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Discurso de Gabriel Boric
Jorge Dezcallar (España, 1945), publicó en meses recientes “Valió la pena”, un libro en el que se sitúa como narrador y testigo para describir hechos, situaciones y actores que han marcado a la España moderna y a su política exterior. Dezcallar ha ejercido como diplomático en Polonia, Nueva York, Uruguay, Marruecos, el Vaticano y Washington.
En España se ocupó de asuntos relacionados con el norte de África y Oriente Medio, coordinó la política española con la Política Exterior y de Seguridad Común –PESC- y trabajó para poner fin a una “anomalía” y establecer relaciones diplomáticas con Israel sin alterar el delicado equilibrio con los países árabes, manteniendo la premisa de que la normalización de las relaciones diplomáticas no suponía un cambio en la posición de fondo sobre el conflicto árabe-israelí. También se desempeñó como director de los servicios secretos –Centro Nacional de Inteligencia- durante el gobierno Aznar. El ex presidente español lo designó para “civilizar” la entidad: reformarla, democratizarla y que su funcionamiento estuviera más enmarcado en el Estado de Derecho. Dezcallar aceptó para hacer de la inteligencia un servicio del Estado, libre de la lucha partidista. Lo logró por un tiempo, pero describe con cierta amargura cómo se antepusieron las ambiciones partidistas a los intereses nacionales en momentos de suma gravedad y conmoción tras los atentados del 11 de marzo de 2004.
Cuenta que se vio marginado, engañado y manipulado por el gobierno Aznar que buscaba desviar la atención sobre los autores de los ataques. ¿Por qué y en qué contexto? El Gobierno -en plena campaña electoral- y próximo a elecciones generales, cargaba con las implicaciones de su apoyo a la intervención a Iraq y la pésima gestión de crisis del 11-M (atentados de Madrid) mientras crecían las tesis que desvirtuaban a ETA como responsable de los atentados. La falta de sintonía y coordinación entre instituciones no solo se dio en la fase final del gobierno del PP, también tuvo lugar bajo gobiernos del PSOE, estando Dezcallar en el Vaticano y en Washington, se enteró de decisiones del gobierno Zapatero -que afectaban e incidían en las relaciones bilaterales- a través de la prensa o del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Hubo momentos más felices. El autor devela el anhelo de España por ocupar su lugar en el mundo luego de alcanzar la democracia, un deseo que estuvo acompañado de un arduo trabajo diplomático que les permitió éxitos notables en los primeros años de la transición cuando los lineamientos de la política exterior respondían a esos intereses, muchas veces, más allá de las posibilidades. La ilusión se ha visto desdibujada por la crisis, por el deterioro de la imagen del país y por la prioridad a los asuntos internos.
De la dictadura en España a la dictadura en Polonia, de allí a Nueva York –“donde descubrí lo excitante que era vivir en libertad”- para luego volver a un régimen dictatorial pero esta vez en Montevideo. “En 1978 no había jóvenes en Uruguay, o no se les veía (…) Después de pasar los últimos cuatro años en Nueva York, el contraste no podía ser mayor”. El diplomático cuenta como funcionarios de ciertas embajadas fueron muy activos en la defensa de algunos presos políticos, que más tarde reconocieron que esos gestos les devolvieron la dignidad y la condición de seres humanos. “Era época de Carter, y Estados Unidos estaba entonces muy comprometido en la lucha por los derechos humanos”. Luego tendría lugar el plebiscito del 30 de noviembre de 1980 en el que los militares consultaron su permanencia en el poder y la respuesta de los uruguayos, por supuesto, fue negativa. Había razones para celebrar y Dezcallar acompañó a sus amigos, con champán pero sin hacer ruido, otros tiempos asomaban para Uruguay. Estando al sur del continente americano le llegarían las noticias del 23-F en España.
Contrario a lo que se cree, la diplomacia no siempre es sofisticada -como en el Vaticano-. A veces se arriesga la vida y se pierde como ocurrió en Líbano al embajador Pedro Manuel de Arístegui (1989); también se presencian espectáculos surrealistas como la celebración del XX aniversario del golpe de Estado de Gadafi (1989), ocasión que reunió a múltiples dictadores y en la que el nicaragüense Daniel Ortega dio un sentido discurso y luego abrazó al dictador libio, mientras Dezcallar se preguntaba: ¿qué hacía allí una delegación española? No fue el único bochorno.
En 2002, estando al frente de los servicios secretos se trasladó a Venezuela para hablar con Hugo Chávez sobre ETA: “Fue el encuentro más bizarro y estrafalario que he tenido jamás”. Debió esperar al presidente por más de tres horas, cuando al fin lo vio hacia la media noche, el mandatario venezolano le contó sobre sus deseos de infancia y adolescencia, su predilección por el cine americano, las palomitas de maíz y su esposa. El español le interrumpía para hablar de ETA y Chávez se apoyaba en la Biblia y en la Constitución para dar sustento a sus argumentos. “Por la mañana descubrí que Chávez no solo era simpático e impresentable, sino también más falso que una moneda de 10 euros, pues los seis etarras que más nos preocupaban, culpables de una treintena de asesinatos, habían desaparecido de sus domicilios durante la noche (…) No resulta disparatado pensar que alguien los había prevenido desde el palacio de Miraflores tan pronto como yo lo había abandonado a las tres de la madrugada”. De esos seis, cuatro fueron detenidos meses más tarde, pero aún quedan etarras en el país andino.
Para España “la embajada más importante es Washington pero la más sensible es Rabat”, afirmación atribuida a Felipe González que el diplomático cita y que pudo corroborar. Para él su paso por Marruecos fue “una experiencia profesional fascinante” y a la vez complicada por todos los temas que a diario deben tratarse, también por el lugar que ocupa España en el país magrebí. La relación entre los dos países ha sido compleja en diferentes momentos de la historia, hay temas que los acercan y otros que los distancian (religión, economía, prejuicios, desconfianza recíproca). Dezcallar observa los retos y desafíos para ese país, la trascendencia del momento que vive Marruecos con un Rey joven que busca conciliar “tradición y modernidad”. España busca compartir su frontera sur “con un país desarrollado en el aspecto económico, socialmente pacífico y estable y democrático en lo político. Un buen vecino, en definitiva”.
La irresuelta cuestión del Sahara sigue haciendo mella. “España desea que se encuentre una solución para el conflicto del Sahara y eliminar así un factor de posible desestabilización regional, permitiendo una integración económica que es necesaria para que el Magreb pueda extraer el máximo potencial de sus riquezas y convertirse en un interlocutor adecuado para el proceso de confluencia que vive el continente europeo”.
La posición de España sobre el Sahara es que existe un conflicto que debe ser resuelto por mutuo acuerdo entre las partes y en el marco de Naciones Unidas. Dezcallar reconoce que tuvo simpatía por el Polisario, enuncia la tensión existente al final del franquismo entre los ministerios de Presidencia y el de Exteriores por esta cuestión.
No obstante, el ataque del Frente Polisario a un pesquero español (1985) alteró de forma definitiva sus posibilidades con España. El episodio provocó el cierre de las oficinas y la expulsión de sus representantes. Las relaciones tardaron en restablecerse (1989): “entre nosotros las cosas nunca fueron ya como antes. Algo se había roto, la opinión pública cambiaba y se imponía una realpolitik regional que no favorece necesariamente a los intereses polisarios, como todavía parecen creer. Siempre que me encontraba con ellos me entraba cierta desazón al medir la distancia que separaba sus ambiciones del mundo de las realidades”.
Con el gobierno de Rodríguez Zapatero se produjo un acercamiento a las posiciones de Marruecos sobre el Sahara, el papel desempeñado por un experto conocedor de la región como el ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, fue decisivo. “La política española, sin abandonar los principios, se fue acercando a las tesis marroquíes más próximas a la autonomía que a la independencia porque, con la extensión de estados fallidos por una zona estratégicamente tan sensible como el Sahel (Níger, Mali…) a nadie –Estados Unidos, Francia, España- le interesa un pequeño Estado saharaui frente a Canarias que sería necesariamente pobre, débil e imprevisible. Por otra parte, el mantenimiento en Tinduf de un régimen de partido único y corrupto es algo que cada vez se lleva menos por el mundo y que no favorece a la causa saharaui”.
Dezcallar crítica el maniqueísmo, provincianismo y superficialidad de la clase política española, a izquierda y derecha, y cómo estos factores afectaron la imagen del país los últimos años. José María Aznar (PP) y Felipe González (PSOE) más allá de que llevan ideas diferentes, tuvieron claro en dónde querían ver a España, cuestión que hoy no es evidente. Por esto y por mucho más -que narra el diplomático en 466 páginas- sugiere que la política exterior española tuvo momentos de mayor relevancia y protagonismo. Un texto tan interesante como ameno que vuelve sobre momentos decisivos y, a veces, de gran complejidad. Deja inquietudes sobre la España actual y su futuro inmediato. Valió la pena.