jueves, 20 de agosto de 2015
Desbordados
Miles de evacuados por el fuerte temporal en la provincia de Buenos Aires. EFE

Miles de evacuados por el fuerte temporal en la provincia de Buenos Aires. EFE

Porjosé vales Por José VALES

Buenos Aires- A algunos los tapa el agua y a otros las multitudes en las calles gritando “¡Fora!” (“¡Fuera!”). A todos los cubre el mismo lodo de mala praxis y corrupción. El silencio de la presidenta, Cristina Kirchner sobre el flagelo que afectó a decenas de miles de familias y provocó cuantiosas pérdidas en familias y en pequeños productores es más que elocuente. Toda la ira recayó en la humanidad de su candidato a la presidencia, el gobernador Bonaerense, Daniel Scioli, quien mientras sus gobernados sufrían la falta de obras de infraestructura, él se fue a Roma, tras las elecciones primarias, dice que a una consulta médica y a entrevistarse con el presidente del Consejo de Ministros de Italia, Matteo Renzi.

Médicos para su prótesis en el brazo derecho en Argentina no faltan, al menos por ahora, y en el Gobierno italiano, negaron que hubiese pedida una entrevista. Scioli empezó mal en la política y sigue peor. Existen fuertes versiones que quien esperaba a Scioli en Roma era un colaborador de excepción de su campaña, el Papa Francisco, al que su peronismo lleva a apoyar a Scioli, pero su misión pastoral, coherente con la lucha contra el narcotráfico, lo obliga a deplorar la existencia del actual jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, como eventual gobernador bonaerense.

Al menos así, lo indican esas versiones surgidas de allegados al Sumo Pontífice.

Scioli debió pagar caro su relampagueante viaje. Tuvo que regresar de inmediato cuando media provincia quedaba bajo el agua y su vicegobernador, Gabriel Mariotto, no atinaba ninguna medida y la presidenta seguía en silencio desde antes que se abrieran las urnas.  Ahora sí, el final de las elecciones de octubre está más abierto que nunca. Lo que no logró Mauricio Macri, ni ningún miembro de la oposición, lo logró la desidia gubernamental y cierto aire de impunidad que lleva a los funcionarios a seguir adelante, bajo la idea de que “aquí nunca pasa nada…”

Lo que nadie informa es qué pasó con los fondos destinados, en las partidas presupuestarías, para las obras hidráulicas que desde hace casi un siglo inundan a Buenos Aires y otras partes del país.

Manifestación en Brasilia contra el gobierno de Dilma Rousseff. EFE

Manifestación en Brasilia contra el gobierno de Dilma Rousseff. EFE

En Brasil, en cambio, al gobierno y al Partido de los Trabajadores (PT) no los tapó el agua, sino el grito en las calles en su contra. Por primera vez la calle, esa que le fue tan fiel y familiar, se expidió contra Luiz Inácio Lula Da Silva, el mito viviente de la política brasileña, quien en los próximos días deberá prestar declaración ante los jueces por la investigación del Banco De Desarrollo Social (BNDES). En palabras del politólogo Carlos Pereira, “la calle ya comenzó a desacralizar a Lula”.

La Presidenta, Dilma Rousseff, es dueña de una debilidad política extrema. Administra una crisis económica, tiene a la calle en contra y bate el récord de impopularidad tan sólo un años después de ser reelecta, su gobierno está en minoría y las pruebas en su contra, como la de haber maquillado el presupuesto del 2012 (investigación que lleva adelante el Tribunal de Cuentas) son contundentes.

Si no cae en un proceso de “empeachment” en las próximas semanas, es porque la oposición, principalmente el Partido Socialdemócrata Brasileño (PSDB) está tan débil que lo mira todo por TV, y que el árbitro eterno de la política brasileña, Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), participa del gobierno y tiene al presidente del Senado, Renan Calheiros y el de Diputados, Eduardo Cunha (quien se distanció del gobierno), acusados de corrupción en el caso de BNDES.

Manifestación en San Pablo. EFE

Manifestación en San Pablo. EFE

La crisis es total. Es una crisis del sistema. De eso tomaron nota los principales empresarios del país que buscan establecer un acuerdo, en base a 27 propuestas de Calheiros, para asegurar la gobernabilidad. A Brasil no la inunda el agua, de la que carece hace dos años por culpa de la sequía, sino la corrupción y el desparpajo con el que el PT se manejó en los últimos 12 años dentro del sistema político brasileño.

Así el partido que más colaboró con la transición democrática, con la inclusión de millones de personas al mercado, el de las grandes causas sociales, fue el factótum de este clima de destrucción y de su propia autoflagelación.

La solución no llegará de un día para el otro. Es de largo aliento histórico. Pero es tan fácil de poner en marcha que ni en Argentina ni en Brasil puede percibirse. Deberían comenzar a construir política y socialmente sobre un nuevo contrato ético entre las instituciones y la sociedad. Algo que lleva años para ver los resultados pero que, por lo visto, en el gigante sudamericano y en su vecino, ya no debería demorarse más. El lodo de la corrupción y el despropósito de los actos gubernamentales ya le llegó a la altura de los labios de la paciencia.