viernes, 8 de marzo de 2013
Cristina Kirchner, sin Chávez y en Argentina

Foto: Efe/Miraflores

Buenos Aires. Carmen DE CARLOS, para SudAmericaHoy
La presidenta de Argentina no dudó un minuto. Tenía la decisión tomada hace tiempo, cuando tuvo la certeza de que Hugo Chávez Frías no volvería a ponerse en pie. Cristina Fernández de Kirchner organizó todo para salir volando a Caracas. Antes, habló con el Presidente de Uruguay, José Mujica. Él y su esposa, Lucia Topolansky, cruzaron raudos el Río de La Plata para hacer juntos el viaje. La viuda de Kirchner aterrizó en la capital venezolana de luto y con gafas oscuras. La imagen, habitual en Argentina desde la muerte de su marido en octubre del 2010,  hizo recordar los días negros del funeral y entierro del ex presidente argentino. Desde entonces, Cristina Fernández actuó sola, decidió sola, se impuso sola. Lo hizo dentro de Argentina y fuera pero con el respaldo implícito o explícito, según el caso, de Chávez, el espejo cóncavo en el que se ha mirado para gobernar desde que se quedó viuda.
Cristina Fernández se sentía segura sabiendo que Chávez existía. Lo mismo le sucedía al presidente Evo Morales y, en mucha menor medida, a Rafael Correa. Morales es hijo político de Chávez y de Fidel Castro, Correa alumno con criterio propio del curso rápido de Socialismo siglo XXI. Ambos, con matices, siguieron la hoja de ruta chavista: Reforma constitucional, reelección, ahogo a los medios de comunicación críticos, expropiaciones y renacionalizaciones. La presidenta de Argentina -sin re-reelección- tomó nota de la lección con más entusiasmo que su marido y la “argentinizó”. Dicho de otro modo, en Argentina ahora hay un cambio paralelo, la inflación supera cuando no ronda el 25 por ciento, se expropia y se hace en peores condiciones que Chávez porque no paga (último caso el de Ypf Repsol), se abusa de las retransmisiones oficiales en Cadena Nacional y éstas, se hacen eternas. También aquí, se elige, sin disimulo, a Estados Unidos como enemigo (hasta incautaron material militar) y la dialéctica del escarnio con los países desarrollados en crisis se impone como moneda corriente en el lenguaje “cristinista”.
En este contexto, y a inspiración “chavista” la presidenta reanudó las relaciones con Irán, hasta hace un par de meses terreno prohibido por –según la Justicia argentina- su participación en el atentado a la mutualista judía AMIA. Ambos países firmaron el mes pasado un tratado internacional para crear una comisión bilateral mixta que investigue el bombazo que hizo saltar por los aires el edificio en 1994, le costó la vida a 85 personas y dejó más de trescientos heridos. Es decir, los iraníes acusados de poner la bomba investigarán quién la puso con las víctimas de la misma. El delirio, en tiempos de Néstor Kirchner, hubiera sido imposible. Sin él pero con Chávez el tratado, formalmente denominado memorándum, es ley.
El influjo de Chávez en el matrimonio Kirchner tuvo una primera etapa de la que el difunto ex presidente argentino terminó alejándose. Kirchner prefirió pagar a Venezuela intereses de más del 15 por ciento por préstamos de unos cinco mil millones de dólares antes que afrontar una deuda con el FMI con intereses inferiores al 3. La decisión se aplaudió como una victoria en Buenos Aires pero Néstor Carlos Kirchner se dio cuenta del error y tuvo que dar marcha atrás. No era rentable para Argentina pero, “ no disponía de fondos y Venezuela se los proporcionó. Aunque estuvo a la medida de su propia conveniencia fue útil a las dos administraciones”, opina el analista Horacio Calderón.
La gestión de Cristina Fernández viene, de origen, marcada por Chávez. La corrupción la salpicó con el caso Antonini Wilson, el venezolano que transportó cerca de un millón de dólares para, según declaró en el juicio, financiar la campaña de la actual presidenta. Los fondos salían de las arcas venezolanas. La denominada “embajada paralela” entre Buenos Aires y Caracas y el uso de fideicomisos para fines ajenos a los de su fundación forman parte del entramado de presunta corrupción bilateral.

Foto: Silvina Frydlewsky

La presidenta proclamó una frase en Caracas para recordar a su amigo, “hombres como Chávez no mueren, se siembran”. Como expresión declamatoria –aunque no sea de su cosecha- tiene una fuerza formidable. La semilla de Chávez germinó en miles de seguidores que lloran hoy su muerte. En otros, se considera una mala hierba pero en el caso de la presidenta de Argentina parecería que quiere florecer y sobresalir en el jardín de la política latinoamericana. Se comporta y hasta habla parecido a Chávez. Heredar su liderazgo podría ser un último homenaje a sí misma y al último caudillo sudamericano. El problema es que Argentina no es Venezuela ni, pese al yacimiento de Vaca Muerta, tiene su petróleo. Brasil lo sabe. Dilma solo tiene que esperar.