciencia de clase, o al menos de posición; generó una adhesión inestable en las poblaciones urbanas; quitó al sindicato de camioneros el monopolio del bloqueo como herramienta, iniciando el ocaso de la familia Moyano en el firmamento oficialista; disputó con los movimientos sociales paraestatales las grandes movilizaciones; mostró al agro como un segmento propicio para la política periférica y dio origen a un número exiguo de “agrodiputados” rápidamente cooptados por las burocracias partidarias.

Finalmente, primó el conservadurismo propio del campesino universal. Se dieron primero por satisfechos y luego por vencidos, no encontrando otra alternativa que soportar políticas estatales nocivas y sin sentido. Sin embargo, las discusiones internas no terminaron, ni mucho menos: el campesino proyecta futuros en tiempos más largos que el resto de sus congéneres.

Durante un tiempo una relativa estabilidad de precios, costos y términos de intercambio permitió al campo flotar a la espera de mejores condiciones que nunca se produjeron. Si tenían esperanzas en la alternancia democrática, fueron sepultadas por las elecciones de 2011, en las que efímeros presidenciables asumieron que bastaba competir por el segundo puesto para alzarse con el premio, sin construir ideas concretas.

A la larga, se fueron dando las consecuencias que unos y otros decían querer evitar: primero se agravó la tendencia financiera de concentrarse en la soja; se consolidaron los “pooles de siembra” (que varias veces fueron elogiados por la Presidente como “empresarios modelo”) como inversionistas de oportunidad, compitiendo con los agentes de producción tradicional; se distorsionó el mercado de arrendamientos transformando a los pequeños propietarios en rentistas.

Nuevas protestas del campo previas a la movilización del 17 de julio

Nuevas protestas del campo previas a la movilización del 17 de julio

Después, la producción diversificada fue disminuyendo, imponiendo un monocultivo que fue agotando campos, desalojando cultivos regionales y deforestando bosques supuestamente protegidos. Más tarde, se despoblaron los campos y se perdieron habilidades laborativas de la producción rural más tradicional. Finalmente, los pooles migraron a otras actividades especulativas y el agro tradicional quedó en la trinchera. Hoy, el sector sigue aferrado al monocultivo y la mono exportación, amarrada al gobierno y a las multinacionales. Mientras tanto “la mesa de los argentinos” y la “comida con la que no se jode” tienen un precio de consumo superior a los de Europa.

La “capacidad de asombro” es un concepto de legítima estirpe filosófica que remonta a Platón y Aristóteles y constituye la base misma de la reflexión filosófica. Como concepto, la “capacidad de decepción” es más reciente y prosaico, y califica frecuentemente las planificaciones paneuropeas. Por ser un concepto reflexivo, sirve tanto para evaluar la capacidad de un sujeto para sufrir la decepción, como para provocarla.

No resulta creíble que repentinamente todas las entidades agrarias crean que obtendrán propuestas superadoras, ni mucho menos salvadoras, de los gobernantes que se van. Tampoco esperan ideas concretas de quienes quieren ocupar su lugar.

No es que el agro esté incubando una nueva desilusión; el campesino universal es desconfiado por naturaleza y experiencia. Atisba la probabilidad de que los nuevos gobiernos sean menos irracionales que los que terminan. Más probablemente esté anunciando que dará menos oportunidades, que no se ilusiona y que tiene las botas puestas.