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Discurso de Gabriel Boric
Por José VALES
La corrosión de los cimientos de un país clave, en la región, comienza a hacer temblar a varios gobiernos. No ya porque esas administraciones hayan participado o estén sospechadas de hacerlo en el escándalo de la Petrobras, que tiene contra las cuerdas a la presidenta Dilma Rousseff y al Partido de los Trabajadores (PT), sino porque la economía brasileña no da signos de recuperación pese a un años de ajustes. El dólar allí se dispara y el desempleo crece sin parar y como dicen los uruguayos: “Cuando Brasil o Argentina, estornudan, nosotros nos engripamos”. Una máxima que, en mayor o menor medida, vale para el resto de los países de la región.
Ahora que Brasil está enfermo, los cimientos de la nación más grande de Sudamérica están corroídos y, lo que es peor, corrompidos. Su sistema político llegó al límite. La credibilidad de los políticos por parte de la sociedad es nula y la economía no soporta un gasto público como el que caracterizó los últimos tres lustros. La ofensiva judicial avanza sobre los cuadros más destacados del PT, el mito político del país, Luiz Inácio Lula Da Silva, está siendo investigado, porque las sospechas sobre él son muchas y variadas, la presidenta y su equipo de gobierno no tienen reacción
ante los cimbronazos que llegan desde el Poder Judicial, la oposición y hasta de sus aliados y lo que es mucho peor aún, la oposición goza de ausencia como último favor a un gobierno que se desvanece.
Un panorama sombrío para un país que es el principal mercado comercial de Argentina, y socio importante de Uruguay y Paraguay. Una situación
más que comprometida la de un gobierno que despliega una diplomacia de peso en países como Colombia (negociaciones de Paz) y Venezuela (con su eterna crisis).
Pero mientras la administración Rousseff y el PT se cuecen en su propia salsa, a la espera que desde los tribunales le agreguen un nuevo ingrediente al minestrón, en Argentina, todo parece indicar que el kirchnerismo conseguirá imponer su voluntad en las urnas. Hay una cohorte de candidatos en la oposición, encabezados por el presidenciable Mauricio Macri, que están haciendo todo lo necesario para no crecer en las encuestas. Fue “Fredo”, tal el apodo que se ganó a pulso el propio Macri, el que hace unos días, le conto al electorado que consultó a una vidente budista para que «Me alinee los chacras”, y que lo convenció de ser candidato. Una evidencia elocuente de que este hijo de “un empresario italo-sudamericano” confunde un tribunal
electoral con un programa televisivo de chismes y que todavía no entendió que lo que queda de su país, espera otra cosa de alguien que va a regir sus destinos. Si al menos lo hubiesen apodado no “Fredo” sino “Michael”, tal vez la cosa sería mucho más decorosa.
A diferencia de Brasil, donde todas las esperanzas radican en la Justicia, en Argentina, los magistrados también aparecen funcionales al Ejecutivo. Sólo hay que ver los últimos fallos, las últimas actitudes inexplicables del juez Claudio Bonadio en una causa que afectaba a la familia presidencial y las decisiones de algunos fiscales para corroborarlo. Por momentos se parece a una suerte de Masterchef, ese formato de TV de seudoculinaria, donde todo se asemeja a una disputa pero todo está amañado.
Por eso la característica común de las crisis de Brasil y Argentina, es que los que intentan lidiar con los poderes, estructuraron una suerte de “Armada Brancaleone” que pasa de la comedia a la tragedia sin mucho carácter y profesionalismo. Es entonces cuando buena parte de la sociedad, absorta y ausente de lo que pasa al mismo tiempo, llega a creer que el presente es un paraíso ante lo que podría llegar a venir en un futuro inmediato. Tal vez, les asista la razón.