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Discurso de Gabriel Boric
Luz Bella. Por María SANZ/Efe
La comunidad campesina de Luz Bella, en el centro de Paraguay, resiste, con su apuesta por la agricultura ecológica, en plena frontera con el mar de soja de los grandes latifundios, que acaparan cada vez más tierras y utilizan herbicidas peligrosos para la salud, según denuncian.
El cultivo de soja irrumpió en el departamento de San Pedro a finales de la década de los 80, y venía con la promesa de producir dinero fácil, cuenta José Domingo Franco, presidente de la Asociación Campesina de Productores Alternativos y Ecológicos de Luz Bella.
Los productores de soja comenzaron a arrancar los árboles para dejar pista libre a la maquinaria necesaria para trabajar en las grandes extensiones de tierra, recuerda Franco.
A la deforestación se le sumaron pronto los químicos que traían los sojeros para fertilizar el suelo, combatir las plagas, o secar las plantas para que pudieran ser cosechadas.
Paraguay, cuarto exportador mundial de soja, quintuplicó entre 2009 y 2013 la cantidad de agroquímicos importados para los cultivos, llegando a adquirir 43,8 millones de kilos de estos productos en 2013, según datos de la organización Base Investigaciones Sociales.
Algunos agroquímicos, como el herbicida glifosato, producido por la multinacional agrícola Monsanto, fueron calificados la pasada semana como «probablemente cancerígenos para los humanos», según la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC).
Después de que se generalizase el uso de estos productos en las plantaciones sojeras de la zona, los habitantes de Luz Bella comenzaron a manifestar problemas de salud, como transtornos respiratorios.
El contacto con estas sustancias también genera alergias en la piel, constató Nilda Gauto, una agricultora de Luz Bella que vive al borde de un gran campo de monocultivos donde se alterna la soja con el maíz transgénico.
«Cada vez que fumigan, meto a mis hijos en casa y cierro puertas y ventanas. Me da miedo dejarles salir y que se envenenen», relata.
Dice que la empresa sojera que ha avanzado hasta casi la misma puerta de su casa está obligada por ley a disponer una barrera viva de protección formada por árboles que mitiguen las consecuencias de las fumigaciones, pero no ha cumplido con esta obligación.
Pese al asedio de las grandes plantaciones, la campesina asegura que quiere mantenerse en su terreno junto a su familia.
«Acá podemos producir lo necesario para abastecernos, y también podemos vender una parte de nuestra producción. Pero si vendemos nuestra tierra a los sojeros, nos quedaremos sin nada», explica.
Franco coincide con ella, y asegura que muchos de sus vecinos empezaron a plantar soja, pero el cultivo en pequeñas extensiones no dio buenos rendimientos, y terminaron endeudándose y vendiendo sus tierras a las grandes empresas.
«Los sojeros les pagan una platita con la que se instalan en la orilla de la ciudad, en condiciones precarias. Muchas veces no consiguen empleo y, cuando se acaba la plata, se quedan en la calle. La soja es pan para hoy, y hambre para mañana», sentencia.
Organizaciones campesinas estiman que, en los últimos diez años, 900.000 campesinos han sido desplazados de sus tierras en Paraguay por la expansión de los cultivos de soja de grandes latifundistas.
Ante el avance de esta agricultura extensiva destinada a la exportación, los habitantes de Luz Bella decidieron organizarse para resistir, fieles a un modelo de producción ecológico, que renuncie a los químicos para preservar la salud de las personas y del ambiente.
«Si viene una plaga de langostas, plantamos unos yuyos (hierbas) con un fuerte olor que sirve como repelente, y no avanzan hacia nuestros cultivos. Pero si usamos insecticidas, comeremos insecticidas», ilustra Franco.
Como fertilizante, en lugar de químicos, algunos productores crean compost a base de sus propios desperdicios, según muestra Mario Benítez, otro de los productores de la zona.
Benítez lamenta que la disyuntiva entre ceder ante la soja o resistir con cultivos ecológicos enfrente a sus vecinos.
«La soja crea peleas, pero nuestra lucha común es no dejarla pasar. Aún podemos atajarlos. Es peligroso, pero en medio del peligro, tenemos que luchar», concluye.