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Discurso de Gabriel Boric
Por Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy
Mirar a España es tener, forzosamente, tapado un ojo. Tratar de ver un todo, cuando hay partes que se ocultan de una identidad única, ya no es posible. El separatismo catalán y el nacionalismo vasco siguen, a golpe de chequera, sembrando la semilla de un fruto que emponzoña una generación tras otra. El objetivo es construir una historia falsa, un “relato” que convenza a esas mentes de esponja, que ellos son mejores, que su voluntad debe estar por encima de la de la mayoría, que sus derechos creados, son superiores a los de todo un país que están plasmados en una Constitución que desprecian.
El empeño de una minoría se hace cada día más grande por el apoyo cómplice de un Gobierno, dispuesto a entregar todo a cambio de seguir en La Moncloa. Dicho de otro modo, las concesiones de Pedro Sánchez a los filoetarras e “indepes”, fomentan y dan alas a ese plan de ruptura a largo plazo en el que trabajan (nunca descansan) en esas comunidades autónomas.
La educación es clave en esta estrategia y ellos, todos, lo saben. El acoso y violencia en las universidades contra los estudiantes que defienden su derecho a existir y exigen el respeto a la ley, se tolera, a veces con disimulo y la mayoría con descaro, desde las instituciones catalanas. Mientras, en ese Madrid demonizado desde la Presidencia del Gobierno, se hace la vista gorda haciendo ver que lo que pasa, es que no pasa nada.
En los colegios catalanes las familias exigen que sus hijos pueden aprender en español, en su propio idioma, apenas un 25 por ciento de las asignaturas. La justicia les da la razón y la Generalidad de Barcelona insta a la desobediencia civil de los docentes. A la batalla van los padres y los hijos frente a la ausencia de un Estado que se borra de los sitios donde más debe estar presente. Por suerte, en España, queda Europa aunque, a veces, -como con la euroorden- no esté y pocos la esperen.