jueves, 10 de octubre de 2013
Cuando una mujer está enferma

sudamericahoy-columnistas-carmen-de-carlos-bioPor Carmen DE CARLOS, para SudAmericaHoy (SAH)

La presidenta de Argentina no gana para sustos y el país, tampoco. La enfermedad parece perseguir a la familia Kirchner cuyo destino político resulta tan sorprendente como la fragilidad de su salud. Néstor Kirchner llegó a la presidencia por carambolas de la historia. El candidato elegido, por descarte, por el ex presidente Eduardo Duhalde, difícilmente hubiera podido poner un pie en la Casa Rosada si Argentina no hubiera estado, como estaba, tratando de salir de un colapso sin precedente.

Su esposa, Cristina Fernández, tampoco le habría sucedido en el poder si hubiera sido solamente una legisladora respondona. El matrimonio que llegó de la remota Patagonia construyó en la última década un país a la medida del patrón impuesto en Santa Cruz, una pequeña y gélida provincia que entonces, a duras penas, tenía doscientos mil habitantes. Pero cualquier parecido entre Santa Cruz y el resto de Argentina -octavo país más grande del mundo- es mera coincidencia.

Cristina y Néstor Kirchner llegaron a Buenos Aires, al poder, para quedarse. El plan era alternarse indefinidamente en la Presidencia. Un infarto fulminante echó por tierra, hace tres años, sus previsiones. Ironías del destino, la vida conyugal y la política del matrimonio, quedó reducida a la figura de una sola persona. Sin la presencia del complemento, la mitad de dos se cargo a la espalda el peso del Gobierno. La experiencia era nueva. La dificultad y la soledad, mayor.

El ejercicio del poder lleva implícito, en cualquier país, un desgaste que marca el tiempo de la legislatura. Sea ésta una ó dos. Basta ver cómo entran los presidentes de Estados Unidos, Europa y América Latina y con qué aspecto salen. El Obama rozagante es hoy un hombre que peina canas. José Luis Rodríguez Zapatero entró con cara de niño y salió con unas bolsas bajo los ojos que le envejecieron prematura y dramáticamente. Los ejemplos se repiten y es normal. El peso del Estado, tanto si la gestión es un acierto como un fracaso, no es de plumas. Pero el peso puede resultar insoportable cuando en su totalidad recae en una persona.

Es conocido que Cristina Fernández no sabe delegar. Era sabido que su marido tenía que dar el visto bueno a las grandes decisiones pero la tenía a ella y confiaba, dentro de lo que era capaz, en Julio De Vido y en Carlos Zannini.  La presidenta de Argentina no tiene, prácticamente, a nadie. Eligió mal a su vicepresidente, Amado Boudou y el resto de su Gabinete, como muchos se definieron, funcionan como soldados a la espera de órdenes. Sin éstas, por enfermedad de la Presidenta, ningún ministerio parece estar en condiciones de funcionar por sí mismo. La desorientación se impone y la parálisis, en tiempos electorales, se instala pese a los esfuerzos por disimularla.

El secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini, surge estos días como el reemplazo transitorio y antinatural (en términos institucionales) de la mujer que ordena y manda pero que, reconoce, “sólo confío en mis hijos”.

Máximo Kirchner es un joven sin estudios universitarios ni experiencia política. Podría ser la versión menos ilustrada, más huraña –quizás por timidez- y cero frívola de Antonito De La Rúa, un desastre como asesor en las sombras pero capaz de colocar la carrera de Shakira en el centro del firmamento discográfico y sacarle buen provecho económico.

El hijo mayor de la Presidenta, al que se atribuye inmenso poder entre bambalinas, puede ser un sostén clave –y necesario- en el ánimo de su madre pero no está en condiciones –ni le corresponde-  administrar o mover los hilos de la compleja Argentina ni por un minuto. La Cámpora fue un invento de Néstor Kirchner aunque el joven, de oficio desconocido, figure como fundador y haya sabido colocar a sus amigos de los últimos tiempos en puestos de segunda línea donde, por cierto, no han cosechado éxitos sino más bien fracasos, caso de Aerolíneas Argentinas. Aún así, La Cámpora está abocada a ser menos que nada cuando Cristina Fernández abandoné la Casa Rosada, algo que sucederá –si ella no decide otra cosa- en un par de años.

La enfermedad de la Presidenta ha devuelto al mundo la imagen de una Argentina, de nuevo, sorprendente y frágil. En el exterior se preguntan en manos de quién está un país que fue una gran potencia en otra época. Más allá de las fronteras miran, con asombro, lo que sucede cuando una  mujer está enferma y, por cierto, cuando no lo está.