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Discurso de Gabriel Boric
Por César MUÑOZ ACEBES/Efe
Rogelio Goiburú recuerda encontrar con su padre Agustín los cuerpos mutilados de paraguayos en el Río Paraná durante el régimen de Alfredo Stroessner, sin saber que décadas después buscaría, con una mezcla de esperanza y angustia, sus propios restos, tras ser perseguido con especial saña por el dictador.
El lunes se cumplieron 25 años de la caída de Stroessner en un golpe de estado que puso fin a casi 35 años de dictadura, la más larga de la historia de América Latina.
El secuestro, tortura y desaparición de Goiburú, que se convirtió en uno de los principales opositores a Stroessner, es uno de los miles de crímenes sin respuesta en un país que pese a no contar con leyes de amnistía ha condenado a tan solo un puñado de torturadores.
Rogelio quiere esas respuestas y quiere que el dolor que emerge de cada tumba clandestina que abre sea una especie de vacuna social que impida que vuelvan a ocurrir atrocidades como las cometidas por Stroessner.
«Es nuestra obligación identificarlos, reescribir la historia de estos compatriotas porque la sociedad paraguaya vive en una profunda ignorancia sobre estos hechos», dijo Rogelio.
Médico como su padre, Rogelio ha desenterrado 27 cuerpos, que aún no tienen nombre por falta de fondos para los estudios de ADN.
Son las únicas exhumaciones realizadas hasta la fecha en Paraguay para descubrir el destino final de los 425 ejecutados o desaparecidos constatados por la Comisión de Justicia y Verdad, de entre casi 20.000 presos políticos.
«Fue una metodología represiva, cuidadosamente planificada y financiada para paralizar no solo al luchador y a su familia, sino a toda la sociedad», dijo Rogelio.
Su padre fue uno de los pocos luchadores, como uno de los líderes del Movimiento Popular Colorado (Mopoco), que se escindió del Partido Colorado, actualmente en el poder, una vez que este se transformó en uno de los pilares del régimen.
Un hombre hábil y escurridizo, Agustín se escapó tres veces de las garras de la maquinaria represora, y concluyó que la única forma de acabar con los abusos era la lucha armada, por lo que participó en un complot fallido para asesinar al dictador.
La última vez que estuvo en prisión lo interrogó el propio Stroessner, según le dijo a Rogelio un general presente.
Ese hombre inspirador de la resistencia y referente del exilio fue «papá» para Rogelio, que dice extrañarlo todos los días.
El pasado marzo creyó haber dado con él en el patio trasero de la sede de la Agrupación Especializada de la Policía en Asunción, a la sombra de un espinillo.
Sintió «alegría» porque sabía por testimonios que el último deseo de muchos presos políticos era ser encontrados, mezclada con «una gran angustia y tristeza» al recordar a su padre, rememoró. Resultó no ser su cuerpo y Rogelio seguirá la búsqueda de su padre y de otras víctimas cuando consiga el dinero para ello.
Está a la espera de que la oficina pública que él dirige, la Dirección de Reparación y Memoria Histórica, reciba 75.000 dólares que el Estado aprobó hace dos años pero que nunca le llegaron.
Agustín entró en la mira de la dictadura cuando trabajaba en el Hospital Policlínico Rigoberto Caballero, donde se negó a firmar las defunciones por torturas de presos que la Policía quería presentar como muertes naturales y ayudó a escapar a algunos de los heridos, según Rogelio.
Huyó a Argentina y se instaló al otro lado de la frontera con Paraguay con su familia.
Solía llevar a sus hijos en lancha por el Río Paraná, donde Rogelio recuerda el hallazgo de los cuerpos mutilados de paraguayos víctimas de tortura, que enterraban a pocos metros de la ribera.
Agustín planeó el secuestro frustrado de un avión para llamar la atención internacional en 1962 y siete años después fue secuestrado y llevado a Asunción. Se escapó cavando un túnel con cucharas con otros compañeros.
En 1974 participó en el complot para asesinar a Stroessner. Dos años después Rogelio, que estudiaba medicina en Corrientes, fue detenido por las autoridades militares argentinas y su padre, que era un objetivo clave del régimen paraguayo, se ofreció en canje por él. Rogelio salió libre sin que los militares aceptaran la oferta, pero menos de un año después Agustín fue secuestrado en territorio argentino por agentes de ambos países y desapareció. «Estoy absolutamente orgulloso de la actitud de mi padre ante las injusticias», dijo Rogelio. «Reivindico su lucha, como la de tantos otros compatriotas que se inmolaron. Sin ellos, hoy no estaríamos viviendo en democracia», añadió.