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Discurso de Gabriel Boric
Por Gabriela POUSA
Argentina está en franca decadencia. Nadie se animaría a sostener lo contrario. Las opiniones apenas oscilan entre el cuándo se llegó a este estado y quiénes han sido los responsables de la calamidad. A este último interrogante me atrevo a responder afirmando que culpables los hay de ambos lados: oficialistas y opositores, políticos y ciudadanos.
Los gobernantes no nacen de zapallos, emergen de una sociedad dónde, por ejemplo, se convive con la idea de la educación como algo esencial pero se soslaya si acaso surge un viaje a Disneylandia y los chicos deben faltar a las aulas. Queremos el blanco y el negro, y cuando tenemos uno de ellos, ya estamos aspirando al otro con la ansiedad de un infante.
Nadie sabe a ciencia cierta dónde está parado. “Era Macri” es la sentencia que domina hoy en las redes sociales, pero cuando Macri era, una suba de tarifas, un tipo de cambio que en ese instante no convenía, lo convirtió en el presidente más criticado por su propio electorado. Es como si un repentino ataque de amnesia se hubiera convertido en pandemia.
Más triste que el covid fue vernos olvidando lo inolvidable. Nadie recordaba la “década ganada” donde las tragedias como Once, los saqueos a las AFJP, la apropiación de la fábrica de hacer moneda, los bolsos en una casa Rosada paralela, la entronización de Milagro Salas, los despachos de Luis D’Elia en Balcarce 50 y la militarización de derechos humanos miopes y desvirtuados fueron las bases donde se asentaba todo el arsenal que estallaría luego por más que Mauricio Macri y equipo hubiesen jugado una final dirigidos por Marcelo Gallardo y Lionel Scaloni con Messi pateando al arco a cada rato.
Habían hecho pomada el país pero como luego, en 4 años, los que vivieron no lograron la panacea, se despertaron los desencantos como si el beso al sapo no lo hubiera convertido en el príncipe añorado. Y no, el país no es un cuento de hadas. No hay magia. En eso el slogan K fue sincero: “No fue magia”. Mientras unos construyeron un aparato macabro basado en el perpetuo engaño y las falacias, otros intentaron unir fuerzas para ser una alternativa válida.
Lo fueron porque ganaron las elecciones pero dejaron de serlo. Hoy deben tomarse muy a pecho la nada simple tarea de consolidar un espacio homogéneo en principios y valores. Las ideas pueden ser diferentes, la estructura del edificio no. Y a la vista están un montón de ladrillos incapaces de encajar. No es posible que mientras el oficialismo se abroquela aunque más no sea para la foto, porque de apariencias también vive el hombre, la oposición esté dando motivos para que quienes los votaron hace media hora critiquen y se decepcionen.
Este jueguito de “estamos aprendiendo” como si el país fuese un simulador de realidades paralelas es inconcebible en tiempos cruciales. El año que viene se van, o deberían irse pero eso depende tanto de los votantes como de quienes pretenden sucederlos.
Está claro que con el 2022 empieza o se retoma la campaña. En Argentina, en rigor, el proselitismo es la única política de Estado que se mantiene estable. Todo lo demás es provisorio. Ellos van a avanzar como lo expresaron desde el vamos: por todo. Volverán a llenar la bolsa de gatos y entablar el relato que a muchos, aún negándolo, les gusta escuchar. Si el muro opositor no es firme y se erige sobre bases concretas y fuertes, lo van a derribar como derribaron las ilusiones de cambiar.
La oposición aún no tiene claro el rumbo. Debe forjarlo con premura, del otro lado está el populismo que acaba de demostrar en Chile cuán capaz es de ser el Ave Fénix. Es un año donde hay que salir a la cancha a ser contralor de cada palabra, de cada punto y coma, de cada mentira y cada error.
Es tiempo de construir sin personalismos. Si la sociedad va a seguir discutiendo a Macri, a Bullrich o echando culpas a Durán Barba y Marcos Peña no vamos a llegar a nada. El nivel de exigencia debe estar en la memoria de los mejores años de nuestra existencia que se han encargado de destrozar a punto tal de qué hay más hijos afuera que dentro de las fronteras, y los que aún están sueñan con franquearlas apenas puedan.
Cierro con Alexis de Tocqueville: “Es necesario haber leído muy poca historia de los países libres para ignorar que la virtud política apenas existe entre quienes los gobiernan, y que la ambición de éstos, su oportunismo, y su egoísmo casi nunca tienen otros límites que los impuestos por la opinión pública. Por lo general, los gobernantes sólo tienen la honradez que las costumbres publicas les obligan a tener. Ellos no son sino lo que la Nación les obliga a ser; y es sobre todo a ella a las que deben atribuirse sus debilidades y sus vicios”
En nosotros más que en ellos radica el cambio del porvenir. La tarea, como la culpa, no es nunca, del todo ajena.