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Discurso de Gabriel Boric
Israel. Por María Luisa González/Efe/SAH
El “kibutz” de Mefalsim, en las inmediaciones de la franja de Gaza, fue el primero fundado por judíos procedentes de Sudamérica, principalmente de Argentina y Uruguay. Todavía hoy, 65 años más tarde, quedan descendientes entre los actuales 900 residentes de esta granja colectiva del sur de Israel.
Con un gran establo que alberga a 300 vacas a su entrada, el «kibutz» de Mefalsim está formado por un conjunto de casitas blancas, entre las que sus pobladores muestran con especial orgullo las dependencias destinadas a guardería y escuela, donde los niños son atendidos desde su nacimiento hasta los 6 años y donde reciben la primera enseñanza.
Moshe Reskin y Claudio Meitovich, ambos de origen argentino, explican que, debido a la proximidad de Gaza y a que pueden ser blanco del lanzamiento de cohetes desde la franja, en 2013 han protegido «todas las instalaciones destinadas a la educación de los niños con techos especiales de 40 centímetros de grosor».
Todos los habitantes del «kibutz» conocen la señal de alerta cuando se produce el lanzamiento de un cohete, que les deja entre 7 y 15 segundos para acudir a las casas habilitadas como refugio. De los 70 argentinos, uruguayos «y algún brasileño infiltrado» que en el año 1949 fundaron esta granja colectiva, solo quedan cinco personas.
De aquellos pioneros, «la mayoría abandonó. Eran personas que venían de Buenos Aires, de Montevideo, y la mayoría de círculos burgueses, cuyos padres lloraron cuando les dijeron que se venían para acá», cuenta Moshe a un grupo de periodistas durante una visita al «kibutz».
Piensa que la mayoría de los que entonces vinieron para fundar una granja colectiva, regida como todos los «kibutz» en su origen por un sistema socialista que obedecía a la máxima «de cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades», lo hicieron «por ideología, pero luego surgió el día a día, cuando hay que levantarse a las cuatro de la mañana a trabajar la tierra». En el archivo de Mefalsim pueden verse las fotos de sus fundadores, parejas de jóvenes argentinos y uruguayos en medio de una tierra desértica, en la que dormían en tiendas de campaña, sin nada alrededor. Los que se quedaron, lograron hacer la primera perforación de agua en el desierto entre 1949 y 1950 y a partir de los años 60 «se hizo el gran conducto de agua desde el lago Tiberiades», recuerda Moshe.
En la actualidad, este «kibutz», que, como el resto de las granjas colectivas ha abandonado el socialismo inicial para entrar en las prácticas del capitalismo y adaptarse a los avances tecnológicos, es rentable, según Moshe y Claudio. Su principal actividad es una fábrica metalúrgica en la que se hacen piezas a partir de polvo de metal. Además, producen unas mil toneladas de carne de pollo al año, y 3,5 millones de litros de leche anuales gracias a sus 300 vacas. Algunos de los actuales habitantes de Mefalsim trabajan fuera del «kibutz» y aportan su salario a la comunidad, que a su vez les revierte la suma que consideran adecuada. Es el caso de Moshe, que tras trabajar en la granja 15 años, decidió estudiar historia. El kibutz financió sus estudios, y ahora da clases como profesor en un colegio e ingresa su nómina en la cuenta común.
Del dinero que entregan los que trabajan fuera, se les da la parte que se considera apropiada «teniendo en cuenta los hijos que tengan, la antigüedad y sus necesidades», explica Moshe. Para ocuparse de estas tareas, el kibutz de Mefalsim cuenta con un gerente.
Al final de la zona donde se encuentran las casas, se divisa en el horizonte la franja de Gaza, «nuestros vecinos», señala Moshe, que cuenta que «hasta que empezó la primera Intifada (1987), aquí en nuestro kibutz trabajaba mucha gente de Gaza«. «Pero, tras la segunda Intifada (2000), como se dice en Argentina, se pudrió todo». Luego, recuerda que siguieron manteniendo cierto contacto con programas desde el colegio, «hasta que Hamás tomó el control de la franja, entonces se acabó».
Claudio enseña con orgullo el «refugio» que han construido como «centro de operaciones» cuando «se entra en estado de emergencia» por las características especiales que les da su vecindad con la franja de Gaza.
En la puerta del recinto un cartel recuerda que su restauración se ha hecho con la ayuda de la familia de Arie (León) Goldwasser, uno de los cofundadores del kibutz. Entre la segunda y tercera generación, «la mayoría no se queda», pero, según Claudio, hay una especie de «otra vuelta de la rueda, ya que algunos de los que se van, tras estar en el ejército o vivir una temporada en la ciudad, vuelven». Ellos dos, y unos pocos más, conservan intacta su lengua materna española, pero las nuevas generaciones han sido educadas en hebreo y a partir de los 6 años estudian inglés y desde los doce árabe.