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Discurso de Gabriel Boric
Por Adolfo ATHOS AGUIAR, para SudAméricaHoy
Frustrado por algunos fracasos en sus modestas metas, el gobierno argentino -nacido axiológica y culturalmente del menemismo de los noventa- menea de vez en cuando una lista de privilegiados que parece inagotable. La lista de los que oculta es por lo menos similar. En espejo, su único “respaldo moral”, Elisa Carrió –y entre susurros la cúpula del radicalismo- critica que todos pesen sobre una fantasmal clase media. Estos dilemas argentinos son muy pedestres frente al modo y sentidos divergentes en que se encaran en Arabia Saudita e India.
En Arabia, el príncipe Salman prepara su inminente salto al Trono –que romperá la tradición sucesoria fundada por su abuelo- con la eliminación de privilegios puntuales de la familia real. Previa prisión, Salman les muestra a sus primos –cientos de ellos, tan príncipes como él- quien manda, y a sus futuros súbditos que puede concederles algunos derechos.
En la India, la Corte Suprema –pretextando discriminación positiva- restringe la Ley de Prevención de Atrocidades contra Castas y Tribus Reconocidas, eliminando la protección preventiva de abusos contra los sectores dalits por miembros de las castas superiores. La igualación de derechos a tribus e intocables era resistida por el propio Mahatma Ghandi.
Las castas y sus prebendas se estructuran en un sistema complejo bajo una justificación mítica. En Argentina tienen una estirpe vagamente hegeliana, bifurcada entre el estado creador y dador histórico de derechos y la legitimación de los “sectores populares”. Ambos rumbos fueron fundidos en el pétreo slogan de Eva Duarte “Donde existe una necesidad existe un derecho”. Según parece, sus asesores marxistas le habían arrimado un párrafo de la “Crítica del Programa de Gotha”, un poco largo y complicado para asimilarse a las «Veinte verdades peronistas”. Para Evita “…Marx es un propulsor. Vemos en él a un jefe de ruta que equivocó el camino, pero jefe al fin. Como conductor del movimiento obrero internacional, los pueblos del mundo le deben que les haya hecho entender que los trabajadores deben unirse. Marx, como conductor de las primeras organizaciones obreras, interpretó el sentir de las masas, y por este hecho le debemos considerar como un precursor en el mundo. Su doctrina, en cambio, es totalmente contraria al sentimiento popular. Solamente por desesperación o desconocimiento de la doctrina marxista pudo el comunismo difundirse tanto en el mundo; se difundió más por lo que iba a destruir que por lo que prometía construir». Así justificada, extrajo lo que quiso de la redacción original y partió por la mitad la proclama original.
“En una fase superior de la sociedad comunista, cuando la esclavizadora subordinación del individuo a la división del trabajo y con ello a la antítesis entre trabajo mental y físico haya desaparecido; cuando el trabajo se haya convertido no sólo en medio de vida, sino en la primera necesidad vital; cuando a la par con el desarrollo global del individuo hayan aumentado las fuerzas productivas y los manantiales de la riqueza colectiva fluyan más abundantemente, sólo entonces podrá rebasarse en su totalidad el estrecho horizonte del derecho burgués y podrá la sociedad inscribir en su estandarte:¡De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades!.
Sin evocaciones heroicas como un abuelo cabalgando contra el Imperio Otomano, ni cósmicas como el Karma, ni místicas como “la fase superior de la sociedad comunista”, poner en análisis nuestras propias capacidades es un agravio al narcisismo nacional. Los márgenes de la necesidad van desde la psiquiatría al pensamiento mágico.
Entre la compuesta de Marx y la rudimentaria de Evita se halla una idea colectiva frecuente en el frondoso intercambio epistolar de muchos pensadores progresistas del siglo XIX, que la sintetizaban en “A cada cual según su aporte”. La génesis debiera ser digerible para nuestros módicos politecnócratas criollos, porque se remonta a Adam Smith y David Ricardo –nombres que pueden reconocer- y queda al alcance intelectual y herramental de su educación gerentista, dándoles una herramienta de reconocimiento efectivo de los privilegios.
Es posible exhibir pública e irrestrictamente -desde su estructura general hasta el mínimo detalle- un cubo transparente en el que puede verse cada participación personal y sectorial en la perinola arbitrada por los gobiernos, para ponerlo en manos del público por medio de cualquier teléfono inteligente, accesible sin trampas, intermediarios, intérpretes, disfraces, pretextos, opacidades ni alegatos de mérito, conveniencia o justicia distributiva.
Si bien esa es la base de definición de un “gobierno abierto, transparente y cercano” como el que declama el nuestro, su gabinete de estrellitas es herméticamente renuente a concretarla, como ha demostrado en sus amagos y retrocesos en el área de Anticorrupción e Información Financiera, o su proyectado fracaso concertado en la flamante “Dirección de Asistencia Judicial en Delitos Complejos y Crimen Organizado”, entre otros cuantos.
Para los gobernantes la manipulación previa del microscopio es tan importante como la adulteración de la materia en el portaobjetos.