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Discurso de Gabriel Boric
Santiago de Chile. CIPER
“Un intento de golpe tendrá lugar el 11 de Septiembre”, escribió el ex agente de la CIA Jack Devine el 9 de septiembre de 1973, luego de recibir el dato de un empresario y ex oficial naval. El cable fue clasificado como “crítico”, lo que según Devine significa que el entonces Presidente Richard Nixon lo recibió inmediatamente, enterándose dos días antes del golpe que se preparaba en Santiago de Chile (ver documento desclasificado en 1999). El relato es parte de una crónica titulada “Lo que realmente pasó en Chile”, publicada este 22 de mayo en el sitio web de la revista Foreign Affairs como parte del especial “Lo que realmente pasó: Resolviendo los casos no aclarados de la Guerra Fría”.
La publicación apareció un día antes de que el Departamento de Estado diera a conocer el relato histórico del gobierno estadounidense sobre la relación con Chile entre 1969 y 1973. El volumen tiene 1045 páginas y fue elaborado con fuentes oficiales de la época, como los cables que enviaba el embajador Edward Korry, llamados “Korrygrams”, entre muchas otras. Detalla la relación con el gobierno de Eduardo Frei Montalva, la elección de Allende, el apoyo a sus opositores y el rol de la CIA, entre otros hechos que llevaron al derrocamiento del presidente socialista.
Un relato mucho más informal es en cambio el que hace Devine en su artículo, pero que devela también detalles cotidianos de cómo operó la CIA en Chile durante el gobierno de Allende. Si bien el ex agente afirma que “la CIA no complotó con los militares chilenos para derrocar a Allende en 1973”, su narración da cuenta del activo rol que tuvo la agencia estadounidense en financiar y promover los hechos que culminaron con el golpe de estado.
Jack Devine era un joven cuya primera destinación internacional fue la de agente encubierto de la CIA en Santiago durante el gobierno de Allende. “Era exactamente el tipo de lugar en que cualquier nuevo agente operativo de la CIA quiere estar”, escribe Devine 40 años más tarde.
Según su versión, los oficiales de la agencia destinados en Santiago eran poco entusiastas ante la idea de un golpe y no lo ocultaban, pero el propio director de la CIA Richard Helms envió al jefe de operaciones encubiertas a Santiago “para decirle al jefe de la estación que si no estaba preparado para presionar por un golpe podía volver a Estados Unidos en ese mismo momento”.
El agente también tenía entre sus funciones manejar la “cuenta de medios” de la agencia en Chile, particularmente la relación con El Mercurio (ver reportaje de CIPER sobre la relación de la CIA conEl Mercurio para desestabilizar a Allende). Según Devine, el problema del dueño del periódico, Agustín Edwards, era que temía que Allende lo expropiara y tomara el control de los medios, “lo que lo hacía un aliado natural para la agencia”. En ojos de Devine, el diario no usaba propaganda para engañar a los lectores sobre las políticas de Allende, pero sí enfatizaba las historias sobre las estatizaciones, las acciones violentas y el desastre económico.
El agente recalca que la CIA no se metía en la parte editorial de El Mercurio y sólo se reunía con el área gerencial porque no le interesaba cooptar al diario, sino asegurar que existiera la libertad de prensa. El bloqueo del acceso al papel, el retiro de la publicidad y las movilizaciones laborales, asegura Devine, fueron lo que gatillaron que “la agencia le diera al diario alrededor de US$ 2 millones a lo largo de dos años, lo que le permitió seguir publicando”.
Devine reconoce el importante rol de la CIA en la agitación política durante el gobierno de Allende. Y si bien no revela grandes operaciones, sí cuenta una anécdota significativa: Una de sus fuentes era una mujer mayor, de clase media, a la que le entregó “varios cientos de dólares” para organizara una manifestación de mujeres con cacerolas vacías para protestar por la falta de alimentos. “Sonaba como una buena idea que al menos justificaba una pequeña inversión”, dice, pero no pensó que reuniría a miles de personas y se transformaría en la primera “Marcha de las cacerola” contra la UP. “Allende trató de mitigar el daño sugiriendo que Estados Unidos estaba detrás de las marchas. Por supuesto, en algún grado tenía razón”, dice el agente, pero ya no era una táctica efectiva.
“Mi tía murió”, era según Devine, la frase clave de sus fuentes para anunciar que el golpe estaba en curso y meses antes un “mi tía está enferma y puede no recuperarse” los hizo creer que faltaba poco, pero no pasó nada. Para septiembre de 1973 habían perdido credibilidad estos anuncios en Washington. Por eso creían que el memo que mandó el 9 de septiembre podía ser otro error.
En la víspera del golpe un equipo se quedó a la espera de todos modos. “El bebé nacerá mañana”, fue un mensaje anónimo que recibieron esa noche por teléfono y que no respondía a ningún código previamente acordado. “El tío Jonás estará en la ciudad mañana”, fue otro recado que entre muchos otros de esa noche. Recién a los 8 Am supieron que los preparativos del golpe habían partido en Valparaíso.
“Nixon y su consejero de seguridad nacional, Henry Kissinger, estaban complacidos. También lo estaba la CIA: contra toda probabilidad, la estación en Santiago ayudó a crear el clima para un golpe sin teñir el esfuerzo al involucrarse directamente”, dice Devine. Estaban orgullosos de haber evitado una nueva Cuba en América Latina y él también lo estaba, pero le duró poco.
Después del golpe, se juntó con un socialista que era su fuente. Vio las cicatrices y marcas que tenía después de las sesiones de tortura a las que había sido sometido. Ya el 24 de septiembre la CIA informaba a Washington de los asesinatos en operaciones de limpieza contra los opositores y en octubre reportaban al menos 1,600 muertos. “Mis compañeros en la CIA y yo estábamos seriamente desilusionados por la brutalidad y la represión del régimen de Pinochet”, dice Devine hoy, quien aunque reconoce que el asunto le perturba, mantiene la fe en el potencial que tenía la acción encubierta. Es, de todos modos, una lección a tomar en cuenta para futuras operaciones de Estados Unidos, cree el ex agente.
A diferencia del relato de Devine, que está lleno de detalles personales, el volumen que el Departamento de Estado dio a conocer el viernes pasado, 23 de mayo, es una visión histórica y oficial del rol de Estados Unidos en el golpe. Aunque la gran mayoría de los documentos ya habían sido desclasificados y analizados por especialistas como Peter Kornbluh del National Security Archive, la nueva publicación organiza la información cronológicamente y por episodios, siempre desde el punto de vista de la diplomacia de Estados Unidos.
De acuerdo al National Security Archive, uno de los documentos desclasificados revela cómo Estados Unidos empezó aplanear el bloqueo de la elección de Allende mucho antes de la votación misma, el 4 de septiembre de 1970. Una minuta del 19 de agosto de ese año señala que Kissinger pidió a la CIA “que el plan fuera tan preciso como fuera posible e incluyera que órdenes serían dadas el 5 de septiembre, a quién y cómo”, de modo de evitar que el Congreso ratificara a Allende.
Además de los siempre interesantes detalles sobre el involucramiento de Nixon y de Kissinger en el derrocamiento de Allende, un episodio sabroso es el de “Los Plomeros”, que reúne todos los antecedentes oficiales sobre la supuesta vinculación entre el caso Watergate y el robo que sufrió la embajada chilena en Washington un fin de semana de mayo de 1972. El incidente había sido calificado de serio, pues no habían robado nada de valor –unas radios, un número indeterminado de documentos y libros–, lo que hacía pensar que no se trataba de un delito común. Sin embargo, no sería hasta enero del año siguiente que se vincularía este robo con “Los Plomeros”, como eran conocidos los integrantes de un equipo de investigación encubierto de la Casa Blanca durante el caso Watergate.
El robo también fue investigado por la comisión Church del Congreso de Estados Unidos, bajo la premisa de que la que podría estar detrás era la empresa ITT, involucrada en actos contra el gobierno de Allende. Sin embargo, la comisión recibió testimonios de que alguien con fuentes en la comunidad cubana reveló que Frank Sturgis, Eugenio Martínez y Virgilio González –todos involucrados en el caso Watergate– habían entrado a la embajada chilena a fotografiar documentos. Las grabaciones secretas de la oficina de Nixon dan cuenta de que el presidente también creía que estaba vinculado con la irrupción en las oficinas demócratas del edificio Watergate que dio origen al caso del mismo nombre. Si bien nunca hubo evidencia concluyente, el fiscal especial para el caso Watergate concluyó que había factores circunstanciales que “sugieren fuertemente” que ambos hechos estaban vinculados.
El episodio de “Los Plomeros” aparece en el cuarto de los cinco capítulos del informe histórico del Departamento de Estado que se dividen así: “Una democracia ruidosa: El declive de Eduardo Frei (enero-diciembre, 1969)”; “Una operación arruinada: La elección presidencial de 1970”(1 de enero-4 de septiembre, 1970); “Dos Tracks: La intervención de Estados Unidos en la confirmación del presidente chileno” (5 de septiembre-4 de noviembre, 1970); “Fría y correcta: La respuesta de Estados Unidos a la administración de Allende” (5 de noviembre, 1070-31 de diciembre, 1972); “Este tipo chileno puede tener algunos problemas: La caída de Salvador Allende” (enero-septiembre, 1973). El informe completo puede descargarse aquí.
Aún falta la segunda parte, que analizará el periodo 1973-1976, y que sería dada a conocer en los próximos meses. “El próximo volumen podría avanzar en el registro histórico sobre el apoyo de la CIA a la DINA, el conocimiento de la CIA sobre la Operación Cóndor y el acto de terrorismo internacional de Pinochet en Washington que asesinó al ex canciller Orlando Letelier y a Ronni Karpen Moffit”, dijo Kornbluh.