EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
Santiago de Chile. Por Manuel FUENTES/Efe
Hace casi treinta años, el dramaturgo catalán Sergi Belbel renunció a la carrera de Filología porque prefería «ser un escritor que hiciera historia, en vez de un académico que la enseñara». El tiempo acabó dándole la razón.
Hoy, Sergi Belbel i Coslada (Terrassa, 1963) es uno de los autores contemporáneos más destacados de la escena española y sus obras han sido traducidas a una veintena de idiomas.
Con apenas veintiún años, Belbel conoció al dramaturgo y director José Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940). Fue un encuentro revelador que cambió su vida. Y el teatro, que hasta entonces sólo había sido un pasatiempo, se transformó en su pasión.
Un año después, una compañera de la universidad, que hoy es su esposa, le animó a presentarse al premio Marqués de Bradomín para Autores Jóvenes. Concurrían 96 obras, algunas de autores consolidados. «Minimal show», de Belbel, fue la ganadora y Sanchis puso a su disposición su grupo, para que la montara.
Julio Murillo, un catedrático de Filología francesa que le estaba dirigiendo la tesis, le hizo entonces la que Belbel define como «la pregunta de su vida»: «¿tú que prefieres, estudiar a los demás o que los demás te estudien a ti?». Ese día, su pasión se transformó también en su profesión.
«Cuando ves tus obras en otros países, en otros idiomas, te das cuenta de que a pesar de las diferencias conectan igual con el espectador. Hay algo subyacente, la teatralidad, que no conoce fronteras», explica.
«El lenguaje del arte dramático es universal. Por suerte, a nosotros lo digital no nos hace daño, porque nuestra esencia es el encuentro con la gente», enfatiza.
La conversación con Belbel se desarrolla en un restaurante de Santiago donde Christian Alván, un chef discípulo del legendario Ferrán Adriá, se esmera por seducir el paladar del autor de «La sangre».
Para este devoto de «El Bulli», la experiencia gastronómica deviene en un exquisito paseo por la geografía chilena, desde la trucha del río Petrohué al wagyu de la Patagonia, pasando por el atún de isla de Pascua o el chapalele relleno de pulpo de Chiloé.
En el teatro, sin embargo, no hay fronteras, y la obra de Belbel es una muestra de esa universalidad sin apenas referentes espacio temporales.
«Pertenezco a una cultura extraña (la catalana), que nunca ha tenido una consideración de Estado. Mis personajes no tienen nombre, en mis obras no se citan ciudades, todo está en un terreno ambiguo».
Ahora que ya no dirige el Teatre Nacional de Catalunya, responsabilidad que absorbió todo su tiempo durante los siete años, Belbel ha decidido hacer todas las cosas que fue postergando desde el año 2006.
Una de ellas era conocer Chile, donde al igual que en el resto de Latinoamérica sus obras están siempre presentes en las escuelas de actuación y en los principales teatros.
Esta semana, el creador de «Caleidoscopios» impartió un taller de escritura para autores y dramaturgos titulado «La teatralidad como juego», mantuvo un encuentro directo con el público en el Centro Cultural de España y concluyó con una conferencia acerca de «¿Por qué escribir teatro en el siglo XXI?»
«Yo soy un autor que dirige, no un director que escribe», confiesa. Por eso le hizo tanta ilusión que le encargaran la dirección del Teatre Nacional de Catalunya. «Hay una cantidad enorme de autores que escriben teatro en catalán. Yo me sentía el portavoz de todos ellos», confiesa.
Belbel fue consciente de que su misión era proteger y estimular la creación teatral. Rodeado de un buen equipo de colaboradores, el autor de «Móvil» hizo posible una treintena de producciones para potenciar la creación de los dramaturgos jóvenes.
También él fue una joven promesa, reconocida en 1996 con el Premio Nacional de Literatura Dramática por su obra «Morir» y en 2000 con el Premio Nacional de Teatro.
Ahora la historia se repite y Sergi Belbel se siente orgulloso de que sus discípulos estrenen obras en Berlín, en Londres o en el Piccolo Teatro di Milano.
«La dramaturgia catalana está en un muy buen momento, y la del resto de España también, pero tenemos un problema muy grande, y es que no hay dinero», se lamenta, al tiempo que recuerda la época en la que la faraónica sede del Teatre Nacional de Catalunya pagaba una factura de luz casi tan alta como el presupuesto de un montaje.
«No se necesitaba tanto, porque el teatro finalmente empieza cuando la gente está en la butaca. El dinero se debía haber gastado en otras cosas», comenta el dramaturgo, poco dado a la fastuosidad arquitectónica.
Pero como si de una tragedia griega se tratara, Belbel piensa que los momentos de crisis estimulan la creatividad y la búsqueda del espectador. La carestía incentiva una suerte de darwinismo dramático.
«Es una paradoja. Como no tenemos recursos para estrenar, tenemos que estrujarnos el cerebro. La suerte del teatro es que, a diferencia del cine, nosotros no necesitamos mucho dinero».
De ahí han surgido las experiencias de microteatro al aire libre o en espacios muy reducidos que en cierto modo recuerdan los tiempos del teatro independiente, comenta Belbel, un declarado admirador de grupos como Els Joglars, Comediants o la Fura dels Baus, surgidos a finales del franquismo con la voluntad de recuperar la libertad y renovar la escena teatral.
«Se está volviendo a los tiempos del teatro independiente, pero con mucha más formación y calidad. Nos estamos posicionando en el mundo. Es una evolución salvaje y tensa».
Ahora ya no hay que coger la mochila y subirse al tren para ir al Festival d’Avignon, como hacía el joven Sergi, para después, deprimido, enfrentarse al marasmo cultural de una Barcelona lejana aún del despertar que viviría con el Teatre Lliure.
«Ahora se nos conoce fuera», afirma Belbel con orgullo. «Bueno, si estoy aquí en Chile, ¡por algo será!».