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Discurso de Gabriel Boric
Roma. Por Ernesto PÉREZ
El pintor colombiano Fernando Botero festeja sus 85 años con
una espléndida exposición que acaba de inaugurarse en Roma, una de las
ciudades que más ama de esa Italia que desde años se ha convertido en su
segunda casa.
Botero se festeja a sí mismo con medio centenar de obras de todos los
tamaños, fruto de otros tantos años de carrera, que lo han convertido en uno
de los artistas preferidos del público en general y del coleccionista en
particular, mal que le pese a la ceñuda crítica internacional que siempre le
ha reprochado su insistente evasión de las corrientes que atravesaron la
segunda mitad del siglo XX, empezando por el pop art que cundía en sus años
mozos, y siguiendo con la transvanguardia, la nueva objetividad, el
neoimpresionismo y por último las instalaciones.
Lejanamente emparentado con el surrealismo y con ese realismo mágico que
inventó su igualmente célebre compatriota Gabriel García Márquez, Botero
sigue imperturbablemente un camino inmutable en el tiempo, con ese sabor de
los grandes clásicos del pasado que una vez encontrado su propio estilo lo
mejoraban pero sin cambiarlo.
Rudy Chiappini, curador de la exposición y uno de los máximos expertos
del boterismo, ha cumplido un vuelo de pájaro sobre la entera obra del
artista colombiano, desde un homenaje a Diego Velázquez de 1959 hasta el
recentísimo “Carnaval” del año pasado, dividiendo las obras no por orden
cronológico sino temático.
Asi, en las siete secciones que ahora comparten espacio en el museo del
Victoriano con una igualmente excelente exposición dedicada a Giovanni
Boldini, el retratista máximo del segundo imperio francés, también él
acusado de excesivo comercialismo, se suceden las versiones de antiguos
maestros (Rubens, Velázquez, Manet, Cézanne), Naturalezas muertas,
Religión, Política, Vida Latinoamericana, Desnudos y Circo, precedidas por
una dedicada a la escultura.
En todas se percibe “esa dimensión onírica, fantástica y fabulosa
donde es evidente el eco de una nostalgia por un mundo que ya no existe o que
se halla en pleno proceso de disolución” como bien dice Chiappini en el
ensayo que abre el catálogo de Skira.
“Un mundo donde seres humanos, animales y vegetación son presentados con
rasgos y colores brillantes que evocan inmediatamente a esa América Latina,
donde todo es más real que la realidad, donde no queda espacio para la
sutileza y el esfumado y por lo contrario favorece la exuberancia de
formas narrativas y artísticas” prosigue Chiappini.
Es imposible, aún para el turista más distraído y que concentra toda su
atencíón en el magnífico espectáculo del Foro Imperial de la Antigua Roma
con su jungla de columnas y sus edificios destechados, ignorar esta
exposición gracias a una de las más monumentales estatuas de bronce de
Botero, un “·Caballo con riendas” que mide más de tres metros y pesa una
tonelada y media.
Un aperitivo que preludia una plena inmersión en ese mundo poblado de
redondeces donde personajes posan sin expresión pero conscientes de adquirir
un pasaporte para la eternidad que le proporciona el pincel del artista.
Botero no juzga a sus criaturas, ni siquiera a esos dictadores de
pacotilla que posan con sus consortes en un escenario del poder donde cunde el
mal gusto y la falsa suntuosidad, pero concede una mirada comprensiva a esa
montaña de carne que son las “Cinco hermanas”, fruto de idas y venidas
del pintor que tardó 35 años en terminarla, del 1969 al 2005, o a esa pareja
de sobrevivientes de un “Picnic” (2001), él aún con sombrero y corbata y
ella indolentemente recostada en el regazo de ese hombre que es todo su
mundo.
Hay quien gritará a la blasfemia viendo a ese Cristo en sobrepeso que ni
siquiera puede unir sus dos rollizos pies con un único clavo, como lo dicta
la tradición, o la hinchada Nuestra Señora de Colombia, con su igualmente
voluminoso Niño Jesús, pero es esa mirada irónica y risueña, típica de un
agnóstico como Botero, lo que lo salva de la hoguera inquisicional.
En resumen, quien de aquí al 27 de agosto pase por Roma, no debe dejar
de asistir a esta exposición, porque en un mundo poblado de terroristas,
desempleo, globalización e inseguridad callejera, más un gran etcétera,
sumergirse en el universo boteriano, donde reinan el orden y la serenidad, es
un auténtico pasaje de ida y vuelta para la felicidad.