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Discurso de Gabriel Boric
Por Adolfo ATHOS AGUIAR
Los jueces nacionales están chocando nuevamente con una de las máximas elementales de la teoría política, que reza que “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. De las dos obras más divulgadas de George Orwell (nacido y sepultado como Eric Blair), una (“1984”) se transformó en primera en ventas dos veces en los últimos años; en 2013, con el escándalo Snowden, y hace unos meses con los avatares del presidente Trump.
En “Rebelión en la granja”, Orwell pone a cargo de los cerdos la formulación e interpretación de los principios de gobierno. No hay otra forma de transmitir la idea que recomendar su lectura, pero en lo que aquí respecta, los cerdos van regulando sus conflictos y la evolución del ideario en función de sus propios intereses.
En la cultura popular de todo el mundo, el cerdo es un protagonista. A la observación sencilla y aguda del campesino le resultan evidentes las semejanzas de comportamiento de los cerdos con los seres humanos. Son inteligentes y extremadamente adaptables a las variaciones de ambiente e influenciables por las presiones. Son gregarios, pero la satisfacción inmediata del individuo y los conflictos internos suelen prevalecer sobre la preservación de la piara.
Así como es majestuoso y estremecedor asistir en la espesura al paso de una piara de jabalíes, puede ser grotesco presenciar comportamientos asilvestrados en cerdos de corral que tienen pitanza a horario y protección asegurada. El Poder Judicial de la Nación enfrenta ahora una derivación de esos comportamientos, que se hace patética al enfocar en sus protagonistas.
Néstor Kirchner introdujo en 2004 un verraco nuevo en una piara decadente a la que había infundido terror. Proveniente de una manada de otros ámbitos y hábitos, el comportamiento agresivo del verraco del amo lo convirtió rápidamente en padrillo, y fue rodeado por espontáneos y entusiastas escuderos. Kirchner lo seguía asistiendo con palo y zanahoria.
Ese sistema social sobrevivió hasta ahora, porque el gobierno Macri insistía en esperar una improbable contrición elegante. Ahora que se ha dado por vencido, adopta tácticas diferentes, parecidas a lo que los técnicos llaman “Manejo etológico de las piaras”. Sus manifestaciones más evidentes fueron consentir la sentencia de continuidad de Highton mientras se anticipaba la que rechazaría la de Schiffrin, la premura extrema (única en su historia) del Consejo de la Magistratura en impulsar de oficio las jubilaciones de los jueces mayores, y la puesta en circulación de un consentimiento anticipado con el pago de ganancias y traspaso a la justicia local para los nuevos. Pesa en este fenómeno el sospechoso acting de contradanza entre el ejecutivo y Elisa Carrió, de contención y amenaza a raíz de los masivos y documentados actos de corrupción en el gobierno judicial.
Una situación así era impensable a fines del año pasado, pero ahora verracos y escuderos abandonan su tropa a la depredación, preservándose ellos mismos. Ante la amenaza, los líderes de la manada (a diferencia de otras especies) no presentarán pelea y dejarán que los más débiles (empezando por los viejos y los nuevos) sean devorados.
El gobierno ya no pretende fingir elegancia frente al sistema judicial y ha optado por vapulear dramáticamente su endeble esquema social. No obstante, alguien debería recordar que el fin no siempre justifica los medios. Hay una institución republicana que naufraga, y todavía no toca fondo.