Por Alejandro J. LOMUTO
Gil Castillo es brasileña y especialista en marketing político. A fines de la semana pasada estuvo en Buenos Aires con motivo de la reunión anual de la Asociación Latinoamericana de Consultores Políticos (Alacop), de la que es presidenta. Conversé un rato a solas con ella en un aula de la Universidad de Palermo, donde se realizó el encuentro. Entre otras cosas, opina que la crisis actual es la más grande de la historia de Brasil y que le ha hecho perder al país una “oportunidad muy importante” de consolidarse en una posición de liderazgo en el mundo. La conversación fue la siguiente.
¿Qué errores observa en la comunicación del gobierno de Brasil en relación con la actual crisis?
La comunicación, en cualquier situación, no hace milagros. Tenemos una crisis que es institucional y política. Esta crisis no empezó ahora sino que es algo que viene desarrollándose desde hace mucho tiempo. Y en algunos momentos puntuales, estratégicos, no hubo una acción concreta de parte del gobierno. En 2014, por ejemplo, con la situación de la Copa del Mundo de fútbol, muchas personas ya estaban molestas y hablaban en las redes sociales de insatisfacción. Hubo los movimientos que salieron a las calles en 2013. Todos esos fueron momentos en los que se mostró que la sociedad estaba enferma de alguna manera y que era importante que el gobierno tuviera acciones más concretas. Esto no pasó. Muchas veces la propia Presidenta ha demorado mucho tiempo para contestar a la crisis. Lo que pasa es que en el momento actual, en que la crisis no tiene ningún precedente en Brasil, en la historia de nuestro país, es prácticamente imposible que la comunicación sea el antídoto. No alcanza. Hay que tener acciones concretas de legitimidad y de gobierno para poder tener qué comunicar.
¿Hay algún hecho en particular que pueda verse como el gran error estratégico de la presidenta Dilma Rousseff que haya disparado la crisis o más bien se trata de esa tendencia que usted percibe a subestimar los hechos y a demorar respuestas?
Creo que es una secuencia de errores y una tendencia a subestimar los hechos. Si hubiera que buscar un hecho en particular, es que durante el período de campaña electoral [en 2014, para lo que finalmente fue la reelección de Rousseff] había una expectativa de un escenario muy distinta de lo que se concretó muy pronto, después de que la Presidenta asumiera su segundo mandato.
¿En materia económica?
En materia económica y en materia social. De hecho, la base del problema es un tema económico. Después, el problema económico impacta en los programas sociales. Y todo aquello que se había planteado en la campaña electoral, en el sentido de que los programas sociales no tendrían cambios, después resultó que fue necesario empezar un proceso de ajuste.
¿Qué impacto cree que tendrá esta crisis en la opinión pública brasileña? ¿La opinión pública está resentida solamente con el Partido de los Trabajadores (PT, gobernante) y sus aliados o con toda la clase política?
Con toda la clase política. Incluso, en las manifestaciones del domingo 13, Aécio Neves, que fue el candidato que enfrentó a Dilma, y Geraldo Alckmin, que ya fue candidato presidencial y es gobernador del estado San Pablo y virtual candidato en 2018 [ambos del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), principal opositor], fueron hostilizados por los propios manifestantes. Creo que hay un tema que es la baja credibilidad de la clase política, y creo que es un tema mundial. No hay ninguna encuesta de evaluación de credibilidad de las instituciones que no tenga en el último lugar a la clase política. Respiramos este tema en todos los países. En segundo lugar, en Brasil se va agravando un proceso de insatisfacción y hoy parece que hay dos lados polarizados, uno pro PT y otro de oposición. Y hay una gran masa de personas que están insatisfechas con toda la situación, porque atribuyen la corrupción a todos los políticos. A tal punto que algunas personas de la oposición también están siendo involucradas en procesos de denuncias de corrupción. Creo que es un momento muy particular de la historia.
¿En qué momento, y por qué motivo, la opinión pública brasileña dejó de tolerar la corrupción percibida con respecto a los gobiernos del PT? Porque las denuncias y la percepción de corrupción en relación con el PT no surgieron en los últimos meses sino que son mucho más antiguas [la primera denuncia periodística de lo que después se conoció como Mensalao, por los sobornos mensuales que se pagaban a legisladores, data de 2004, segundo año del primer mandato de Lula].
Esta pregunta es muy interesante. Cuando empezaron las denuncias del Mensalao y la oposición hablaba de corrupción, las encuestas del Instituto Datafolha registraban que a la gente no le interesaba este tema.
¿Porque la economía marchaba bien?
Porque la economía marchaba bien. Datafolha había hecho una encuesta para saber el grado de indignación de las personas en relación con las denuncias y preguntaba si estaban dispuestas a tolerar algún grado de corrupción si esto las beneficiara de alguna manera, y 75 por ciento de las personas respondió que no pasaba nada, que eso no tenía impacto en la vida de ellas. Pero cuando las denuncias de corrupción empezaron a tener un cuerpo mayor y la economía cayó, las personas empezaron a vincular ambas cosas ‒y en esto la oposición consiguió que hicieran ese link, de que no había escuelas u hospitales porque habían robado dinero de Petrobras‒ y empezaron a entender el impacto de la corrupción en el día a día. Y la cuestión es que los brasileños están con un poder de compra mucho más bajo.
Aun cuando por ahora está en suspenso, ¿la presencia de Lula en el gabinete le va a permitir al gobierno recuperar la iniciativa o va a terminar de hundirlo?
Creo que ni quienes están haciendo hoy las encuestas en las calles lo saben. Lo que puedo conjeturar es que Lula tiene un elemento que Dilma no tiene, y es su capacidad de aglutinar a la militancia del PT. Había ya una insatisfacción del PT con la Presidenta y Lula viene como una persona que es un símbolo del PT, a tal punto que la popularidad de Lula siempre fue mayor que la del propio PT. Creo que en este sentido, aun cuando no hay encuestas, la militancia es capaz de salir a las calles por Lula pero no por Dilma. Entonces, ese puede ser un papel importante de Lula en el gobierno. Pero para la sociedad en general no sabría decir en este momento si agrega valor o no.
Todo parece indicar que el próximo gobierno será del PSDB…
Yo no sé. Depende de quién sea el candidato. Con todas estas crisis, lo que pasa es que muchos dirigentes históricos, por ejemplo del PSDB, como Alvaro Dias, que es un senador importante, están pasándose a partidos que no tienen ningún tipo de mancha, como el Partido Verde, o a partidos nuevos que están surgiendo.
¿Es un proceso similar, o comparable, al que tuvimos en la Argentina a partir de la crisis de 2001-02?
Exactamente. Es muy parecido. Y diría incluso que, por sus características, es muy parecido también a lo que fue la operación Mani Pulite en Italia, porque hubo un proceso de judicialización muy grande y partidos grandes quedaron pequeños, y en el proceso nacieron otros.
Independientemente de cuál sea su sello partidario, ¿Qué características es posible que tenga el próximo gobierno?
Hay ciclos de tendencias. Yo diría que Brasil es hoy una sociedad conservadora y para hacer un contrapunto grande con todos estos años que pasaron, tal vez tengamos un gobierno que esté un poco más a la derecha, por más que no haya partidos asumidamente de derecha en Brasil. Un gobierno que esté un poco más por la libre iniciativa. Que es una tendencia que viene verificándose en América latina en general.
Y dado que no solo el PT sino también su principal aliado, el PMDB, pagarán los costos por el desgaste de la actual administración, ¿qué partidos o grupos políticos encarnarán la principal oposición al próximo gobierno y qué características tendrá esa oposición?
No sabría decirlo con precisión. La idea es una oposición responsable, que se comprometiera con el mantenimiento de algunos derechos adquiridos por la población, tales como algunos programas sociales, pero que también tenga el compromiso de hacer un cambio efectivo en las cuestiones económicas. La sensación que tengo es que la economía es una moneda que los gobiernos ajustan de acuerdo con el humor de la opinión pública y creo que debería ser al revés: la economía debería ser planeada y concretada aun cuando tuviéramos que pasar por una fase de austeridad. Y también está la cuestión de la corrupción: ahora que la gente tiene esta visión de que la corrupción impacta en la vida, creo que los políticos estarán más preocupados por este tema. En todas las encuestas que tenemos con respecto a las elecciones locales de octubre, entre las características deseadas para los próximos gobernantes locales lo que genera mayor rechazo es la corrupción.
¿La corrupción suele variar en la consideración de la opinión pública según los resultados económicos? En la Argentina, por ejemplo, durante los gobiernos de Carlos Menem (1989-99) y Néstor y Cristina Kirchner (2003-15) hubo abundantes denuncias de corrupción, pero para la opinión pública ese fue un tema relevante solamente hacia el final de ambos períodos, cuando la situación económica se había deteriorado. De otro modo: ¿el rechazo de la opinión pública a la corrupción también es una cuestión de ciclos?
Creo que sí. En Brasil estamos viviendo, tal vez un poco más tarde, un proceso similar al de ustedes. Era necesario que la gente sintiera primero el impacto en el bolsillo para que empezara a tener conciencia de que la corrupción es un problema. La corrupción es un problema endémico en nuestras sociedades y es lo que está dificultando el desarrollo de nuestros países. Creo que después de esa asociación, sí, la preocupación por la corrupción se pone por encima de la preocupación por las cuestiones económicas.
Una característica esencial de los populismos es la presencia de un liderazgo personal muy fuerte. Y la historia de varios países de América latina demuestra que se han sentido cómodos con liderazgos personales fuertes. ¿Hay posibilidad de que después de Lula haya un ciclo sin un liderazgo personal muy fuerte y al mismo tiempo no peligre la gobernabilidad?
Hay quienes afirman que en el pasado la política eran ideas y hoy la política son personas. Tenemos, en esta sociedad mediática, figuras personales centrales muy fuertes. Y esto no pasa solamente en la política, ocurre también en el entretenimiento. Para bien o para mal, la política depende mucho de las figuras personales. En Brasil, particularmente, la gente no tiene la tradición de votar por un partido sino que elige a las personas. De hecho, para los cargos parlamentarios no tenemos voto por listas, de modo que todos los candidatos tienen que estar peleando para conseguir un lugar bajo el sol. Entonces, el personalismo es una cosa muy fuerte en todo el proceso de comunicación electoral. Por lo tanto, no creo que haya riesgo para la gobernabilidad.
¿Cómo cree que influirá la actual crisis en el posicionamiento internacional de Brasil?
Creo que hemos perdido mucha credibilidad. Somos un país muy grande, con enormes riquezas, tecnología y todo, pero en estos momentos, cuando no avanzamos en las propuestas de consolidación democrática, cuando tenemos una crisis de esta magnitud, con tanta corrupción, y nuestra economía, que era la gran promesa, no va bien, perdimos espacio. Incluso, ya no parecen tan importantes los BRICS cuando tenemos a Corea del Sur como una emprendedora tecnológica que está tomando espacio en el escenario mundial. Es muy triste admitir esto como brasileña, pero pienso que Brasil ha perdido una oportunidad muy importante de posicionarse con un gran liderazgo mundial. Parecía que íbamos a levantar vuelo pero ahora, con todas estas cuestiones, se ha detenido esa marcha.
¿Cómo vislumbra el futuro próximo de América latina?
América latina es muy interesante porque vivimos siempre, desde el siglo XIX, olas muy parecidas en nuestros países. Los gobiernos populistas de izquierda están dentro de una tendencia a ser desacreditados y Brasil está en este proceso también. Creo que tendremos una ola más homogénea de una tendencia más aperturista, más promercado. No sé si ocurrirá, pero mi sensación es esta porque la historia es así desde hace mucho. Somos muy próximos y es la ley del contagio: la gente va teniendo olas de opinión que van cambiando con el tiempo.