lunes, 18 de marzo de 2013
El Papa Francisco y la diabetes

Por José VALES

Hay 80 millones de diabéticos en el mundo que además tienen alto poder adquisitivo. Es una enfermedad de gente de alto poder adquisitivo…» Tamaña reflexión fue la que le dejó al mundo esta semana, tal vez una de las más importantes de la historia de su país, la presidenta argentina, Cristina Kirchner. Una frase que mueve a la reflexión en una nación, donde la jefa de Estado es capaz de llegar a esas profundidades de la ciencia y donde Eugenio Zaffaroni, ministro de la Corte Suprema de Justicia, uno de los juristas intelectualmente más respetados del país y señalado el año pasado por alquilar apartamentos de su propiedad para el ejercicio de la prostitución, mata su tiempo libro como presentador de la televisión pública, presentando la emisión especial del «Decálogo», la genialidad de Krzysztof Kieslowski.

De ese país, donde sus dignatarios y representantes de los poderes esenciales de la República pueden darse esos lujos, aquí «en la fine do mondo», surgió el Papa Francisco, el que viene sorprendiendo no sólo por designación en sí, sino por ética y su sencillez, por su discurso, sino también por la forma en que expulsó de la iglesia Santa María Maggiore, al ex cardenal emérito Bernard Law, acusado de ocultar múltiples casos de pedofilia («No quiero que frecuente esta Iglesia), que van marcando el camino por dónde quiere guiar la reestructuración de la Iglesia Católica.

De allí el fervor de estos días en Roma, donde ciento de miles de personas pugnar por verlo o acercársele, y la preocupación en el gobierno argentino.

La tarea del ex obispo de Buenos Aires en el Vaticano no será sencilla. Zancadillas como la de Law, aparecerán casi a diario. Eso mientras sobreviva el poder de Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio, y la influencia del secretario de Estado Tarciso Bertone, según algunos amigos del Papa en Buenos Aires. Al primero espera controlarlo, moviendo a algunos de sus hombres en los puestos claves. Con Bertone se encuentra midiendo hasta dónde su desprestigio melló su poder y recién ahí decidirá su reemplazo. El Sumo Pontífice es consciente de la labor que tiene por delante. Fue elegido como el Papa del Nuevo Mundo para transformar la Iglesia de un Mundo Nuevo. De él se espera que pueda sacar al Vaticano del pantano en el que se encuentra, como lo hizo, junto a otros obispos, con la Iglesia argentina anclada en su complicidad con la dictadura militar.

No le faltan argumentos, ni atributos intelectuales. Muchos menos, cintura y escuela política. Aquí ya se lo bautizó «el papa peronista», con todo lo positivo y negativo que eso pueda significar.

De este país, donde la presidenta es capaz de no entender que la diabetes es una enfermedad producida por una alteración metabólica, muchas veces debida a la mala alimentación, salió el Papa. «El último milagro argentino», y una prueba de fuego para la integridad del ego colectivo. País periférico, en definitiva y en el fin del mundo, donde cada tanto a lo largo de la historia contemporánea suele darse alguno de esos «milagros» como por ejemplo, Carlos Gardel y Jorge Luis Borges, algún premio Nóbel en Ciencia (César Milstein, Federico Leloir y Bernardo Houssay), Diego Maradona o Lionel Messi, en tren de ser ecuménicos y no olvidar la otra religión de los argentinos o Astor Piazzolla y ahora «el padre Bergoglio», como le gustan que lo sigan llamando.

Su designación emocionó y enorgulleció a muchos. Como si el tiempo se hubiese detenido o como si algo hubiese cambiado para siempre, en medio de esos campos sembrados de desesperanza. Otros, en cambio se quedaron estupefactos y blasfemaron el hecho. Funcionarios de gobierno y la propia presidenta en un despacho gélido donde la había encontrado la noticia. De ahí un comunicado cordial pero bien frío con el que saludó al Santo Padre.

Y es que en esa relación hay una historia que muestra a las claras que aún teniendo la cuota más grande de poder desde la recuperación de la democracia en 1983, se puede ser un primate político.

La última vez que la presidenta, Cristina Kirchner había recibido al cardenal Bergoglio fue el 17 de marzo de 2010. Lo consideraba, al igual que su esposo un «opositor», porque cada 25 de mayo (en el Tedeum), sus críticas a la corrupción, al abuso de poder y a la tendencia kirchnerista a tener un discurso progresista y una política ortodoxa, eran por demás filosas y se convertían en la única arma que podía golpear a los Kirchner. No habían entendido que el actual Papa había hecho lo mismo con Carlos Menem, con Fernando De la Rúa y con Eduardo Duhalde.

Ni siquiera cuando El cardenal Bergoglio, en el cónclave de 2005 había obtenido «44 votos», según la información que la embajada en la Santa Sede le había hecho llegar a la cancillería argentina por entonces, los Kirchner cambiaron su posición para con el entonces jefe de la Iglesia porteña. Ni siquiera esa señal inequívoca de su peso en el seno de la Iglesia y su habilidad política, que lleva a cientos de sindicalistas y políticos a pasar por su despacho, hizo que la pareja en el poder dejara de maltratarlo. Por eso ahora llega el tiempo de la sobreactuación por parte del gobierno, como se verá hoy, en el almuerzo con el que el Papa recibirá a la presidenta y durante la misa de inicio del papado.

Ya el martes mismo, horas después de la fumata blanca, y mientras los operadores del gobierno salieron a atacar a Bergoglio de supuesta connivencia con la dictadura, la presidenta cerró su discurso del día con un inusual «Qué dios los bendiga a todos…»

Durante 10 años, lo tuvo en un despacho a escasos 75 metros del suyo y ni lo recibía pero ahora tiene que correr hasta Roma para verlo antes que el resto y ver si se puede salvar algo de una relación que era insalvable, cuando el papa era el cardenal Bergoglio y nada más. Eso sí, como para no olvidarse de que país viene, la presidenta hizo escala en Marruecos para dejar aparcado allí el avión presidencial Tango 01 y seguir viaje en un vuelo aerocomercial a la capital italiana. ¿Los motivos? Miedo a que la nave sea embargada por pedido de los acreedores externos, que como la Diabetes parece que también «es una enfermedad de ricos».

Pues el kirchnerismo está en problemas. Ni siquiera le pudo paliar el mal humor, la sentencia que otra mente brillante de la política continental dejó escapar esta semana. El presidente venezolano, Nicolás Maduro, no se sonrojó cuando dijo que «el comandante Chávez allá en el cielo intercedió para que un latinoamericano fuese Papa».

Para Maduro tampoco las cosas parecen funcionar como en tiempos del líder. Dio marcha atrás con el asunto del embalsamamiento, luego de que las preguntas sobre cómo, cuándo, y dónde, había fallecido el líder bolivariano, arreciaban. Sin duda, tarea para los historiadores más serios y dedicados, mientras Maduro y el chavismo parecen jugar sobre la cornisa cuando lanzan denuncias como la del domingo en eso de que la «CIA planea asesinar a Henrique Capriles». Ya lo había anticipado «el hereje» de Carlos Marx. «La historia se repite primero como tragedia, luego como farsa..»

Justamente, cansados ya de tanta farsa, los argentinos sienten que la divina providencia se acordó de ellos y les regaló un Papa. Un tipo sencillo y austero que se contraponga a tanta soberbia y tanto Lois Vuitton. Una figura que pronto aparecerá en fotos, en esos improvisados altarcitos de los mono ambientes de los barrios carenciados al lado de la de Evita y Juan Perón, y adonde «El» como «Ella» suele llamar a Néstor Kirchner, se pudieron colar aún. Una voz que tiene un discurso más profundo, directo y amplificado para enumerar el decálogo de la ética cristiana, esa que justamente alguna vez movilizó al peronismo, que esa que dijo sin rectificarse que la diabetes, no es una enfermedad de los pobres.