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Discurso de Gabriel Boric
Buenos Aires. Por Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy (SAH)
Argentina parecía haber perdido la costumbre de someterse a las huelgas generales. Raúl Alfonsín sufrió durante su Gobierno trece, Carlos Menem ocho, Fernando de la Rúa nueve (en apenas dos años) y Eduardo Duhalde dos. El difunto ex presidente Néstor Kirchner no padeció ninguna pero su mujer, Cristina Fernández, en este segundo mandato consecutivo, ha sido castigada, de momento, con un par. Una en noviembre y otra ayer.
El paro general de Hugo Moyano y Luis Barrionuevo, en las formas, no fue muy distinto a otros históricos. La clave del éxito, aquí y en cualquier país, es la adhesión del transporte público. Lo de los piquetes es otro tema pero tampoco son nuevos en Argentina. El Gobierno actual los conoce bien, sumó a sus filas y colocó en puestos representativos a muchos piqueteros que, como Luis D´Elía, recurrieron a la violencia verbal y física sin importarles lo más mínimo la ley. En ocasiones, valga recordarlo, en defensa del “proyecto nacional y popular” del kirchnerismo. La sorpresa del Gobierno por la instalación de piquetes, medio centenar en todo el país, resulta, con estos antecedentes, poco verosímil pero algo tenía que decir. Lo de hacer será para más adelante.
Las diferencias dentro del peronismo sindical y partidario tampoco son novedosas. La bolsa de gatos, como se refirió el general Perón a las disputas internas de su movimiento, está recibiendo zarpazos de ejemplares con distinto pedigrí. La lucha es brava pero las garras, tiempo al tiempo, se convertirán en apretones de mano. Aunque hoy parezca que se están matando, se perdonarán la vida y las deudas por un interés mayor, más cerca de los negocios que de la búsqueda del bien común.
La cuestión de fondo o la coartada que sirvió en bandeja la justificación de un paro nacional encontró asidero en una sociedad económicamente asfixiada. Argentina ha alcanzado el triste honor de convertirse en el segundo país de América Latina con mayor inflación (28,3) y en el cuarto del mundo, por detrás de Irán (35,2), Sudán (36,5) y Venezuela (40,7). El poder adquisitivo del salario ha quedado triturado, la devaluación, la subida de las tarifas de los servicios públicos, las cargas impositivas y el resto del “ajuste” han completado en los últimos meses el trabajo (sucio para los trabajadores y la clase media).
Es más que probable que de mantener su alianza Cristina Fernández y Hugo Moyano la huelga no se hubiera producido. Pero, está dicho, es tiempo de enseñar y afilar las uñas. Dicho esto, a esta situación agobio no se llegó de la noche a la mañana. Este escenario se ha construido a lo largo de la más que prolongada “década ganada”, un desperdicio de oportunidades.
La gente, una vez más, está más pobre y sus gobernantes más ricos. Los argentinos, de nuevo, sienten que no hay justicia y la impunidad lleva el nombre del poder en su adn. La huelga debería ser el último recurso, una medida desesperada a la que se llega en una situación límite tras haber agotado las instancias previas de diálogo. Pero en la Argentina de hoy en día no sólo la moneda está devaluada, también la palabra y sin ella, no hay diálogo y sin éste resulta imposible un consenso. En Argentina, en Venezuela y en Japón.