martes, 14 de diciembre de 2021
«El «todo da lo mismo» nos va matar», por Gabriela POUSSA

Por Gabriela POUSA

El gran Winston Churchill decía que el problema de su época consistía en que los hombres no querían ser útiles sino tan solo ser importantes. Creo que, salvaguardando el paso del tiempo y la distancia, ese sigue siendo uno de los males que está atacando a nuestra sociedad donde también subsisten los tres especímenes al que aludía el estadista inglés. 

Estamos conviviendo con las personas que se preocupan sentados de brazos cruzados hasta la muerte, las que trabajan hasta ese instante, y las que se aburren hasta la sepultura. Lamentablemente pareciera que son muchas más estas últimas, y que pululan en exceso las preocupadas pero no ocupadas: de Ese modo la ecuación no cierra y se torna demasiado complejo equilibrar el descalabro que están haciendo. 

Evidencia de todo esto la hemos tenido recientemente, con la jura de los nuevos diputados y senadores. Cómo si no existiese la Constitución Nacional, cómo si los reglamentos no valiesen nada, cómo si el respeto y las tradiciones ya no tuviesen lugar, aquello que yo llamo “todo da lo mismo” se ha impuesto a modo de norma en esta locura que encima soportamos y convertimos en “normalidad”

El “todomimismo”, si se me permite la expresión, nos va a terminar por convertir en una geografía donde efectivamente dé lo mismo “un burro que un gran profesor” y la Biblia llore tras un calefón. Discépolo fue un adelantado más que un compositor. 

Hoy vale más o tiene más mérito aquel que consigue más seguidores en las redes sociales que quien acumula más pergaminos por horas de estudio y capacitación. Ser famoso da lustre, los “influencers” (aunque no se sepa de qué) cotizan más en el mercado que un sinfín  de profesionales, artistas, científicos.

 Ojo, esta no es una proclama en contra de las redes sociales capaces de brindar una utilidad mayor que muchos otros medios tradicionales de comunicación. Estas líneas pretenden poner al descubierto aquella falacia según la cual la fama a cualquier precio enaltece y habilita a cubrir espacios en lugares claves para el desarrollo de una Nación. 

En qué momento, por ejemplo, Ofelia Fernández se convirtió en candidata y de allí en legisladora? Fue acaso cuando obtuvo calificaciones destacadas en sus estudios? No. Accedió a una banca después de haberse convertido en cabecilla de quienes tomaban aulas por causas desconocidas, convirtiendo claustros en comités de pacotillas o unidades básicas donde hacer politiquería barata.

 Muchos medios cooperaron a otorgar notoriedad a personajes de ese tipo, sin contemplar que esa metodología afectaba directamente los fines perseguidos. El fin justificó los medios. El escándalo pasó a ser el abre puertas más eficiente y la cultura del entretenimiento, impuesta por los populismos modernos, facilitó la llegada de los imberbes en versión contemporánea a las Instituciones más sagradas. 

Como lo esbozó en su momento Umberto Eco se perdió aquella distinción tan rígida entre ser famoso y estar en boca de todos. Antes una persona quería ser conocida por ser la más hábil en su oficio o la más destacada en un quehacer específico. Importaba ser un gran deportista, una bailarina del teatro Colón, un Maestro reconocido por generaciones, pero nadie quería que hablaran de ellos (copio textual a Eco) “por ser el cornudo del barrio o la puta más irrespetuosa”. Esa distinción ha desaparecido.

La gente parece estar dispuesta a hacer cualquier cosa con tal que lo vean y hablen de ella. No habrá diferencia entre la fama del gran médico y la del joven  que ha matado a su madre a golpes, entre el que haya fundado un leprosario en África o el que haya defraudado al fisco y revoleado bolsos en un convento a las 4 de la mañana. 

Hoy vale todo con tal de salir en los medios y ser reconocido al día siguiente por el almacenero o los tuiteros.

El “todo da lo mismo” es la filosofía de este siglo. En la medida que aceptemos este desfasaje, recobrar una sociedad de premios y castigos, y de dignidad por sobre la mera notoriedad será una utopía, una tarea de Sísifo. 

El concepto de reputación ha sido sustituido por el de “notoriedad” o el de fama. Lo que importa es ser reconocido pero no en el concepto del reconocimiento como estima o premio si no en el sentido más banal de qué los otros al verle por la calle digan: “Mirá quien va” y hasta le pidan una selfie para después aparentar una amistad en Facebook o en Instagram.  

Todo hay que mostrarlo, y si ese todo incumbe a la vida privada, aún más!  

Bastó observar y escuchar los juramentos de esta semana en la Cámara Alta y Baja del Congreso Nacional, con excepciones claro esta. Aquello parecía un concurso del más imbécil y el más vulgar. Necesitaban “notoriedad”, salir en los medios, que en las redes sociales los nombraran. No importaba siquiera si las menciones eran insultos o agresiones, figuraban y eso les alcanza. 

Ahora bien, que les alcance o parezca suficiente a ellos vaya y pase pero que el resto, aquellos que nos creemos aún seres racionales estemos hablando y pendientes de ellos es una sintomatología que cada uno dentro de sí mismo debería revisar. 

A juzgar por lo que se ve y se oye en reuniones, en radio y TV, en nuestra actualidad es más importante una persona engañada por su cónyuge mostrando incluso la intimidad, que otra que da de comer anónimamente a carenciados, o pasa noches enteras tratando de que el covid – o cualquier otra enfermedad- encuentre una cura o un paliativo para sanar esta sociedad. 

La pregunta final surge de ahí mismo y es tan breve como simple: ¿queremos sanar…?