viernes, 13 de diciembre de 2013
Argentina, la furia contenida

sudamericahoy-columnistas-carmen-de-carlos-bioPor Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy (SAH)

Días trágicos para Argentina. Los muertos del interior se quedaron sin nombre en las palabras de la Presidenta. Cristina Fernández de Kirchner bailó y se soñó artista sobre un escenario inmisericorde. Celebraba los 30 años de democracia.

Las policías provinciales pensaron antes en su maltrecho bolsillo que en la seguridad de las personas. Los agentes cobran un sueldo que no les da tiempo a contar. Ellos, que tiene por misión cuidar al otro, cerraron los ojos y abrieron la veda a la delincuencia.

Los ladrones irrumpieron en cientos y cientos de comercios. También en las viviendas. El saqueo, profesional y el de reflejos rápidos, corrió como la malaria de norte a sur del país.

El Gobierno no estaba donde tenía que estar y buena parte de la oposición volvió a perderse antes de encontrarse.

Cristina KirchnerLo que queda de Fernando de la Rúa permitió con su regreso, sentado en una silla, vestir el cuerpo lastimado del aniversario del fin de una dictadura desterrada en las urnas. Ricardo Alfonsín, el hijo del padre de la democracia, se colocó a su lado como testigo de una farsa interpretada al ritmo de la música festiva que sonaba en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, donde una viuda agitada sacudía las caderas y golpeaba cacerolas y algo parecido a un tambor. Mientras, en las provincias, el luto de carne y hueso se cobraba sus víctimas. Una docena no lo podrá contar. Miles, heridos por dentro y por fuera, jamás lo van a olvidar.

Los argentinos vieron robar a sus vecinos y los vecinos se organizaron en patrullas para defenderse los unos de los otros. El mejor alumno de una escuela de Salta. “mi abanderado”, se llenó los bolsillos y el carro con la propiedad ajena. “¿Qué debo hacer, ministro?”, preguntó, desolada, la directora del colegio que fue testigo de la lección de pillaje.

Al secretario de Seguridad, Sergio Berni, se le escapó decir que no sabe reprimir sin violencia. Entre líneas se leyó que no está en condiciones de garantizar la paz sin que la vida de alguien se quede en el camino.

La Iglesia se hace cruces y exige: «Esto no puede volver a pasar. Necesitamos a la Policía en sus puestos».

Argentina se acostumbró a vivir entre manifestaciones de unos pocos, a intuir los rostros tapados de piqueteros y observar ejércitos populares armados con las arcas de un Estado que hizo bueno lo que está lejos de serlo.

La prensa publicó, una vez más, cómo el poder se enriquece. Los ministros multiplican sus fortunas. La jefa del Estado, si tuviera en efectivo la suya, necesitaría más de una bóveda para guardarla. Cristina, la primera, la elegida por el pueblo dos veces consecutivas, recordó sus orígenes humildes y condenó a los otros ladrones pero no envió el auxilio a Córdoba cuando la mecha del asalto comenzó a prenderse.

El vicepresidente, Amado Boudou, hace colección de denuncias por corrupción y representa a Argentina en los funerales de Nelson Mandela. La justicia, hoy por hoy, parece un guiño entre ciegos.

En Argentina la ira y la rabia se cuecen a fuego lento en vísperas de Navidad. No hay hambre, hay furia contenida que se escapa cuando le abren la puerta.