sábado, 19 de enero de 2013
El resurgir de Lino Oviedo
         
 Por Carmen DE CARLOS, para SudAmericaHoy (SAH)
          El próximo mes de abril Paraguay celebra elecciones generales. Entre los candidatos que aspiran a suceder a Federico Franco, resurge una figura mítica en representación de la Unión Nacional de Ciudadanos Eticos: El General Lino César Oviedo Silva. 
        Juan Carlos Wasmosy, un hombre de formas cuidadas, respondió de malos modos cuando la periodista le preguntó si podía confirmar o desmentir la bofetada que, supuestamente, le había propinado Lino Oviedo durante la intentona golpista de 1996 que le hizo célebre. El por entonces presidente, molesto, hizo un gesto de desprecio, colocó su mano a la altura del pecho y palabra más palabras menos, dijo: Tendría que ponerse de puntillas para alcanzar. Acto seguido dio la entrevista por terminada.
La anécdota sirve para recordar que al ex general Oviedo no se le conoce en vano como “El pequeño Lino” . Este militar, de formación germana, estatura breve y turbulento pasado, tiene dificultades para supera el metro sesenta pero en su vida,  suele comportarse como si la imagen que le devuelve el espejo, cuando se mira de frente, fuera la de un monarca. También por esto le conocen como Carlos III .
 Hay varios ejemplos que ilustran el perfil de un personaje tan pintoresco como Lino Oviedo. Quizás el más cinematográfico se vea en la escena, descrita por él mismo, en la que, el 3 de febrero de 1989, con una granada en cada mano, detiene al dictador Alfredo Stroessner. “Sudaba mucho… Le veía muy agotado. Se bajó del auto y estuvo parado (derecho) frente a la casa del general Rodríguez. Parecía no creer el hecho”, recordaría más tarde el por entonces coronel Oviedo. Las últimas palabras que oyó de su boca el dictador, mientras encajaba el contragolpe de su consuegro, el general Rodríguez, fueron: “!Misión cumplida¡”
Aquel episodio fue el principio de su ascendente carrera castrense. En tres meses Lino Oviedo lucía los galones de general de Brigada y en menos de dos años los de general de División. “El pequeño Lino” corría a toda velocidad para alcanzar su destino soñado: Ser Supremo de las Fuerzas Armadas. Se puso al frente de la Jefatura de la I División de Caballería y más tarde del I Cuerpo de Ejército. En éste último puesto se mantuvo hasta finales de 1993 que pasó a ser comandante del Ejército.
Como buena parte de los altos mandos de los países del Cono Sur, en los años 70, Oviedo hizo escala en la Escuela de las Américas de Panamá. A las disciplinas conocidas se sumaban las del perfeccionamiento en las técnicas de suplicios y torturas que aplicarían, con excelente destreza, las dictaduras de la época y con record propio la Argentina de las Juntas Militares (1976-83). Pero Oviedo, adorado entre los sectores más humildes y los campesinos guaraníes, no recibió acusaciones en su contra por haber cometido violaciones a los derechos humanos. Las que le pusieron en primera línea de tiro fueron de otro tipo: Golpista, magnicida, cerebro de una masacre contra civiles y hasta narcotraficante. De todas, de un modo u otro, se terminó, de mejor o peor manera, librando.
Entre sus virtudes se encuentra la de ser un excelente jinete. Logró triunfos internacionales en la hípica pero, cuando debía serlo, no fue lo suficiente hábil para sortear el obstáculo de Wasmosy. Su intentona golpista le puso el punto y final a su carrera militar y a su sueño castrense. También, le sirvió de pistoletazo de salida a la política. Es en ésta donde las manos se le tiñen de acusaciones. La más grave, la de estar detrás del asesinato de Luis María Argaña, el vicepresidente de Raúl Cubas –su hombre de paja- acribillado a balazos en su automóvil en marzo de 1999.
Oviedo llego a definirse a sí mismo como “golpista democrático”. Su “prontuario” le obligó a recorrer unas cuantas prisiones y hacer escala en Argentina y Brasil para intentar escabullirse del peso de la justicia paraguaya, a veces tan surrealista como el propio Lino. Pero el militar es como el ave Fénix, resurge de sus cenizas. Si Wasmosy no hubiera sido tan rencoroso posiblemente habría logrado su ambición de ser presidente en 1998. En el 2008 un personaje inesperado le cortó el camino a la presidencia: El ex obispo Fernando Lugo. Este año, cuando apenas quedan tres meses para que se abran las urnas, se pone de puntillas y hasta se sube a la escalera que haga falta para alcanzar la Presidencia. Es su último oportunidad. Tiene 69 años y el cuerpo, con la edad, no crece.