lunes, 20 de julio de 2015
El sabor amargo de la victoria


Carmen pequeñaPor Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy
Pasar página cuanto antes y no recrearse. Mauricio Macri debe estar analizando el último capítulo de la elección porteña con detenimiento. La victoria de Horacio Rodríguez Larreta a la Jefatura de Gobierno de la capital, se le ha quedo chica. En cualquier otro escenario tres puntos de diferencia, de un candidato sobre su adversario en un ballotaje, sería un triunfo limpio, presentable y digno de orgullo. En ésta, es otra cosa.
Para el Pro (Propuesta Republicana) ganar por un margen tan estrecho es un aviso de que la campaña a las presidenciales será una cuesta más empinada de la que imaginó. Primero tendrá que superar las primarias en la coalición Cambiemos y hacerlo con números sólidos. Después, convencer a los que le tienen atragantado de que es un plato más saludable para digerir que Daniel Sciolli.
Como en buena parte de las elecciones, los votantes que no presumen de ningún tipo de militancia suelen ser los que inclinan la balanza hacía la victoria o la frustración de un candidato. En el caso de Argentina, cerca del 40 por ciento de la población recibe subvenciones llamadas planes sociales. Estos no es que voten con el bolsillo, lo hacen con el estómago y hasta ahora, quien se lo ha llenado, a cambio de nada, ha sido el kirchnerismo.
Macri, anoche que el Pro ganó, por tercera vez consecutiva en Buenos Aires, habló al país en clave presidencial. Trató de ofrecer garantías de que los planes, al menos «la asignación universal por hijo”, ”seguirá” y alimentó el sentimiento nacionalista, una víscera especialmente sensible en la población, al insistir que Aerolíneas Argentina y la petrolera YPF seguirán siendo las joyas albicelestes. Eso sí, “bien administradas… Privatizar como en los 90 ó administrar pésimo en los 2000” no es su opción.
En la receta de Macri Presidente incorporó ingredientes que saben bien al paladar de cualquier ciudadano. “Un país donde no haya pobres que puedan ser manipulados por la política”, “una justicia independiente”, «jubilación digna», “libertad de expresión” sin “represalias” y un país unido, “más juntos que nunca”.
No fueron pocos los que advirtieron que la receta del discurso tenía cierto regusto facilón. Le estaba diciendo, a los que le miran con desconfianza, que con la comida no se juega. Aunque el plato que se sirva, cuando llegue a la mesa (si llega), sea otro.